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Bodas de cuarentones con hijos: la Generación X formaliza su situación

Las personas de entre 40 y 60 fueron las primeras para quienes convivir y formar familias sin casarse no estaba mal visto. Pero tras años de relación, muchas parejas pasan ahora por el Registro Civil

Ángela Pérez López, su marido Rubén y su hija pequeña, con dos primos, en su boda celebrada el 30 de septiembre en Murcia.
Ángela Pérez López, su marido Rubén y su hija pequeña, con dos primos, en su boda celebrada el 30 de septiembre en Murcia. Isaac navarro
Patricia Gosálvez

En las fotos se ve una novia con canas, un novio calvo y dos hijos leyendo los votos. No es la boda que imaginabas, porque nunca imaginaste una boda. Qué pereza, qué antiguo. Y un día llega un diagnóstico regulero, y venga va, formalicemos, no vaya a ser, que van para 18 años juntos. Y ya puestos, un fiestón. Te crees muy original, pero cuando empiezas a contarlo, te salen al paso bodas añosas. La de recursos humanos acaba de decir sí quiero, un taxista, una amiga, ¡hasta tu ex se ha casado! Estás en una cita con dos escritoras para otra cosa —también cuarentonas y madres—, y acabas intercambiando fotos de novias-señoras.

En las de su enlace, celebrado en 2022, Silvia Nanclares, 48 años, lleva chupa de cuero: “Tenía vocación de trámite, pero acabó en bodorrio”, dice la autora de Quién quiere ser madre, que empezó dando la teta en el notario a su hijo pequeño y culminó en un karaoke a las cuatro de la mañana. Siendo una “joven ácrata” no pensó en bodas hasta que murió su padre: “La institución del matrimonio nunca me ha interpelado, me parecía un bajón político, simboliza muchas opresiones heteropatriarcales, pero cuando no cupimos en la sala laica del tanatorio para celebrar ¿el funeral? me puse a pensar en cómo la Iglesia, que en España está mayoritariamente asociada a la derecha, ha secuestrado los ritos de paso: el bautismo, la boda, la extremaunción… Tenemos que dar la batalla por los rituales”.

Silvia Nanclares, el día de su boda en Madrid, en 2022.
Silvia Nanclares, el día de su boda en Madrid, en 2022. Miranda Barron Quinteros

En las fotos de Carolina del Olmo, 49 años, autora de Dónde está mi tribu, maternidad y crianza en una sociedad individualista, sus tres hijos y su marido llevan americana por primera vez y todos lucen mascarilla. “Llevamos 20 años juntos, pero el runrún de casarnos no llegó hasta que con la primera excedencia por hijo vi que perdíamos dinero por no hacer la declaración conjunta, sin embargo, tres excedencias después el dinero seguía sin parecernos una razón…”. Hizo falta una pandemia para convencerles: “En cuanto las restricciones lo permitieron, nos casamos, no tanto con la sensación de ‘vamos a celebrar’, como con la de ‘podemos morir”, se carcajea la filósofa, que la describe como “una boda coñazo, un miércoles cualquiera en el Registro Civil”. “Más matrimonio que nosotros no había”, dice Del Olmo de su convivencia desde el 2000, “pero casarnos siempre estuvo rodeado de cierta sensación de renuncia”. El matrimonio gay, aprobado en 2005, supuso una inflexión: “Estar sin casar como acto reivindicativo perdió un poco el sentido, al final éramos los únicos pringados sin pensión de viudedad”.

¿Es casualidad tanta novia mayor? Solo queda mirar el INE. Efectivamente, los primeros matrimonios heterosexuales de mayores de 40 años solteros se han disparado, sobre todo en la última década. Mientras los novios y las novias veinte y treintañeros caían a la mitad entre 2001 y 2021 (de 371 mil personas a 166 mil, siempre más mujeres jóvenes que hombres entre las parejas); las personas en primeras nupcias mixtas de entre 40 y 60 se multiplicaban por cinco: de 12.000 en 2001 a 60.000 contrayentes en 2021. Este retraso de las bodas venía ocurriendo desde la Transición, pero no de manera tan acusada.

