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opinión
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Por qué voy a dejar mi Apple Watch

La directora de moda de 'The New York Times' analiza el diseño del último dispositivo estrella de Apple

Una empleada de una de las tiendas de Apple en Nueva York prueba el reloj con un cliente.
Una empleada de una de las tiendas de Apple en Nueva York prueba el reloj con un cliente.Michael Nagle (Bloomberg)

Quería que funcionase. Quería enamorarme, como tantas de mis amigas. “Lleva tiempo”, decían. “No esperes un flechazo. Deja que se consolide con el tiempo”.

Así lo hice. Sabía que otros miraban con envidia lo que tenía, pero un mes y medio después de conocernos, he decidido que es hora de, bueno, poner punto final.

Voy a romper con mi Apple Watch. La relación, a pesar de todas mis expectativas, no era lo que yo necesitaba. Toda la atención que había puesta en San Francisco y en la próxima gran innovación de Apple (¡el streaming!) hizo que me diese cuenta de que no sintonizábamos.

Sin embargo, nunca lamentaré las semanas que pasamos juntos, ya que aprendí algunas verdades importantes sobre mí.

Como, por ejemplo, que no quiero que me definan por un tema de conversación en mi muñeca.

Cuando intento leer un correo electrónico o el texto de un titular en su pequeña pantalla tengo que levantar la muñeca casi hasta la altura de los ojos

Existe una razón por la que llevo el mismo bolso (sin logotipo) a todas partes; una razón por la que mi reloj (antes del de Apple) no emitía sonidos de timbres ni de tourbillon; y una razón por la que opto por ropa que no se puede identificar por temporada o por diseñador y que no aparece en algún anuncio que haya visto.

Paso mucho tiempo en un mundo en el que los productos son un símbolo para identificar a la gente, y conozco muy bien los riesgos de que me asocien a esta semiología (aunque reconozco totalmente mi disposición a asociarla a los demás). Pero cuando empecé a llevar el Apple Watch (la esfera de 38 milímetros con correa de malla milanesa, que es el tamaño más pequeño con una pulsera de acero inoxidable), se convertía en un tema de conversación allí donde fuese: en reuniones en el trabajo, en la pastelería, en las competiciones de atletismo de mi hijo. Ha estado en tantas partes y se ha anunciado tanto que, sencillamente, era inconfundible.

En primer lugar, todo el mundo quería saber algo de él. Luego querían probarlo. Y luego realizaban algunas suposiciones sobre mí. Que, sinceramente, yo hubiese hecho sobre cualquier otra mujer como yo que se pasease por ahí con una gran caja negra en su brazo.

Porque por muy atractivo que sea el Apple Watch en comparación con otros relojes o pulseras inteligentes, o el adelanto estético que suponen sus esquinas redondeadas y su pantalla rectangular, sigue pareciendo un aparato. Especialmente en alguien, como yo, con unas muñecas relativamente pequeñas.

No es solo que su esfera abarque todo el ancho de mi antebrazo; su pequeño y moderno salvapantallas que tantos expertos han alabado – el Mickey, la mariposa o la galaxia (que es el que tengo) o las pseudo-manillas (las que, en concreto, están siempre en todas las fotos del reloj, y las que en realidad hacen que parezca un reloj) – también está en modo de ahorro de energía la mayor parte del tiempo. Cada vez que lo veo, quiero gritar, “Teletranspórtame, Scotty”.

No es que sirviese de mucho. Cuando se pulsa, no aparece la imagen. Incluso cuando muevo mi brazo con fuerza arriba y abajo, a menudo hacen falta varios intentos para que aparezca la Tierra. La posición por defecto es una imagen en blanco. Igual que cuando intento leer un correo electrónico o el texto de un titular en su pequeña pantalla, porque tengo que levantar la muñeca casi hasta la altura de los ojos, o, si recibo una llamada y mi teléfono real no tiene cobertura, porque tengo que hablar al vacío: si te encuentras con tus hijos o tus amigos, es como una invitación a hacer el ridículo.

Las funciones rutinarias que las aplicaciones del reloj pueden realizar parecen más una pérdida de control que un adelanto

“¿Por qué te da más vergüenza que mirar continuamente un teléfono?”, decían mis amigos cuando me quejaba. Es una pregunta razonable, pero después de reflexionar un poco, creo que la respuesta es sencilla: un teléfono se sujeta con la mano, y estamos acostumbrados a ver a la gente leer cosas que tiene en las manos, como, por ejemplo, un libro. Pero ver a alguien observando fijamente su muñeca (o simplemente mirándola de reojo) transmite otra cosa enteramente distinta: (1) falta de educación o (2) frikismo.

