Un futuro sesgado sin las mujeres
La brecha de género en la tecnología provoca una pérdida de oportunidades y talento
Los dummies, los muñecos que se utilizan para estudiar las consecuencias de un accidente de coche, tienen más de 60 años. Al menos los que imitan la fisionomía del hombre, porque para ver un dummy mujer hubo que esperar hasta los 90. Podría parecer algo baladí, pero varios estudios han demostrado que, al no haberse tenido en cuenta las características particulares del cuerpo femenino, como el pecho o que su altura media es menor, estas sufren más lesiones, a pesar de tener menos accidentes de tráfico.
Este ejemplo sirve para ilustrar las consecuencias de la baja presencia de las mujeres en el ámbito científico y tecnológico, pues parece poco probable que si hubiese una mujer en el grupo de desarrollo de los dummies esto hubiese ocurrido. Solo el 13% de estudiantes de carreras STEM (por sus siglas en inglés Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) en España son mujeres, según el último informe de la Organización de Estados Iberoamericanos. Esto dificulta que las mujeres estén presentes en los equipos de empresas tecnológicas, así como en puestos de toma de decisiones.
Cristina Aranda, cofundadora de la empresa tecnológica Big Onion, evidencia que el 80% del sector son hombres, blancos, cisgénero, heterosexuales y judeocristianos y que, por tanto, llevan sesgos intrínsecos que los conducen a obviar no solo las necesidades de las mujeres, sino de cualquier grupo que diverja del suyo. Este fue uno de los motivos que la llevó a cofundar Mujeres Tech, una asociación sin ánimo de lucro que busca impulsar la diversidad e inclusión en el mundo de la tecnología y revertir datos como que solo el 11% de los programadores sean mujeres. “Las cifras son preocupantes porque hay una gran oportunidad”, subraya.
La brecha digital de género dificulta el crecimiento económico de los países en desarrollo. La Fundación World Wide Web calculó que en 2020 esta supuso la pérdida de aproximadamente 126 mil millones de dólares en producto interno bruto en 32 países. Aranda incide en que se está desperdiciando capacidad, no solo de generar riqueza y puestos de trabajo, sino también de cambiar la estructura socioeconómica del país y la vida de millones de personas: “Nuestra economía sería más eficaz y mejoraría la autonomía de muchas mujeres porque se requieren perfiles diferentes: la Inteligencia Artificial (IA) demanda filólogas, periodista o psicólogas, carreras de letras”.
Para lograr cambiar este paradigma, Aranda apunta varias cuestiones. La primera, incentivar las políticas de diversidad en la empresa “de forma taxativa y positiva”, también mediante cuotas: “Seguimos viendo que muchas mujeres no acceden a puestos de poder simplemente por el hecho de que estos están dirigidos por hombres y los hombres eligen a los hombres”. Las que llegan a estos rangos se enfrentan en ocasiones a un ambiente hostil que provoca que abandonen su trabajo, como muestran los datos del Estudio sobre la situación de las mujeres en carreras científicas en España, elaborado por el Ministerio de Ciencia: las jóvenes de menos de 25 años son el 57% en los organismos públicos de investigación, pero 10 años después son menos de la mitad y solo llegan a ser el 29% con más de 65 años.
La mayor presencia de mujeres en puestos de poder solucionaría otra cuestión a encarar: la falta de referentes. En los libros de texto solo el 8% son menciones a mujeres científicas o tecnólogas. En Wikipedia, el 11%. Patricia Heredia, ingeniera de Telecomunicaciones de formación y miembro de Mujeres Tech, no se percató de esta brecha de género durante su carrera. “Sí que éramos menos mujeres, pero yo entonces estaba a lo mío, estudiar”, justifica. Pero hace unos años montó su propia academia de robótica y programación, MiniVinci, en Huesca. En cuanto empezó a impartir talleres reparó no solo en que acudían más niños que niñas, sino que además lo hacían acompañados de sus padres. “Cuando venía alguna madre, escuchaba cosas como que qué mal, que seguro que las cosas van a salir peor porque ellas no van a saber o eran más torpes”, cuenta.
En el primer taller que impartió se apuntaron solo dos niñas. Una de ellas era Valeria Corrales. “Me sorprendió porque además ya tenía algunos conocimientos”, recuerda la profesora. Corrales explica, en la misma conversación por videoconferencia, que a los 7 años su padre le regaló una muñeca que daba la posibilidad de construir complementos a través de piezas. “Quería seguir construyendo más cosas, así que empecé a buscar vídeos en internet”, cuenta ahora que tiene 13 años. Así comenzó en el mundo de la tecnología.
De aquel taller entre Corrales y Heredia salió un proyecto: ValPat, un canal de Youtube desde el que divulgan conocimientos de robótica y programación, intentando contagiar el entusiasmo por la tecnología y rompiendo estereotipos. La profesora enfatiza la relevancia de enseñar que “con las herramientas adecuadas se puede hacer todo lo que imaginas sin importar la edad o si eres chica o chico”.
Ellas se han convertido en referentes para muchas jóvenes, pero Heredia señala otra traba para acercarse a las carreras STEM: el síndrome de la impostora. “Creo que está muy arraigado en nosotras, creemos que tenemos que ser excelentes, sacar un 10 en todo, un 7 no nos vale, pero a los chicos sí”.
La cofundadora de Mujeres Tech completa el punto de vista de su colega: “Hay falta de marketing por parte de las ingenierías, seguimos sin saber explicar en qué consisten estos estudios y además se presentan como muy difíciles”. El desconocimiento sobre las aplicaciones prácticas o salidas laborales reales de las carreras y el miedo a la gravedad de sus contenidos aleja a los jóvenes de este tipo de formación.
En contrapartida, el mercado laboral no deja de demandar perfiles como desarrolladores, expertos en ciberseguridad, científicos de datos, etcétera. “Hay que darle una vuelta al sistema educativo, no hay más que ver la cantidad de boot camps (cursos de formación intensiva) que hay o las FP; hay que enseñar que la tecnología puede usarse para muchas finalidades”, apunta Aranda, que utiliza su formación en Lingüística y Filología Hispánica aplicada a la IA.
Heredia expone que nadie pone en duda la ventaja de saber leer y en el futuro, “que es ya”, todo va a estar creado por tecnología, así que, aunque “no hay que saber las tripas de todos los programas, no se puede poner en duda la ventaja de tener algunos conocimientos básicos de programación”.
Aranda concluye que si las mujeres no están presentes en el desarrollo del futuro muchos retos quedarán sin resolver y habrá necesidades no resueltas por el mercado, pues ni siquiera se percatará de su existencia, como ocurrió con los dummies.
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