75 años sin H. G. Wells, pionero contra el entusiasmo tecnológico
El autor de ‘La guerra de los mundos’ o ‘La máquina del tiempo’ fue uno de los primeros en oponerse a la visión idílica que se tenía de la ciencia y la tecnología a finales del siglo XIX
Setenta y cinco años después de su muerte, de Herbert George Wells quedan las ideas de sus libros adelantadas a su tiempo. Tanto que la realidad aún no las ha atrapado. El escritor británico, considerado como uno de los padres de la ciencia ficción y famoso por títulos como La máquina del tiempo o El hombre invisible, murió el 13 de agosto de 1946. Fue pionero en dar un tono pesimista a sus historias sobre progreso, ciencia y tecnología, en contra del entusiasmo que imperaba entonces sobre el futuro.
Aunque probablemente lo más conocido de su carrera está solo indirectamente relacionado con él. Cuando aún vivía H. G. Wells, un joven Orson Welles hizo un programa radiofónico donde adaptaba su novela La guerra de los mundos. Era 1938 y miles de estadounidenses salieron a las calles a derramar su ansiedad porque creían que la Tierra sufría un ataque extraterrestre.
H. G. Wells sacaba sus ideas de la exageración y extrapolación de su tiempo. Nacido el 21 de septiembre de 1866, se crio en un mundo que vivía la fascinación por el progreso. La Segunda Revolución Industrial trajo la magia de la electricidad, del carro motorizado —los primeros automóviles de Benz y Daimler—, del teléfono. Era también la época de los inventos y sus inventores, con Thomas Alva Edison a la cabeza. Parecía que todo era posible con ciencia, con ingeniería y con tecnología.
Toda esta efervescencia cristaliza en un sentimiento de exaltación que salpica la literatura. Con Julio Verne, otro de los precursores de la ciencia ficción, los avances técnicos y las máquinas asombrosas tomaron un papel fundamental en las novelas. Solían tener un componente de deslumbramiento, como en De la Tierra a la Luna o La isla misteriosa. Aquí la tecnología y la ciencia aparecen como vectores del progreso.
Las novelas de H. G. Wells sin embargo tienen un enfoque diferente. En ellas el progreso ofrecía un lado oscuro que el autor airea de forma ostentosa, tanto que muchas veces se convierte en el tema principal de la obra. Curiosamente, publicó sus textos de ciencia ficción más conocidos en unos pocos años, a finales del siglo XIX. La máquina del tiempo (1895), La isla del doctor Moreau (1896), El hombre invisible (1897) y La guerra de los mundos (1898) aparecen en solo cuatro años. Su éxito en este breve lapso le permitirá vivir cómodamente como escritor el resto de sus días.
En La máquina del tiempo, publicada cuando tenía 29 años, Wells hace un ejercicio de anticipación. Algo que era común en la época. Pero en su caso tiene un punto de originalidad. Un ejemplo de visión futurista del momento son las postales que Jean Marc Côté y otros artistas dibujaron con motivo de la Exposición Universal de París, en 1900. Las ilustraciones muestran aparatos voladores como tráfico habitual en las ciudades, la mecanización del campo o máquinas que cortan el pelo o que barren y friegan la casa. Las imágenes, revestidas ahora de nostalgia, proyectan lo que sería el año 2000.
La novela de Wells, en cambio, no se adelanta solo un siglo. La máquina del tiempo llega hasta la Inglaterra del año 802701. Y su visión de la humanidad no es tan alentadora como las postales de la Exposición Universal de París. El progreso que tanto se alababa en la época habría llevado a un estado calamitoso a la civilización humana.
Este lado ominoso de la tecnología y la ciencia lo muestra Wells también en El hombre invisible. Una historia donde las consecuencias de un experimento científico llevan al protagonista a sufrir un delirio de poder que lo enajena completamente. El autor deja una sensación parecida en La isla del doctor Moreau, donde se anticipa el tema de la ingeniería genética y los problemas que pueden conllevar los avances en este terreno. La ilusión por los viajes espaciales la fulmina Wells con La guerra de los mundos, sin necesidad de viajar a ningún sitio. En vez de que la humanidad salga al universo, este acude al planeta Tierra. El encuentro entre ambos es un desastre.
El entusiasmo por la tecnología y la ciencia continuaría mucho después de estos títulos. Hugo Gernsback, creador en 1926 de la revista Amazing Stories, donde publicarían Asimov, Ray Bradbury y tantos otros, es uno de estos apóstoles. A principios del siglo XX publicaba ya historias que eran una oda a cachivaches futuristas y tiempos venideros. Su influencia en los primeros pasos de la ciencia ficción fue tal que los premios Hugo, destinados a novelas de este género o del fantástico, se llaman así en su honor.
Pasarían décadas antes de que nacieran las primeras grandes distopías, como Un mundo feliz (1932), de Aldous Huxley, que atemperaron el entusiasmo por el futuro. El checo Karel Čapek, con su obra de teatro R.U.R. (Robots Universales Rossum), de 1920, también dejó patentes sus reservas con la tecnología, en este caso con los autómatas, a los que él bautizó como robota, lo que dio origen al término robot.
Pero de Wells se puede decir que fue el primer escritor que hizo de su desconfianza ante el progreso, entendido como avances técnicos y científicos, un éxito editorial. Y lo logró en una época donde imperaba la sensación de que todos los problemas de la Humanidad se podrían resolver con avances técnicos. Un sentimiento que de alguna forma también manda hoy en día, cuando las grandes tecnológicas hablan de sus productos como soluciones para conectar a las personas, para empoderar, en definitiva, para cambiar el mundo. Pero realmente, ¿en qué dirección?, se preguntaría Wells.
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