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Gisèle Pelicot: “Este es el juicio de la cobardía”

La víctima de centenares de violaciones a manos de hombres que su marido reclutaba por internet habla por última vez en el proceso: “Es el momento de que la sociedad machista, patriarcal, que banaliza la violación, cambie”

Llegada de Gisèle Pelicot a la jornada 48 del juicio que tiene lugar en el Tribunal de Aviñón.Foto: Edgar Sapiña Manchado (EFE) | Vídeo: EPV
Daniel Verdú

—¡Mientes! ¡Y morirás solo con tu mentira, Dominique Pelicot!

Caroline, la hija del principal acusado en el caso de violación de Gisèle Pelicot, acababa de escuchar cómo su padre negaba que la hubiera agredido sexualmente también a ella. Desde el fondo de la sala del Tribunal de Aviñón que juzga el caso desde el pasado 2 de septiembre, la mujer se enfrentaba a su padre y no aceptaba su versión. “Es una pena para ti, ¡qué cara tienes!”, continuaba mientras el presidente la llamaba al orden.

La jornada 48 del juicio a Dominique Pelicot y otros 50 acusados de violar a su esposa durante 10 años mientras esta se encontraba sedada terminó de la forma más dramática posible. Los hijos del violador, del cerebro de la trama a través de la cual quien había sido su esposa durante años fue violada más de un centenar de veces, le negaron cualquier acercamiento. “Quiero, antes que nada, dirigirme a mis hijos: es la primera vez que los veo desde hace cuatro años”, declaró como introducción. El septuagenario continuó: “He comprendido la magnitud del daño y la destrucción, y lo lamento profundamente”. Siguió con su alocución negando que jamás “tocase” a sus “hijos o nietos”. “Aunque no los vuelva a ver, aunque no vuelva a verlos a ellos, los llevo dentro de mí de todos modos”, aseguró, dirigiéndose a David, Caroline y Florian Pelicot.

El problema es que sus hijos sospechan que pudo abusar también de sus nietos y de Caroline, de la que se encontraron unas fotos desnuda entre los miles de archivos de los que se incautó la policía. Pero Pelicot lo negó tajantemente, pese a la petición de Antoine Camus, el abogado de la familia, de que ofreciese una explicación convincente que permitiese a sus hijos vivir en paz. “Estos momentos son la última oportunidad que tiene de contacto con su familia, al menos, con Caroline”, le advirtió. Pero Pelicot se cerró en banda. “No intento convencerla. No recuerdo haber tomado esas fotos. Me lo dijo mi hijo. En el punto en el que estoy, si lo recordara, se lo diría. Nunca la toqué”.

El juicio llega a su recta final y se espera una sentencia para el próximo 20 de diciembre. La tensión de la jornada del martes, sin embargo, ayudó a aclarar algunos puntos. Hay una pregunta, por ejemplo, que nadie había respondido todavía y que resume perfectamente la postura de la víctima, Gisèle Pelicot. ¿Por qué sigue llevando el apellido de ese hombre después del sufrimiento que le causó? ¿Por qué ella sigue llevándolo, cuando sus propios hijos están cambiándolo? Después de 82 días del comienzo del juicio y de 48 sesiones de tribunal, ella misma lo respondió: “Cuando llegué aquí, mis hijos tenían vergüenza de llevar este apellido. Pero también tengo nietos que se llaman Pelicot, y quiero que ellos no sientan vergüenza de llevarlo, que estén orgullosos de su abuela. A partir de hoy, Pelicot será la señora Pelicot y no el señor Pelicot. Mis nietos, que acaban de comenzar el colegio, no tendrán que sentir nunca más vergüenza”.

La pregunta de la defensa de uno de los acusados, en realidad, buscaba otro efecto. Pero, como pasa a menudo en este juicio, terminó convertida en una muesca más en el revolver de la lucha de la víctima.

El periódico Libération amaneció este martes con una portada dedicada a Gisèle Pelicot en la que titulaba con el lema de los Mosqueteros en versión feminista: “Una para todas”. El caso es ya una un momento histórico de la crónica judicial francesa y de la lucha feminista. La víctima, una mujer de 72 años que durante una década fue violada por decenas de hombres con quienes su marido contactó por internet, ha aguantado estoicamente un duro tránsito que ha convertido en la bandera de una lucha contra las agresiones sexuales y la sumisión química. Y, sobre todo, un símbolo de cómo transformar la vergüenza que históricamente sienten las víctimas de abusos cuando quieren denunciar en un foco sobre los verdaderos culpables: “Este el juicio de la cobardía”, lanzó este martes en la que será su última declaración delante del juez y de los 51 acusados, entre los que estaba quien fue su marido.

Gisèle Pelicot y su familia han encontrado cierto resuello ante los horrores vividos en la posibilidad de que el proceso cambie la manera de afrontar estos temas en Francia. Por eso ella, aconsejada por su hija Caroline, decidió que todo el juicio se celebrase de forma pública y se permitiese la entrada de periodistas. “Es el momento de que la sociedad machista, patriarcal, que banaliza la violación, cambie. Es el momento que debe cambiar la mirada sobre la violación”, lanzó como parte de su último alegato.

El juicio encara ahora su recta final y se espera una sentencia para antes del 20 de diciembre. Y la víctima aprovechó su turno de palabra para mirar atrás. “Desde el inicio de este juicio, he escuchado muchas cosas increíbles e inaceptables, pero así es como debía desarrollarse este juicio: sabía a qué me exponía al rechazar el proceso a puerta cerrada”, comenzó la víctima. “Por supuesto, reconozco que el cansancio hoy se siente. He estado omnipresente. Y me cuesta mucho cuando se dice que prácticamente es una banalidad haber violado a la señora Pelicot”, continuó.

La idea de la banalidad ha ido perdiendo peso a medida que pasaba las audiencias. Y la declaración de Pelicot, muy dramática por el intento del acusado de acercarse a sus hijos, descartan completamente ese acercamiento al caso. Especialmente después de escuchar la lectura de las declaraciones a la policía cuando fue interrogado por otros dos posibles casos de violación que le señalan, uno de los cuales terminó con la muerte de la víctima en 1991. El otro, ocurrido en París en 1999, fue admitido por Pelicot, pese a negar que terminase violando a la víctima.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
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