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Raquel Villaécija: “A muchos acusados del caso Pelicot hubo que explicarles que lo que habían hecho era una violación”

La periodista publica este jueves ‘La vergüenza. Crónica del juicio del caso Pelicot’

Raquel Villaécija
Isabel Valdés

― ¿Y cómo está esta mujer hoy aquí?, le preguntó Roger Arata, el presidente del tribunal de Aviñón, a Giséle Pelicot, en la primera declaración que ella hizo.

― En pie, contestó ella.

Ese “en pie” resume de alguna forma aquel proceso al ya exmarido de Gisèle Pelicot, Dominique Pelicot, y a los otros 50 hombres que, invitados por él, fueron hasta su casa, en Mazan, al sur de Francia, a violarla mientras ella permanecía inconsciente después de que él la drogara para que esa violencia pudiera ocurrir, y ser grabada, y fotografiada. Lo hizo, al menos, entre 2011 y 2020. Al resumen de aquella década que supuso el juicio, en el otoño de 2024, asistió la periodista Raquel Villaécija (Madrid, 1981), casi a diario, durante los casi cuatro meses que duró. No porque el medio para el que entonces trabajaba, El Mundo, se lo pidiera. En un principio iba a hacer como la mayoría de periodistas, ir al inicio y volver para el fallo: “Supe que no podía irme, me salió de las entrañas seguir ahí. Una compañera me dijo que había coberturas que elegías y coberturas que te elegían a ti”.

Lo cuenta ella, ahora periodista de este periódico en París, porque cuando acabó el proceso no podía quedarse con “todo eso encima, dentro”. Se puso a escribir. Este jueves, Penguin publica La vergüenza. Crónica del juicio del caso Pelicot. No es solo una crónica del juicio, sino también la historia de cómo Villaécija, como millones de personas en el mundo, intentó “entender por qué y cómo podía ocurrir un horror como ese”, y cómo son todas las estructuras que lo permiten, lo facilitan o lo sostienen: como la web a través de la que Dominique Pelicot contactó con el resto de violadores, o el silencio de todos ellos durante años, también el de algunos que, aunque nunca fueron, supieron qué pasaba en esa casa y jamás denunciaron.

Pregunta. ¿Cómo fue llegar a ese “tribunal de la miseria humana” que usted llama en el libro?

Respuesta. Con un poco de miedo. No soy especialista y no tenía claro si iba a saber darle lo que requiere un caso de estas características. Al final lo haces con la sensibilidad de la periodista que seas, y como mujer. El juicio a Dominique Pelicot fue un viaje en busca de respuestas a algo absolutamente brutal que no había ocurrido antes.

P. Ha dicho “como mujer”. También cuenta en el libro cómo la mayoría de periodistas que se quedaron cada día fueron mujeres: ¿cree que hay cuestiones que solo pueden entender las mujeres?

R. Hay una parte de la violencia sexual que sí, solo podemos entender nosotras. Y este juicio, con 51 acusados, fue paradójicamente un juicio un poco de mujeres. La vigilante de seguridad que convenció a la mujer a la que Dominique Pelitoc grabó en un supermercado en 2020 para denunciar, y que fue por la que se pudo iniciar toda la investigación; la jueza de instrucción; y casi todas de las que adquirimos el compromiso de quedarnos hasta el final, exceptuando cuatro periodistas locales. Y, por supuesto, Gisèle. He pensado muchas veces que si no hubiésemos estado las periodistas que nos quedamos cada día, ella hubiese estado ahí sola, rodeada de esos hombres.

P. También fueron mujeres, cuenta en el libro, la inmensa mayoría de testigos que declararon por parte de los agresores.

R. El otro día escuchaba en una entrevista a un señor que decía que el movimiento feminista actual se había convertido en un colectivo de mujeres que solo pensamos en nosotras mismas. Me llamó la atención, porque las mujeres no hemos dejado jamás de pensar en los demás. A este juicio fue algún hermano y algún amigo, ¿padres? Dos. Pero muchas madres, hermanas, parejas y exparejas. Es la constatación de que las que siempre salimos al rescate, cuidamos, sostenemos, a pesar de todo, somos las mujeres.

P. Incluso las que no fueron exactamente a eso, como alguna expareja. Usted habla de una de ellas, Cindhy B., que lo fue de otro de los acusados, Vincent Coullet, y que contestó que “estaba convencida de que le podía salvar” cuando el abogado de él le preguntó por qué había durado tres años esa relación si ella misma decía “que era celoso y violento”.

R. El síndrome de la salvadora, creer que puedes cambiar a alguien. Esa declaración fue como un bofetón en la cara, me sentí un poco identificada en muchas de esas mujeres, en cómo muchas pensamos eso mismo durante años.

