Pesedia: un campo de pruebas para enseñar a los menores a proteger su privacidad en las redes sociales
Los argumentos más efectivos para orientar a los adolescentes en internet son los que incluyen el razonamiento de un experto o les muestran las consecuencias de sus acciones
Cada vez que Irene Montiel, investigadora del grupo de Ciberpsicología de UNIR, concluye alguno de los talleres para padres en los que explica las señales de que un menor puede estar desarrollando una relación insana con las tecnologías digitales, tres o cuatro asistentes la abordan preocupados porque encuentran esas actitudes reflejadas en sus hijos. “Me dicen que tienen la sensación de estar luchando contra corriente”, comenta. Su respuesta es que cada vez hay más familias intentando “poner un poco de orden” en el acercamiento a internet y, en concreto, a las redes sociales de los más pequeños. Un orden que, explica, no pasa por establecer prohibiciones, sino por ayudarles a reflexionar de manera crítica sobre los riesgos: “Tienen que estar un poco más preparados a nivel social y vivencial para poder usar la tecnología”.
De acuerdo con las políticas de la mayoría de plataformas –e incluso con lo que establece la Ley Orgánica de Protección de datos sobre la edad mínima para consentir el tratamiento de datos personales– la llegada a redes sociales como Instagram, TikTok o Facebook no debería producirse antes de los 14 años. “Vamos mal encaminados”, advierte Montiel, que considera que no somos conscientes de la gravedad que tiene adelantarse a esa edad. “No se nos ocurre darle una cerveza a un niño de 13 años porque no se puede, porque lo prohíbe la ley y porque es malo para su salud. Esto debería ser igual”. Pero cumplir los plazos no elimina los riesgos.
El alto nivel de actividad de los adolescentes en las redes sociales es comparable a su vulnerabilidad en este medio. En pleno desarrollo de su identidad y personalidad, encuentran en estos foros una conexión directa con fuentes de aprobación social, reconocimiento de sus iguales y sentimiento de pertenencia que, en esa etapa, son motivadores clave de su comportamiento y su nivel de autoestima. La intensidad con que se ven atraídos por las redes sociales contrasta con sus conocimientos sobre cómo deben manejarse en ellas, explican Estefanía Argente, José Alemany y Ramón Ruiz-Dolz, investigadores del Instituto Valenciano de Investigación en Inteligencia Artificial adscrito a la Universitat Politècnica de València.
A través de Pesedia, una suerte de red social con ruedines creada como un campo de entrenamiento que ayude a los menores a adquirir competencias básicas en un entorno seguro, han podido profundizar en las peculiaridades del comportamiento de este colectivo. “Al principio les pasábamos unas encuestas donde valorábamos su actitud frente a la privacidad en las redes sociales”, comenta Argente. Sus niveles de conocimiento, adquiridos en formaciones de institutos y colegios, contrastaban con el uso que luego hacían de la plataforma. “Fácilmente acababan compartiendo información sensible. Sabían la teoría, pero no la estaban poniendo en práctica”, sentencia la investigadora.
Si conocer la teoría no es suficiente, ¿qué hace falta para convencer a un adolescente de que proteja su privacidad en las redes? Los investigadores de la UPV han implementado en Pesedia una serie de advertencias razonadasque se presentan a los usuarios en tiempo real, conforme interactúan con la plataforma. Esas tareas de persuasión se enfrentan además con una dificultad adicional: la ausencia de una personalidad consolidada que es característica de estas edades. “No es posible hacer un modelo que ofrezca una recomendación u otra en función de la personalidad. Tenemos que darles muchos más avisos y completar su información justo cuando van a tomar una decisión”, precisa Alemany.
Pesedia se convierte así en un campo de pruebas que permite practicar los razonamientos pertinentes sin estar expuestos a los riesgos de las redes sociales mayoritarias. Esta plataforma, cerrada por definición, solo es accesible para los alumnos de cada uno de los talleres que realicen sus creadores, que están en conversaciones para habilitarla en el contexto de centros educativos.
Antes de publicar una foto, los usuarios reciben advertencias sobre el alcance real que pueden tener sus publicaciones. Si se disponen a compartir información sensible como una ubicación, se les avisa de los riesgos que entraña que otras personas sepan dónde estamos y las consecuencias que esto puede tener en el mundo real. “Resulta muy obvio decirle a un niño en un taller no compartas la dirección de tu casa y él lo entiende. Pero en un contexto real donde está interactuando con amigos o desconocidos, puede compartir esa información sin saberlo [por ejemplo, al compartir la foto del portal]”, continúa Alemany. Cuando se difunden imágenes que incluyen a otros usuarios se les invita a reflexionar sobre si esa información es suya o de otras personas. Todos los avisos están orientados a hacerles conscientes de las repercusiones que pueden tener las decisiones que toman en estas plataformas.
Después de probar distintos escenarios, los investigadores determinaron que los modos de persuasión más efectivos eran los que atacaban directamente los contenidos que se iban a difundir y presentaban las advertencias como la opinión de un experto (“los monitores son expertos en redes sociales y creen hacer este tipo de publicaciones puede ser peligroso”) o aquellas que les mostraban las consecuencias que podían tener sus acciones (“hacer esta publicación puede tener malas consecuencias para tu privacidad”).
“El motivo por el cual decidimos utilizar argumentos en este experimento es que con ello no les decimos únicamente no publiques eso, sino que también les damos razones. Tratamos de prevenir ese potencial riesgo de privacidad y transmitirles la razón por la cual están cometiendo ese error, para intentar que no lo repitan a la larga”, explica Ruiz-Dolz.
Montiel coincide en que es fundamental que las enseñanzas sobre la mejor manera de conducirse en las redes sociales se presenten como invitaciones a la reflexión sobre los riesgos a los que están expuestos. La experta señala como áreas a explorar el modo en que se utiliza su información para hacer publicidad personalizada, la amenaza del ciberacoso y la captación de menores a través de internet para abusar sexualmente de ellos (online grooming). Además, recomienda como punto de partida ver documentales como The Social Dilemma. “Otra forma es conocer testimonios. Hablar con chicos y chicas de su edad que hayan tenido malas experiencias”, explica.
El objetivo no es lograr que todo lo que publica el adolescente en sus redes emplee las configuraciones de privacidad más restrictivas, sino que aprenda a valorar qué niveles de precaución son los que más le conviene en cada caso. Una habilidad que, coinciden los investigadores, incluso los adultos pueden tener poco desarrollada.
¿Cómo encaja en este contexto la propuesta de Facebook para desarrollar un Instagram dirigido al público infantil? “Por mucha seguridad que le quieran pintar, me parece que es innecesario para un menor y completamente inapropiado”, sentencia Montiel. “Los niños menores de 14 años tienen muchas cosas maravillosas que hacer antes que estar delante de una pantalla”.
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