¿Mujer helada en el trabajo? Su refrigeración se pensó para el hombre
Los lugares de trabajo establecen temperaturas basadas en los índices metabólicos masculinos
En la oficina, se embute en varias rebecas o se pone una sudadera grande que guarda en su archivador. Además, comenta, “en mi mesa tengo una manta enorme para envolverme cual burrito”. Hace poco, “tenía tanto frío que me dije: ‘voy a meterme en el coche a 40 grados y quedarme allí cinco minutos, cociéndome”.
Mahannah, de 24 años, que publicó en Twitter que en el trabajo se sentía como uno de los gélidos Caminantes Blancos de Juego de Tronos, explica que una compañera de trabajo de su agencia de marketing digital también echa mano de los jerséis. Pero, ¿y los hombres? “Pues ahí los tienes, en pantalones cortos”.
Efectivamente. Ocurre cada verano: las oficinas encienden el aire acondicionado y las mujeres se congelan como polos.
Por fin, dos científicos (hombres, conste en acta) pretenden poner fin a la Gran Conspiración de la Oficina Ártica. Su estudio, publicado en la revista Nature Climate Change, afirma que la mayoría de edificios de oficinas establecen temperaturas basadas en una fórmula con décadas de antigüedad que usa los índices metabólicos de los hombres. El estudio concluye que en los edificios se debería “reducir la discriminación por género en materia de confort térmico”, porque establecer unas temperaturas ligeramente más altas podría ayudar a combatir el calentamiento global.
El estudio concluye que en los edificios se debería “reducir la discriminación por género en materia de confort térmico”
“En muchos edificios se ve que el consumo de energía es mucho más alto, porque el estándar está calibrado según la producción de calor corporal de los hombres”, explica Boris Kingma, coautor del estudio y biofísico del Centro Médico de la Universidad de Maastricht (Países Bajos). “Al tener un conocimiento más preciso de la demanda térmica de la gente que está dentro, se puede diseñar el edificio para malgastar mucha menos energía, lo que implica que la emisión de dióxido de carbono sería menor”.
El estudio señala que la mayoría de los termostatos de los edificios siguen un “modelo de confort término desarrollado en la década de los sesenta”, que tiene en cuenta factores como la temperatura del aire, la velocidad del aire, la presión del vapor de agua y el aislamiento de la ropa, y usa una versión de la ecuación de confort térmico de Fanger.
PMV = [0.303e-0.036M + 0.028]{(M – W) – 3.96E-8ƒcl[(tcl + 273)4 – (tr + 273)4] – ƒclhc(tcl – ta) – 3.05[5.73 – 0.007(M – W) – pa] – 0.42[(M – W) – 58.15] – 0.0173M(5.87 – pa) – 0.0014M(34 – ta)}
Se convierte a una escala de siete puntos y se compara con el “porcentaje de personas insatisfechas”, un cálculo del número de personas que pueden sentirse incómodas por exceso de frío o calor.
Parece bastante simple, pero Kingma y su compañero, Wouter van Marken Lichtenbelt, escriben que una variable de la fórmula, la tasa metabólica en reposo (a qué velocidad generamos calor), está basada en un hombre de 40 años y 70 kilos de peso.
Puede que, antaño, ese hombre representase a la mayoría de personas en las oficinas. Sin embargo, ahora las mujeres constituyen la mitad de la fuerza laboral, y suelen tener tasas metabólicas más lentas que los hombres, principalmente porque son más pequeñas y poseen un mayor índice de grasa corporal, que tiene una tasa metabólica más baja que el músculo. De hecho, según el estudio, el modelo actual “podría sobrestimar la generación de calor en reposo de las mujeres hasta en un 35%”.
“Que las mujeres necesiten menos refrigeración supone que se puede ahorrar energía, porque ahora mismo solo estamos refrigerando a la población masculina”, explica Joost van Hoof, físico de estructuras de la Universidad Fontys de Ciencias Aplicadas (Países Bajos), que no participó en el estudio.
“Muchos hombres creen que las mujeres son unas quejicas”, dice. “Pero se debe a su fisiología”.
Fisiología y vestimenta
Los autores también señalan que el modelo no siempre está calibrado minuciosamente teniendo en cuenta el armario estival de las mujeres. Van Hoof, autor de un comentario sobre el estudio, observa que muchos hombres siguen vistiendo traje y corbata en verano, pero que muchas mujeres llevan faldas, sandalias y otras prendas más ligeras y descubiertas.