P. Hay otro ejemplo muy claro de cómo se adjudica ese rol de salvadora desde el entorno, no solo de que ellas mismas lo piensen.

R. Fue el caso de la hermana y la madre de Cyril Beaubis, que insistieron en incluir a Céline, pareja del hombre, en su declaración, diciendo que era un ángel que les había caído del cielo, que Céline lo había transformado. Ellas la estaban obligando a estar en ese rol, estaban diciendo algo así como “tienes que seguir salvándole”. Pero ahí no puedes salvar a nadie, te arrastra a ti a ese pozo. En un momento del interrogatorio le preguntaron a Céline si se veía haciendo vida con Cyril si al final no entraba en la cárcel. Se puso a llorar y dijo que no, que era demasiado difícil. Tampoco estuvo en la lectura de la sentencia, con lo que entiendo que eligió salvarse ella misma.

P. ¿Hubo algo que recuerde de forma especial del juicio?

R. El punto de inflexión para mí fue cuando empezaron a declarar los acusados: me interesaba escucharles a ellos, porque esos son mi padre, mi vecino, mi hermano, mi tío, mi novio... Esos hombres en teoría normales, que no tenían nada de normales. Cuando declaró la mujer del primer acusado, salí llorando. Pensé: “Esa mujer podríamos ser cualquiera”. Hay un momento en el que eres consciente de que hay una parte de ti que se va a quedar ahí, en ese juicio, y que no va a volver.

P. ¿Cómo se convive desde el periodismo durante tanto tiempo con esa realidad?

R. Esa barrera que intentas poner siempre acaba cayendo. Son muchos días, diez horas al día, con ese horror, con esos hombres, a los que te encontrabas también fuera en una cafetería o comiendo o comprando tabaco si eran de los que estaban en libertad provisional, o en la máquina del café. Viendo esos vídeos. Escuchándolos. Viendo a Gisèle asistir a todo sin derrumbarse. Luego te ibas al hotel y te llevabas todo eso, no podías dormir. Todo ahí, todo el rato, dándole vueltas. ¿Y sabes qué fue lo más violento?

P. ¿Qué?

R. Ver cómo negaban haber violado a Gisèle, incluso después de que proyectaran el correspondiente vídeo. Casi todos repetían lo mismo: que habían sido engañados por el marido, o que no tenían intención de violar y, por lo tanto, no era violación, o que lo habían hecho con su permiso y, por lo tanto, tampoco lo era.

P. ¿Cree que alguno reconocerá la violencia?

R. Muchos de los acusados no habían ni oído la palabra consentimiento, no sabían lo que era y en la cárcel hubo que explicarles que lo que habían hecho era una violación, que era un delito. No lo digo por atenuar ni justificar, evidentemente, es para entender qué era lo que estaba pasando. Quizás porque quiero tener un poco de esperanza, creo que algunos hicieron un ejercicio de reflexión. Hubo uno que nos lo tomamos a broma en su momento, pero dijo que cuando saliera de la cárcel iba a montar una asociación para los hombres para explicarles qué era el consentimiento, realmente acababa de descubrirlo.

P. ¿Descubrió usted algo?

R. Muchas de nosotras, de las que estábamos ahí y de las que no, empezamos a identificar situaciones de violencia que habíamos sufrido y en las que antes no habíamos reparado, no habíamos revisado. Y eso, como todo, como el propio juicio, a puerta abierta, fue gracias a Gisèle Pelicot. Le estaré y creo que todas, agradecida eternamente.

P. ¿Ha vuelto a verla hace poco?

R. Hace dos semanas, en Nimes, porque se abrió el juicio por el recurso de apelación del único de los condenados que lo ha hecho, que ha sido condenado a diez años, una pena un año mayor que la anterior. Cuando llegó y se sentó en el tribunal, Gisèle se giró y nos miró a todas, nos sonrió. Después nos dijo que se había alegrado mucho de volver a vernos. Quiero pensar que de alguna forma la acompañamos. Y ha cambiado.

P. ¿En estos meses?

R. Desde que empezó el juicio en septiembre de 2024. La primera semana, en la que ella declaró, llegaba con las gafas de sol, y como más encogida, algo rígida. A partir de la segunda semana, empezaron a llegar mujeres, la esperaban a la entrada y la salida, aplaudían, le daban las gracias. Ella dejó de ponerse las gafas. Tengo la sensación de que ese apoyo, esas mujeres que de alguna forma la sostenían, hizo a Gisèle cada vez más y más grande, y ellos cada vez más y más pequeños.

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.
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