Un cerrojo

“La boda ya no solo marca el inicio de la relación, muchas veces celebra la culminación del proyecto familiar; ha cambiado su significado, ahora puede ser un cerrojo además de una apuesta”, explica la demógrafa Clara Cortina, que arranca sus cursos en la Pompeu Fabra enseñando un gráfico de cómo en España el orden de los factores ―casarse/ tener hijos―, ha cambiado. El gráfico (con datos del INE) muestra que la edad media a la que se tiene el primer hijo ha pasado, desde finales de los setenta, de los 25 años a los 31, mientras que la edad media para casarse se ha retrasado más, una década, de esos 25 a los 35. Boda y primer hijo siempre fueron eventos prácticamente paralelos, hasta 2005, cuando ambas fechas se empiezan a separar más de un año (2010 si nos fijamos solo en las mujeres). “Desde hace 10 años el porcentaje de nacidos de madre no casada ha ido escalando hasta el 50%” , dice la profesora, que pide a los chavales (de primero, 18 años) que levanten la mano si sus progenitores siguen solteros. “Suelen ser mayoría y ni se han planteado si sus vidas son distintas por ello; cuando les cuento que no hace tanto era un estigma social, les suena a chino”.

En las cifras influyen muchos factores, la inmigración, la ley de parejas de hecho (a partir de 2001), la independencia económica de las mujeres, el divorcio, las madres solteras… Pero para la experta también es clave la Generación X (formada por quienes tienen ahora entre cuarenta y pocos y cincuenta y muchos). Se están casando “en manada”, dice la demógrafa, porque no se casaron “cuando tocaba”: “Al iniciar sus relaciones no estaba de moda, pero además tampoco estaba socialmente castigado, fueron los primeros que vivieron con normalidad y aceptación social formar parejas y familias fuera del matrimonio”. Es decir, era una rebeldía que salía socialmente gratis. “El resultado es que somos la primera generación de cuarentones con mucha gente casadera, con muchas parejas establecidas que pueden reconsiderar su decisión”. Para quienes vinieron detrás, los mileniales, el matrimonio ya no está asociado a nada negativo, “no sería algo contra lo que reaccionar”, dice la experta, “ni tiene ya el peso de la indisolubilidad que ha tenido históricamente…”.

Aunque pertenezcan a la misma generación, cada pareja es un mundo y atiende a sus propias razones. A Lucía Jiménez, ilustradora madrileña de 49 años, casada en 2018 con dos hijos, le empujó el diagnóstico de una enfermedad crónica y las posibles decisiones médicas que habría que tomar en adelante. “No lo recuerdo como algo entrañable, sino como un trámite”, dice de su boda “cutre”. Para recordar la fecha se tiene que quitar el anillo y buscar las gafas de cerca. “Nuestro aniversario sigue siendo el día que nos conocimos, 12 años antes”, zanja. “Creo que a mi marido le habría gustado un bodorrio, pero a mí no me va ese rollo y además es un dineral, así que vinieron los niños, cuatro familiares y nos fuimos a comer un arroz, bien”.

“Nosotros decidimos quemar los ahorros que la vida es corta”, dice Rodolfo, nombre artístico de un actor de 47 años, recién casado por todo lo alto en el Ayuntamiento de Sevilla con la madre de sus hijos, de 11 y 9 años, a quienes el concejal cedió la palabra y el momento más emotivo de la ceremonia. La novia lucía un vestidazo rojo y chanclas; él camisa hawaiana. “Me daba pereza el paripé, pero los niños llevaban tiempo pidiéndonoslo y cuando una conocida se quedó viuda y sin pensión mi ahora señora esposa me dio un ultimátum: ‘Yo me caso; estés o no estés”, recuerda el novio entre risas. Con su boda descubrieron que varios amigos habían formalizado sus relaciones de tapadillo, pero la pareja quería “fiestón”: “Ya que nos metemos, pues celebremos la vida, lo que ya es, con la gente que queremos”. Como pareja de hecho, legalmente estaban relativamente protegidos. Relativamente: la ley de familias, que se aprobó la pasada legislatura pero decayó con el adelanto electoral, prevé equiparar las parejas de hecho a los matrimonios en cuanto a días de cuidados y libranzas (avances ya recogidos en un Real Decreto de este año), aunque para la pensión de viudedad aún requerirá demostrar un par de años de convivencia. La mitad de su viaje de novios la pasaron con los niños y la abuela en Disneyland París.