No parece que esto haya molestado a los que escriben sobre tecnología, ya que la mayoría de las reseñas del aparato han sido convincentemente positivas, basadas sobre todo en lo que puede hacer por ti. Y, sin duda, es más discreto que las Google Glass [sus gafas inteligentes], aunque no estoy segura de que eso sea decir mucho.

Vale, todo esto carecería probablemente de importancia si el reloj realmente estuviese transformando mi vida, como ha hecho mi iPhone. Pero nunca he tenido problemas para alejarme de mis correos electrónicos cuando he tenido que concentrarme en otra cosa –de hecho, me he entrenado para compartimentar– y por eso necesito avisos específicos para lo que es importante.

Y la pequeña pantalla es, sencillamente, demasiado pequeña para leer de verdad, por eso me molestaba y no me alegraba tanto cuando me avisaba de que había recibido mensajes de mi seres queridos; y cuando leía un titular, lo único que quería hacer era encontrar el resto de la historia.

Además, las funciones rutinarias que las aplicaciones del reloj pueden realizar – entregar tarjetas de embarque de avión, abrir puertas de habitaciones de hotel – parecen más una pérdida de control que un adelanto. Llámenme ludita, pero, sinceramente, no me importa abrir cosas con mis manos de verdad. El nuevo sistema operativo del reloj que se anunció esta semana puede cambiar la situación, pero no estoy segura de que tenga paciencia para esperar.

Es más (y sé que esto será una herejía para cualquiera que esté muy entusiasmado con la próxima oferta pública de venta de acciones de Fitbit), las aplicaciones de mantenimiento físico –el seguimiento de mis pasos, la medición de mi ritmo cardíaco, el que me diga que me levante cuando estoy en medio de un artículo– parecen más una carga que una liberación.

Me he esforzado mucho para no depender de unas máquinas de ejercicios que me digan lo mucho que he trabajado –cuántas calorías he quemado y cuántos escalones he subido– en parte porque sabía que, en cualquier caso, estaba haciendo trampas casi todo el tiempo y que, por tanto, no podía fiarme de los resultados, y en parte porque se convertía en una excusa para modificar, o no, mi comportamiento posterior.

El reloj en realidad no es un accesorio de moda para los aficionados a la tecnología. Es un accesorio de tecnología que pretende ser un accesorio de moda

Pero lo cierto es que yo ya sé cuándo estoy en forma; puedo ver la diferencia en mi cuerpo, y sentirlo cuando monto en bicicleta por el parque. El reloj amenazaba con provocarme otra neurosis por los números, y es una tentación que preferiría no tener. Además, tengo demasiados amigos que miran sus medidores de actividad física en medio de una conversación, y acto seguido saltan de la silla y se ponen a andar enérgicamente de un lado para otro, para saber si mejora mi vida.

Me gustaba el hecho de que pudiese apagar el sonido de mi teléfono, y de que el reloj vibrase cuando, por ejemplo, mis hijos me llamaban y tenía que coger la llamada. Pero al final no era suficiente.

Cuando le hablé a un compañero de la ruptura, me comentó que quizás yo no fuera el tipo persona para la que está pensado el Apple Watch, y de que no debería dudar en decirle al Siri de mi muñeca, “No eres tú, soy yo”. Y puede que tenga razón.

Pero no creo que sea así, y no solo porque, a menudo, los extremos se atraen. Sino porque, en realidad, soy la clase de persona para la que está pensado: una persona que no es aficionada a la tecnología y que, de lo contrario, no tendría muchos aparatos (un teléfono, un iPad y un portátil), pero a la que podrían convencer de que comprase otro por su conveniencia.

Así es como Apple aumenta su cuota de mercado y así es como posee una categoría después de todo: atrayendo a los que no son adictos a Apple. Es la razón por la cual la empresa se ha esforzado tanto para acercarse al mundo de la moda.

Pero pasa lo siguiente: el reloj en realidad no es un accesorio de moda para los aficionados a la tecnología. Es un accesorio de tecnología que pretende ser un accesorio de moda. Sencillamente no podía enamorarme de él.

Traducción de News Clips

© 2015 New York Times News Service

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