La rabieta del apagón cultural
Si la sociedad percibe que, en medio del sálvese quien pueda, alguien grita “qué hay de lo mío”, reaccionará dejándole a solas con lo suyo
A mí también me cabrearon las palabras del ministro de cultura sobre el arte y la vida. No solo porque fueron una metedura de pata, sino porque, en mi religión, citar a Orson Welles en vano es pecado capital. Y bien en vano que fue la cita, dado que el pobre Orson, al elegir la vida sobre el arte, hablaba de la vida de sus amigos artistas: prefería enchufarlos y favorecerlos si lo necesitaban antes que contratar a profesionales mejor dotados, aunque la película se resintiese, porque es más importante echar un cable a un colega que lo pasa mal que preocuparse porque la obra de arte quede perfecta. La cita no podía ser más inoportuna.
Pero la torpeza de un ministro y el legítimo cabreo de quienes nos dedicamos al titiriterismo no justificaba una respuesta tan infantil como la de ese apagón cultural convocado y desconvocado como se convocan y desconvocan las rabietas. Nos jugamos demasiado en el futuro inmediato y no podemos consentir que la sociedad nos perciba como niños malcriados que se enfadan y no respiran. Sobre todo, porque una parte considerable de la sociedad ya nos percibe así. Bastante duro es luchar contra esos prejuicios para sufrir además ráfagas de fuego amigo. Como protesta, era ridícula (¿qué diablos significaba callarse dos días en Internet? ¿Qué amenaza es esa?). Como publicidad negativa, en cambio, ha sido muy eficaz.
Todos estamos asustados y prácticamente todos nos asomamos a un abismo sin fondo, y sin duda las artes escénicas van a ser las industrias culturales más castigadas, pero precisamente por eso conviene medir y meditar las protestas y, sobre todo, plantearlas en el momento oportuno, que no es este. Si la sociedad percibe que, en medio del sálvese quien pueda, alguien grita “qué hay de lo mío”, reaccionará dejándole a solas con lo suyo.
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