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Los viajeros surfean una red internacional de sofás

No cabe duda de que el piso de Neil Medel en Maniatan resulta acogedor, pero no es nada espacioso. Con sólo seis metros cuadrados y una ventana, es un salón en miniatura. Medel, que tiene 33 años y trabaja para una empresa de importación, duerme en un futón que comparte con 40 pares de pantalones vaqueros que se alzan en pilas desordenadas y cubas de plástico azul llenas de otras pertenencias.

Sin embargo, al menos tres días a la semana, Medel, de origen filipino, es un anfitrión entusiasta y generoso para visitantes de ideas afines procedentes de Los Ángeles, Texas, Suecia, Alemania y otros lugares. Medel es un surfista de sofás, al igual que sus invitados; se conocen a través del Couch Surfing Project, en couchsurfing.com, una comunidad creada hace tres años a partir del modelo de MySpace/Facebook de perfiles personales conectados mediante una red de "amigos".

Según las estadísticas de la página, cuenta con más de 300.000 miembros de más de 31.000 pueblos y ciudades de todo el mundo.

La filosofía del grupo también es su método, que podría resumirse de este modo: yo te ofrezco mi sofá gratis, además de la compañía de mis amigos y una visita a mis lugares favoritos de la ciudad. A cambio, tú ofrecerás algo de ti, y no te limitarás a entrar a hurtadillas en casa a las tres de la madrugada después de haber realizado tu recorrido por mi ciudad. De este modo seremos amigos, aunque sólo sea por uno o dos días. O, como proclama su declaración de intenciones: "Participe en la creación de un mundo mejor, de sofá en sofá".

El surf de sofá adopta una antigua idea de hospitalidad y la incorpora a un paradigma absolutamente moderno: las páginas web de contactos sociales. Pero, como afirman sus miembros con rotundidad, no es una página de citas o destinada a los parásitos. "Es un estilo de vida y un compromiso", dice Medel.

Como es inevitable, nacen romances, matrimonios e incluso bebés entre los surfistas de sofá. Sherry Huckabee, una surfista de 41 años procedente de Charlotte, Carolina del Norte, vive en Rumania desde que se enamoró de su anfitrión, Hans Hedrich, el verano pasado, y puso fin a un recorrido de dos años por Europa. Ahora, Huckabee y Hedrich, de 36 años, dan cobijo a 20 jóvenes surfistas a la vez. Hedrich, dice Huckabee con orgullo, tiene una política abierta de sofá.

En una época de billetes de avión baratos y fronteras porosas, en la que casi todos los rincones de la Tierra, desde Bulgaria a Bután, están abiertos al turismo, el hogar es la frontera final, la última experiencia auténtica.

En lugar de alojarse en algún hotel aséptico de Hanoi, explica Erik Torkells, director de la revista Budget Travel, "si practico el surf puedo ocupar un buen sofá de un expatriado o un lugareño".Y añade: "Ya he sorteado algunas barreras. En circunstancias normales, me llevaba semanas entrar en casa de alguien". Luego, Torkells, de 38 años, pregunta quejumbroso: "¿Esto es para jóvenes, no? Yo ni siquiera quiero dormir en el sofá de mi hermana".

Un día a mediados de septiembre, justo antes de mediodía, Marisol Montoya, una cineasta de 25 años originaria de Los Ángeles, enrollaba su pijama rojo de seda y lo embutía junto a unas zapatillas afelpadas a juego en su maleta. Había pasado dos noches en el diminuto sofá de Medel.

Medel era su segundo anfitrión; había apalabrado tres sofás diferentes, comenta Montoya, porque quería ver tres barrios distintos de Nueva York.

Al igual que Servas, la denominada red de hospitalidad que viene fomentando la paz mediante estancias en casas desde la Segunda Guerra Mundial, el Couch Surfing Project pretende "unir a la gente y crear un entendimiento intercultural", señala Daniel Hoffer, uno de sus fundadores.

Hoffer, de 29 años, fundó su primera página web cuando tenía 15años, y ahora desarrolla nuevos negocios para Symantec, la empresa de seguridad informática.

Su principal cofundador del surf de sofá, Casey Larkin Fenton, de 29 años, también es un veterano de las puntocom. Fenton tuvo la idea del surf de sofá, cuyas semillas se plantaron en un viaje a Islandia hace seis años. "Sabía que era así como yo quería viajar", explica Fenton. "Pero no sabía si ocurriría lo mismo con otras personas. Me propuse ver si había otra gente como yo. Y desde luego que la hay".

Un estado de desplazamiento prácticamente incesante sitúa al surfista de sofá en una zona transnacional, una idea que agrada a Pico Iyer, el autor de padres indios nacido en Reino Unido que lleva 25 años escribiendo sobre hogar y nomadismo.

"Para gente como los surfistas de sofá, el hogar cada vez guarda menos relación con un trozo de tierra y más con los amigos y los valores que conllevan", declara Iyer.

Mark Ellingham, fundador de las guías de viaje Rough Guide, señala que el surf de sofá parece minar la idea del país extranjero como un artículo a degustar y adquirir. "Me recuerda a la época en que todo el mundo hacía autoestop, una práctica que terminó en los años noventa, ya fuera por temor, por una nueva prosperidad, o por ambas cosas".

Jim Stone, de 30 años, lleva tres años y medio practicando el surf sin parar. Fue el miembro número 99 del Couch Surfing Project. Antes trabajaba en la oficina del tasador de impuestos de Denton, Tejas, cuenta, "y me sentí alarmado al ver que habían transcurrido dos años con mucha rapidez y no había hecho nada importante".

Los compañeros de viaje de Stone son un sofá rojo hinchable, un disfraz de Winnie the Pooh con el que le gusta hacer autoestop, dos pares de pantalones elásticos de leopardo, y ropa de trabajo apretujada y guardada en una bolsa hermética en su mochila.

Durante los últimos cuatro años trabaja de manera ocasional para financiar sus viajes. Sin embargo, desde julio trabaja a tiempo completo para el Couch Surfing Project como uno de sus tres empleados asalariados, desempeñando su labor desde el portátil, allá donde se halle él y éste. ¿Significa eso que está echando raíces? "Me gusta esta gira que están realizando mis amigos", dice, describiendo lo que se conoce en los círculos del surf de sofá como colectivos, en los que unos 100 voluntarios, en su mayoría expertos en programación, recorren una ciudad durante uno meses mientras hacen pequeños ajustes a la página web. Para el año que viene está previsto un colectivo destinado a Tailandia.

"Mi madre está muy contenta", reconoce Stone, "sobre todo ahora que tengo un trabajo de verdad".

PETER DASILVA

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