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¿Por qué no puedes escribir a Facebook desde Twitter? La incompatibilidad de las redes como modelo de negocio

Un teléfono que solo pudiera llamar a los de su compañía o un correo que limitara la comunicación a los usuarios de la marca sonarían ridículos. Pero es el sistema que ha hecho crecer a las grandes plataformas

WhatsApp, Signal, Telegram y otras aplicaciones de mensajería en la pantalla de un móvil.
WhatsApp, Signal, Telegram y otras aplicaciones de mensajería en la pantalla de un móvil.AFP

Las redes sociales son incompatibles entre ellas por diseño y por defecto. Un usuario de Signal no puede escribir a uno de WhatsApp, como haría uno de Gmail con uno de Outlook. Esta falta de compatibilidad no se debe a una limitación tecnológica. Es una decisión empresarial. La plataforma de mensajería de Facebook no tiene éxito por ser la aplicación de mensajería más efectiva, ni la más respetuosa con la privacidad del usuario. Lo tiene por amasar 2.000 millones de usuarios. Estar en Whatsapp es la forma más cómoda de comunicarte con tus amistades, tus compañeros de trabajo, tu ligue. Así que por eso es lógico usar esta app. Esto es lo que se llama efecto red, y fomenta que las redes sociales sean un pequeño oligopolio en el que es difícil que pequeños actores puedan entrar. A menos que la interoperabilidad vuelva a ser la norma en el entorno online.

“La interoperabilidad es un mecanismo técnico que permite que los sistemas informáticos sean compatibles, incluso si son de empresas competidoras”, explica Roel Wieringa, profesor de sistemas informáticos en la Universidad de Twente (Países Bajos). Es lo que haría que un usuario de Telegram pudiera escribir a uno de Whatsapp. O que uno de Facebook pudiera comentar una tendencia de Twitter. Suena extraño, pero hace años era la norma. “Los servicios telefónicos o el correo electrónico son ejemplos de tecnología interoperable. Puedes enviar un correo electrónico o llamar a cualquier persona, independientemente del servidor u operador que uséis”, explica el profesor. Pero los ejemplos de tecnología interoperable son cada vez más escasos. “Las redes sociales acaparan la comunicación en su plataforma para maximizar sus recursos”, señala el experto. Estos recursos son los datos de usuario, que venden para ajustar al máximo la publicidad. Abrir sus servicios haría que la cantidad de datos que tienen se diluyera. Y con ellos su modelo de negocio.

La interoperabilidad no sería buena para las cuentas de los grandes actores tecnológicos, pero traería otros beneficios. El profesor Wieringa señala cómo aumentaría la competitividad y fomentaría la calidad. Cómo ayudaría a crear un sistema de protocolos definidos y a descentralizar el poder. Cómo haría de internet un lugar más resiliente a los ataques informáticos, como lo fue en el pasado.

“Internet es tan viejo que ya no nos acordamos de cómo era” lamenta Jan Penfrat, asesor político en European Digital Rights, un conglomerado de ONGs europeas que lucha por los derechos digitales. Hace 20 años la red era un lugar salvaje y descentralizado. Una jungla por la cual el usuario podía pasear sin limitaciones. Pero en los últimos años grandes actores tecnológicos pusieron puertas a este campo. Y vallas, y candados. Empezaron a ejercer de porteros en pequeños jardines privados. Solo puedes entrar en ellos con un carnet de socio. “Y si sales pierdes el contacto con tus seres queridos y todos los datos que has ido acumulando a lo largo de los años”, añade Penfrat. La portabilidad de todos estos datos y contactos de una red a otra, igual que se hace con el número de teléfono al cambiar de compañía, es otra de las causas que persigue este activista digital. Cree que está relacionada con la interoperabilidad.

Dividir internet en jardines acotados, controlados por guardianes, puede generar mucho dinero. Pero deshace el principio sobre el cual fue fundado. Romper sus vallas, o crear pasarelas entre parcelas debería ser, opina Penfrat, una prioridad. La tecnología para hacerlo ya está disponible. Y en los últimos meses este extremo ha sido confirmado por el propio Facebook.

Esta compañía está trabajando para que los usuarios de sus redes sociales (Whatsapp, Instagram, Messenger y la propia Facebook) puedan interactuar. El año pasado hizo públicos estos planes. “Hacen esto de forma interna porque le ven beneficios, pero no van a hacerlo con otras compañías porque eso pondría en riesgo su posición dominante”, sentencia el activista. La única forma de conseguirlo, considera, es mediante la ley. Y tira de referencias para ejemplificar cómo la regulación de la incompatibilidad y la portabilidad ya funcionó en el pasado. “Hay que entender que esto no lo ha inventado Facebook. Ya sucedió, por un lado con los cartuchos de impresoras o las cápsulas de café. Y respecto a la portabilidad, con los números de teléfono. Deberíamos aprender del pasado y legislar el tema”.

El 15 de diciembre de 2020, la UE publicó una propuesta de Ley del Mercado Digital en la que se exige la interoperabilidad de datos a las redes sociales con más de 45 millones de usuarios activos mensuales y más de 10.000 usuarios comerciales activos anuales. Es un primer paso, pero el camino es largo. Inge Graef es profesora de derecho de la competencia en la Universidad de Tilburgo (Países Bajos). En 2015 llevó a cabo un estudio sobre cómo abordar la regulación de la portabilidad y la interoperabilidad de las redes sociales.

No se muestra totalmente de acuerdo con Penfrat. Regular esta materia no es tan fácil como hacer lo propio con la compatibilidad de las cápsulas de café o la portabilidad de números de teléfono. “Entiendo la comparación con este último ejemplo, existen similitudes como el efecto red”, señala la jurista. “Sin embargo, los problemas de portabilidad e interoperabilidad son más complejos en las redes sociales que en las telecomunicaciones”. Mientras que en un caso estábamos hablando de trasladar un número de teléfono de una empresa a otra, aquí están en juego fotos, contactos, ubicaciones… Los datos tienen un carácter más íntimo, por lo tanto su regulación es más compleja. “Las consideraciones de privacidad y protección de datos juegan un papel mucho más importante aquí”, coincide Graef. Y este no es el único problema.

“La dinámica competitiva también es más complicada en las redes sociales”, señala la experta, “ya que existen muchos tipos de servicios con características ligeramente diferenciadas”. Se tiene que evitar que los estrictos requisitos de interoperabilidad y estandarización limiten la innovación y dificulten el acceso a nuevas empresas. De ahí que la propuesta de ley de la Unión Europea se limite a redes sociales de un determinado volumen, algo con lo que Graef se muestra de acuerdo: “la regulación asimétrica, en la que solo se imponen obligaciones estrictas a las grandes empresas, puede ser especialmente útil aquí”.

De momento, la regulación se limita a propuestas o recomendaciones, pero los tres expertos apuntan a que el crecimiento desmesurado de las grandes redes sociales acabará haciendo que estas cristalicen en leyes concretas. La intervención regulatoria abriría entonces la puerta de los jardines vallados que han creado los popes de Silicon Valley. Darían la oportunidad, a quien quiera, de salir del redil sin perder el contacto con quien decida quedarse. La llave de esa puerta, señalan los expertos, es fácil de fabricar. Falta la voluntad. O la ley.

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Sobre la firma

Enrique Alpañés
Licenciado en Derecho, máster en Periodismo. Ha pasado por las redacciones de la Cadena SER, Onda Cero, Vanity Fair y Yorokobu. En EL PAÍS escribe en la sección de Salud y Bienestar

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