Fabricantes de silencio y medidores de saltos
La feria CES amplía el espacio de las ideas y experimentos que buscan inversores
“Mira, mira, así no se te quema la espátula”, insistía un expositor mientras la pegaba sobre el mando de la sartén. “Es que llevan imanes y permite dos posiciones”, subrayaba con interés. Así es Eureka Park, una zona escondida dentro del hotel Venetian. Este invento, junto con una especie de soporte para guardar cosas bajo el teclado, son dos de los prototipos que buscan financiación para llegar al mercado de consumo. Es posible que alguno dé, precisamente, el perfil de lo que se espera del CES, como es el caso.
La moda, en muchos casos, es pedir apoyo a través de la web de financiación colectiva Kickstarter. Junto al producto dan una pegatina para solicitar apoyo. No siempre funciona, pero a Catherine Seys sí. Ha venido a Las Vegas junto a su marido, desde París. Ambos han inventado un teléfono doméstico que pretende ser más cómodo. El modelo que muestra es el único que tiene. En pocos meses saldrá al mercado uno similar por 135 euros. “Si ha evolucionado tanto el móvil, ¿por qué no el fijo?”, se pregunta para justificar la creación de un aparato que recuerda al expendedor de pimienta de un restaurante italiano, solo que cambia la madera por el plástico pulido en blanco. Si se toma en la mano, funciona como cualquier otro. Al posarlo sobre una superficie plana, se activa la opción de manos libres. En la parte inferior esconde la pantalla para ver quién llama y los número más frecuentes. Distribuye y capta muy bien el sonido. Sencillo y práctico.
El caso de David Culyba, cuyo equipo lo forman cinco personas, es radicalmente opuesto. En teoría, PopChilla es un robot de peluche, muy parecido a un teletubbie. En la práctica es parte de un programa para ayudar a los niños con autismo. “No lo vendemos en tiendas sino a educadores y terapeutas. Se acompaña de una aplicación para tabletas y un programa de ordenador”, expone el inventor.
Los hay quienes le toman gusto a la exposición de emprendedores y repiten
Los hay que han tomado gusto a este oasis de emprendedores y repiten. Es el caso de Modular Robotics con sus módulos de cubos. La novedad en esta edición es que se pueden añadir piezas de Lego y han lanzado el módulo con Bluetooth. “Esto sirve para abrirse al control desde el móvil. Es decir, se puede teledirigir un robot desde el móvil” expone uno de sus jóvenes comerciales.
Oliver Abeleda ofrece un sensor para medir los saltos. Lo llama Mayfonk. Al igual que existen los de ritmo cardiaco, este inventor de origen filipino quieren ganarse el favor de los jugadores de balonvolea y baloncesto. “Solo tienen que ponerse un clip en el pantalón. Después, se les envía al móvil el resultado del entrenamiento con todo detalle”, incide.
En Robotex les gustan los atropellos; casi se lo toman como una forma de pasar el rato. Ofrecen unos robots con ruedas de oruga, como los carros blindados, para controlar el entorno a distancia. Eddy Chan, vicepresidente de desarrollo, no oculta su orgullo californiano: “Somos de Palo Alto, claro. Y tanto el FBI como el ejército ya nos han comprado varios”.
No se rinde. “¿Te gusta? Te lo vendo por 299 dólares”, insiste, sin caer en la cuenta que no es algo que sea ni para todo el mundo ni para usar a diario.
El hombre más buscado no es precisamente un jovencito. Se llama Yossi Barath y ha venido de Israel. Es el consejero delegado de Silentium. Y lo que vende es nada, bueno, nada, es un decir. Vende silencio, un chip que fabrica el silencio.
Primero aclara que hay que detectar la fuente si es una concreta, como el caso de un ventilador o un compresor, o si en cambio, es de ambiente. Si es lo primero, se añade el chip en el aparato y lo neutraliza. Si es lo segundo, entonces la función de anular es algo más estática y basada en el individuo que proteger. Así ofrecen una especie de almohada para poner sobre el sofá, a la altura de la cabeza
La estrella de la muestra es un chip que, instalado en un aparato, permite anular los ruidos del ambiente
La tecnología utilizada es bastante parecida a la de los auriculares para viajeros con un matiz, no necesitar cerrar el oído. Su campo de acción es mayor. Para el consumidor, da sensación de magia. Solo él queda al margen de la distorsión acústica.
Barath insiste en que no es caro: “Si se compra una cantidad considerable puede costar como 10 dólares”. Y tampoco consume demasiado. “Tan solo 2 vatios”. Su intención no es vender el chip directamente a los consumidores, sino a empresas dedicadas a hacer asientos de trenes, aviones o autobuses, así como a los fabricantes de herramientas de trabajo.
Llama la atención que algo tan bien acabado esté en la zona Eureka, rodeado de jóvenes. Barath se justifica: “El ambiente aquí es mejor, no es tan comercial, se puede hablar y explicar el funcionamiento con comodidad”.
Es posible que muchas de estas ideas jamás lleguen a ser realidad, a usarse de manera cotidiana; pero también lo es que en Estados Unidos se incentiva la creatividad sin temor a equivocarse.
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