Las mujeres constituyen la mitad de la fuerza laboral, y suelen tener tasas metabólicas más lentas que los hombres
“El escote está más cerca del tronco, así que la diferencia entre la temperatura del aire y la temperatura corporal en ese punto es más alta cuando hace frío”, explica.
Así pues, en aras de la salud del planeta, los hombres deberían “dejar de quejarse”, afirma Kingma. “Si hace demasiado calor, puedes ir quitándote prendas, pero solo hasta cierto punto. También se puede optar por tener el edificio bien fresco y que las mujeres se pongan más ropa”.
Sin embargo, su estudio ofrece otra solución: cambiar la fórmula. Los investigadores analizaron a 16 mujeres, estudiantes veinteañeras, trabajando sentadas vistiendo ropa ligera en unas salas llamadas cámaras de respiración, que registran el oxígeno inhalado y el dióxido de carbono exhalado. La temperatura de la piel se midió en las manos, el abdomen y otras partes del cuerpo, y las mujeres también se tomaron una píldora con termómetro que registraba la temperatura corporal interna.
Los investigadores descubrieron que la tasa metabólica media de las mujeres era entre un 20 y un 32% menor que la tasa de la tabla estándar empleada para determinar la temperatura en los edificios. Así pues, proponen adaptar el modelo para incluir las tasas metabólicas actuales de hombres y mujeres, así como otros factores como el aislamiento del tejido corporal, no solo de la ropa. La gente que pesa más, por ejemplo, se calienta a mayor velocidad, y los ancianos tienen tasas metabólicas más lentas, según el estudio.
El aumento de la temperatura en la oficina variaría, por supuesto, pero el estudio cita una investigación con resultados de hasta tres grados de diferencia en las preferencias de mujeres y hombres. Kigma afirma que una mujer podría optar por una habitación a 24 grados centígrados, mientras que un hombre preferiría unos 21 grados, que actualmente es la temperatura habitual en las oficinas.
Algunos expertos dudan de que la fórmula propuesta sea fácil de adoptar. Khee Poh Lam, catedrático de arquitectura de la Universidad Carnegie Mellon, afirma que aunque la industria aceptase un cambio del longevo modelo, los edificios suelen albergar diferentes negocios, o “comprimen” a más gente y oficinas que el número para el que están diseñados, de modo que los termostatos y los conductos de ventilación se reparten en diferentes salas. Dada esa improvisación, añade, “determinar que eso afecta a la energía ya me parece un gran salto”.
Aun así, afirma, “tenemos que seguir luchando” para lograr mejoras, porque “el fenómeno de las mujeres que pasan frío es muy, pero que muy evidente”, y los trabajadores que tienen frío o calor son menos productivos.
Los controles de temperatura individualizados son la respuesta del futuro, afirma Lam, que ya en la década de los noventa ayudó a diseñar un “módulo ambiental personal”, a la sazón considerado demasiado caro para su desarrollo comercial. Ahora otras empresas están desarrollando sistemas para que los trabajadores puedan subir o bajar la temperatura de sus cubículos.
A Kimberly Mark, de 31 años, le parecería fantástico. Este verano, en una empresa de software de Natick (Massachusetts), ella y sus compañeras están usando radiadores. El termostato se encuentra en la oficina del “tipo que está a mi lado”, explica, “y yo soy la única mujer de las oficinas que él controla”.
Phoebe McPherson, de 21 años, dice que a veces se tiene que poner mallas gruesas, una camiseta de manga larga, un jersey y botas de motorista para trabajar en una empresa de reciente creación de Reston, en Virginia, dedicada a la tecnología sanitaria. Suele añadir una manta escocesa, se “envuelve las piernas con otra manta” y, a pesar de las pintas, también se pone una batamanta para cubrir todos los resquicios.
“Una vez me puse un vestido y tuve que ir a cambiarme”, dice McPherson, que fue a la universidad en New Hampshire. Mientras que muchos de mis compañeros llevan camisetas de manga corta, “yo me traigo al trabajo toda mi ropa de New Hampshire”. Y cuando eso y el café caliente no bastan, se frota contra una pared de piel sintética que hay en la oficina, aunque solo sea “para sentir el calor al contacto con la piel”.
Traducción de News Clips
© 2015 New York Times News Service
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