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Una mujer denuncia una sumisión química durante una convención de una gran inmobiliaria en Santander

La víctima relató ante la Policía Nacional de Zaragoza cómo despertó a las ocho de la mañana del sábado 15 de junio desnuda y sin saber cómo había llegado a su habitación de hotel, dio después positivo en cocaína y benzodiacepinas que ella no consumió voluntaria ni conscientemente

Clientes con copas en una discoteca de Madrid.
Clientes con copas en una discoteca de Madrid.Claudio Alvarez
Isabel Valdés

“Habitualmente no bebe alcohol, pero esa noche, como algo excepcional, sobre la una de la madrugada, se bebió un cubata de ron con Coca-Cola, no recordando nada más de esa noche. Lo siguiente que recuerda es que a las 8.00 del día 15 escuchó la puerta de su habitación cerrarse, una persona desconocida había salido de su habitación. Se percató de que se encontraba desnuda en la cama (algo inusual, ya que ella duerme con pijama), dolor vaginal, marcas en las muñecas como de haber sido sujetada con fuerza y una moradura en el muslo derecho”.

Esto es parte de la denuncia que María —un nombre al azar para proteger su identidad— interpuso ante la Policía Nacional de Zaragoza el 20 de junio a las 10.30 junto a un amigo que trabaja con ella y que también declaró. Este diario ha tenido acceso a ambos documentos. Lo hicieron después de volver de una convención en Santander con su empresa, una gran inmobiliaria con sedes en toda España, el fin de semana anterior. Fue allí, en la madrugada del viernes 14 al sábado 15, cuando ocurrió. El domingo ella dio positivo en un autotest en cocaína y benzodiacepinas, drogas que ella no consumió ni voluntaria ni conscientemente. Volvió a dar ese positivo días después, en el hospital. La policía ha encontrado a la persona con la que María estuvo, no le han dicho quién era, pero sí “que él afirmó que el acto fue consentido”.

María está en la veintena y lleva dos semanas intentando recordarlo todo. Después de convivir con una laguna casi completa cuatro días, el pasado miércoles recordó que alguien la tiraba sobre la cama, un puñetazo y un bofetón. Y de nuevo un apagón de la noche en la que ocurrió.

Ese viernes 14 de junio María y su amigo llegaron a Santander sobre las 15.00. Aunque la convención empezaba el sábado, esa noche la empresa tenía una fiesta en un local. Sobre las 21.00 pasaron por un bar a tomar algo con otro compañero de trabajo, —ella, una Coca-Cola—, y entre las diez y media y las once llegaron al Rosé, una discoteca en ese punto de encuentro nocturno que es la plaza del Cañadío. Allí estaban “el resto de compañeros de trabajo de la oficina” en la que estaban empleados ambos, en Zaragoza, y “también trabajadores de otras oficinas de España”, se lee en la declaración de su amigo.

Al entrar al Rosé fueron a pedir, María ese único “ron cola”, y se fueron con el resto. Sobre la una menos veinte, su amigo recuerda verla “con la misma copa” del principio. Le preguntó “¿no te la bebes?”, ella contestó que sabía “a colonia” y le ofreció probarla. Él dio un sorbo, en su declaración pone que le supo “raro” y pensó que era “garrafón”. Media hora después, cansado, le preguntó si estaba bien y, al ella responderle que sí y, “quedándose tranquilo” porque estaba con otros compañeros, se marchó. Le envió un mensaje minutos después: “Llámame cuando llegues”.

Pero no lo hizo. María se despertó a las ocho de la mañana del sábado sin recordar cómo había llegado hasta su habitación de hotel, a unos cuatro minutos andando de la discoteca. Le envió un mensaje a las 8.26: “Ni puta idea de cómo llegué ni cuándo”. Y envió uno más en respuesta a otro que había recibido de un compañero a la 1.46: le enviaba a ella su propio número de teléfono. Cuando lo vio, a las 8.40, ella le contestó “???”. No obtuvo respuesta.

“Muy confundida”, se levantó, se duchó y bajó a desayunar con su amigo. Solo a él le contó el apagón de alrededor de siete horas que tenía. Se fueron a la playa y, según contó su amigo a la policía, fue ahí cuando ella se dio cuenta de que tenía más moratones “que desconocía en qué momento” se había hecho. Fue entonces cuando preguntaron a algunos compañeros de trabajo si recordaban haber visto o haber estado con María. Nadie se acordaba.

El sábado pasó el día en la convención y cuando se encontró con el compañero que le había enviado su propio número y le preguntó por qué, él contestó “que no recordaba el motivo, ya que iba muy borracho”. Ella no le creyó, porque fue “muy esquivo” al responder, y lo que María sí cree “es que alguien le pidió su teléfono y por error se lo envió a ella”, añade la denuncia.

Ya por la noche, María y su amigo fueron a dar una vuelta, “tranquilos”. El domingo volvieron a Zaragoza sobre las seis y media de la tarde y decidieron ir a comprar los “dos test multipanel de orina”, unas pruebas para detectar distintas drogas —entre ellas anfetaminas, benzodiacepinas, cocaína o éxtasis—, que pueden comprarse en farmacias. “Positivo en cocaína y benzodiacepinas, sustancias que ella no consume”, se lee en su denuncia.

