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Linux, el triunfo silencioso

Móviles, empresas, entornos críticos y la infraestructura de la Red funcionan con este sistema

El pingüino, símbolo de Linux.
El pingüino, símbolo de Linux.

 Cuando navega por Internet, utiliza Linux. Cuando busca en Google, chismorrea en Facebook o juguetea con su teléfono Android —850.000 se activan a diario—, también usa este sistema operativo. Y cuando ve una película en el avión, saca dinero del cajero, le da al mando a distancia de la tele... Linux está en el corazón de múltiples actividades cotidianas, aunque no sea consciente.

El sistema operativo abierto más implantado en el mundo y motor del movimiento del software libre no está, sin embargo, masivamente instalado en los ordenadores de sobremesa donde reina Windows (Microsoft) con un 92% de cuota de mercado. Al igual que en los noventa, cuando Linus Torvalds (Helsinki, 1969) desarrolló Linux. El viernes la Academia de Tecnología de Finlandia reconocía a su compatriota por crear un sistema de “gran impacto en el desarrollo de los programas abiertos, el trabajo en red y la apertura de la Web para hacerla accesible a millones de personas”.

Torvalds tenía 21 años y estudiaba ingeniería informática en la Universidad de Helsinki en 1991. En su habitación empezó “un pequeño proyecto, un divertimento para aprender. Pero resulta que hacía todo lo que un sistema operativo debe hacer”.

El joven subió la primera versión de Linux a la Red y el boca a boca digital hizo el resto con un sistema protegido bajo la Licencia Pública General (GPL), que permite su uso, copia, modificación y libre distribución. A diferencia de otros, Linux mejora de forma colaborativa. Cerca de 8.000 desarrolladores y 800 compañías han contribuido en sus 15 millones de líneas de código desde 2005. La Ilíada, de Homero, tiene 15.000. Y cada tres meses sale una nueva versión del núcleo bajo la supervisión de Torvalds.

“Con Linux se dieron por primera vez las condiciones para que cualquiera instalase y utilizase un sistema operativo modificable”, explica Miguel Jaque, director del Centro Nacional de las Tecnologías basadas en fuentes abiertas (Cenatic). “Podías saber cómo funcionaban sus líneas de código. Se acabó el secreto. Y empezó el auge del software libre”.

Veinte años después no ha conseguido colarse en los ordenadores domésticos (0,98% de cuota mundial según Netmarketshare), pero reina en móviles, empresas, centros de datos, entornos críticos y en la infraestructura de la Red. El 80% de las transacciones bursátiles se realizan en sus plataformas y 9 de cada 10 superordenadores llevan el símbolo del pingüino en su interior. Hasta televisiones y coches. El 25% de su coste ya es software y en cuatro años será el 75%. De ahí que gigantes como General Motors, BMW, Hyundai, PSA Peugeot Citroën y Renault-Nissan construyan una plataforma abierta para los sistemas de entretenimiento e información (consorcio Genivi).

En España, Administración y comunidad educativa han liderado su avance. El 83% de organismos públicos tiene instalado algún tipo de software abierto, sin olvidar que Extremadura se puso a la cabeza en ordenadores por alumno gracias a Linex en el lejano 2003. Lo sigue usando, aunque no lo predique tanto. Una marea que se trasladó a Andalucía y Cataluña (Lincat) entre otras siete autonomías. El Guadalinex andaluz atiende hoy a 1.800.000 alumnos de 5.882 colegios con una red de 640.000 PC y 4.200 servidores.

¿Ventajas? “Reduces costes, porque la licencia es gratuita; cambias de proveedor sin problemas y personalizas todos sus componentes”, dice Jaque. El Ayuntamiento de Múnich ha ahorrado un tercio de su presupuesto tecnológico (4 millones de euros) y ahora, en época de crisis, se podría ahorrar más si las Administraciones “compartieran y reutilizaran los recursos informáticos”. En 2011, según el Cenatic, el 46% de ellas crearon sus programas, pero solo el 18% los liberaron.

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