Rodolfo y su novia tras casarse en el Ayuntamiento de Sevilla el pasado mes de septiembre.
Rodolfo y su novia tras casarse en el Ayuntamiento de Sevilla el pasado mes de septiembre.

A Ángela Pérez López, 40 años, que está de luna de miel por Andalucía (“sola solita con mi Rubén”) cuando atiende al teléfono, lo que más le gustó de su boda es que participasen sus hijas: la mayor, de 18, era dama de honor; la pequeña, de seis, el paje que portaba los anillos. La novia llevaba un vestido de “novia novia”, blanco, largo, con velo y de varios miles de euros. “Desde que me quedé embarazada con 19 todo ha sido criar y trabajar”, dice Ángela que “ha pasado la vida en un supermercado”: “Así que hicimos un bodorrio, para darle además una alegría a las niñas y a los abuelos”.

“Sé que es poco romántico, pero yo quería tener mis cosas en orden”, explica Silvia Nanclares, “decirle al Estado que estaba compartiendo mi vida hasta sus últimas consecuencias con una persona”. Tuvo que “picar piedra” para que su novio, “mucho más militante”, le diera el sí: le terminaron de seducir los 15 días de vacaciones.

Ángela Caparroz, wedding planner en Sevilla, ha notado un aumento de lo que ella llama “boda con hijos” sobre todo después de la pandemia, “creo que nos hizo ver lo importante”. La organizadora de De boda con Ángela enumera los denominadores comunes de estas parejas: “Tienen superclaro lo que quieren, son mucho más de ceremonia civil que religiosa, la formalidad se queda en casa, hay cero invitados por compromiso y normalmente pasan del protocolo, no hacen las típicas cosas de boda como cortar la tarda, abrir el baile, poner un fotomatón… Cero postureo; se gastan menos en las pijadas, las flores, los anillos (que muchas veces ni hay). El vestido a veces es corto o de color, aunque hay novias a las que les hace ilusión uno más clásico. Eso sí, todos piden un mínimo de cinco horas de barra libre, gastan en la música, en que sus amigos coman y beban bien y mucho. Y claro, todos, al día siguiente, están que no se pueden mover, porque en la resaca también se nota la edad”.

A pesar de la resaca, las parejas consultadas no se arrepienten. “Hubo momentos durante la preparación en los que pensé ‘para qué nos hemos metido en este lío’; pero me volvería a casar mañana, fue un subidón”, dice Rodolfo. Silvia: “Yo he estado años en contra del matrimonio como institución, pero lo pasamos tan bien que ahora, como Liz Taylor, me casaría ocho veces con el mismo”. “Después de más de 20 años juntos te da como un empujón de romanticismo”, opina Ángela. Carolina, con el mismo historial, piensa en otra ventaja: “Por fin le puedo presentar como mi marido sin que me de cosa, ‘mi pareja’ nunca me salía con naturalidad, semánticamente suena a que van a aparecer otros dos, como un par de Guardia Civiles; así que he usado fórmulas absurdas que siempre llevaban a equívocos como ‘el padre de mis hijos’ (’¿estáis divorciados?’) o ‘el tío que vive conmigo’ (’¿compartís piso?’). ¿Es que, cómo llamas a un marido que formalmente no lo es? ¿Mi novio? ¿Mi chico? Vamos señora, córtese, que peina canas”.

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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