Ese mismo domingo vio que tenía un cargo en el banco de seis euros del pub donde habían estado, sin recordar tampoco haber pagado nada con la tarjeta. Al comprobar sus llamadas vio que había recibido una esa madrugada, a la 1.41, de un teléfono que no tiene en la agenda: no la recuerda. Respondió a esa llamada a las 2.08: tampoco lo recuerda. Y a las 4.01 tenía una llamada perdida de otro número: tampoco lo tiene guardado, tampoco lo recuerda. Lo que “sí sabe” es que son “trabajadores de la ciudad de Zaragoza, ya que está en un grupo de WhatsApp de la empresa con ellos”, consta en la denuncia.

El lunes, María y su amigo fueron a trabajar y le contaron al jefe de su oficina lo que había ocurrido. “Si estáis bien y llegasteis al hotel no quiero saber nada más de estas cosas, mucho cuidado con armar un escándalo que estas cosas no están bien vistas aquí. Quietecita”, fue la respuesta de ese hombre.

Ella pasó dos días sin recordar nada más. Hasta el miércoles, cuando se acordó de que despertó porque alguien salió de su habitación y dio un portazo. En ese momento decidió que tenía que ir al hospital y a denunciar. Esa misma tarde, fue a las urgencias del Universitario Lozano Blesa, donde activaron el protocolo de violencia sexual. El hospital dio parte a la UFAM (Unidades de Atención a la Familia y Mujer) de la policía y los agentes, al forense de guardia. Le hicieron las pruebas pertinentes y le tomaron la declaración que al día siguiente fue a firmar a comisaría.

Los resultados de la bioquímica, a los que este diario ha tenido acceso, dieron los mismos positivos que su autotest: cocaína y benzodiacepinas. De las marcas que tenía cuando se despertó el sábado, desnuda, le queda un morado “en fase de resolución de 4x2 cm” en el muslo derecho.

En la denuncia consta que ella “desconoce con quién estuvo ni quién la acompañó a su habitación, pero quiere dejar constancia que en el caso de haber tenido relaciones sexuales con alguien esa noche, no han sido consentidas”.

Este lunes, María, acompañada de su amigo, volvió a la UFAM. Había recordado algo más, cómo “alguien la había cogido del brazo, la tiró en la cama, la sujetó con fuerza y, cuando ella se defendió dando una patada, él respondió con un puñetazo y un bofetón”. La UFAM no le permitió ampliar esa declaración y le comunicó que “ya habían localizado a la persona con quien se fue por testigos, sin indicar quién era. Dijeron que él afirmó que el acto fue consentido, y sugirieron que probablemente el caso se archive”.

María es una de tantas mujeres que un día se despiertan y no saben qué pasó, pero saben que pasó algo. Cuántas, se desconoce: la bolsa oculta de violencia sexual en España se estima en el 90%. Las últimas cifras facilitadas por el Ministerio de Interior a este diario de agresiones sexuales con y sin penetración en las que el medio empleado han sido drogas o fármacos reflejan una subida: 28 en 2015, 33 en 2016, 43 en 2017, 50 en 2018 y 59 en 2019. En 2020, a pesar de los confinamientos y las restricciones por la pandemia, fueron 39. En 2021 fueron 64, en 2022 se registraron 160; y el pasado año, hasta junio, 136.

Advierten agentes de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, psicólogas, abogadas y expertas que, si la violencia sexual de la que se es consciente ya presenta unas tasas bajas de denuncia por lo que representa para las víctimas, lo son aún más en aquellas ocasiones en las que las mujeres ni siquiera saben qué pasó. El que “sí recuerda es el cuerpo”, decía hace unos meses a este periódico Violeta García, psicóloga experta en violencia sexual de la Asociación de Asistencia a Mujeres Agredidas Sexualmente de Cataluña: “El cuerpo tiene su propia memoria. Cosas que te pasan y que no puedes colocar ni darles sentido, pero tu cuerpo es la cinta de vídeo donde se ha grabado eso, no solo es mi memoria declarativa la que se encarga de narrar lo que me ha ocurrido: pesadillas, emociones intensas o flashbacks pueden aparecer”. Pero la incomprensión muchas veces de cómo opera la memoria en estas víctimas, alertan las expertas, hace aún más difícil para ellas los procesos de denuncia y, en su caso, los judiciales.

El teléfono 016 atiende a las víctimas de violencia machista, a sus familias y a su entorno las 24 horas del día, todos los días del año, en 53 idiomas diferentes. El número no queda registrado en la factura telefónica, pero hay que borrar la llamada del dispositivo. También se puede contactar a través del correo electrónico 016-online@igualdad.gob.es y por WhatsApp en el número 600 000 016. Los menores pueden dirigirse al teléfono de la Fundación ANAR 900 20 20 10. Si es una situación de emergencia, se puede llamar al 112 o a los teléfonos de la Policía Nacional (091) y de la Guardia Civil (062). Y en caso de no poder llamar, se puede recurrir a la aplicación ALERTCOPS, desde la que se envía una señal de alerta a la Policía con geolocalización.

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.
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