Darío Gael Blanco: “Ser trans no es ni un capricho ni un suplicio”
Este escritor y traductor de 33 años practica un activismo cotidiano mostrando su día a día en las redes sociales. La ‘ley trans’ no cambia su vida, pero sí la de quienes vienen detrás, sostiene
Cuando llego a la cita, el entrevistado está posando entre tímido y desafiante para la cámara del fotógrafo en la callejuela de la librería Mary Read, en Madrid, especializada en libros y cultura LGTBIQ+, adonde acuden personas como él en busca de referentes intelectuales y de carne y hueso. Da gusto ver su aplomo a la vez chulito y vulnerable. Es, después, en el sótano del local, blanco luminoso y con espejos por doquier, como para conjurar la invisibilidad histórica de muchos de sus autores, y de su clientela, cuando charlamos largo y tendido, sin filtros ni tapujos, calentándonos las manos con un chocolate gentileza de la casa. Hace solo unos días que el Congreso de los Diputados ha aprobado la ley trans, y Darío vive sensaciones y emociones encontradas al respecto.
¿En qué cambia su vida esta ley?
En casi nada, la verdad. Yo ya lo tengo todo cambiado. Pero hay trenes que ya he perdido, como haber podido congelar óvulos antes de mi transición, o acceder a bloqueadores en mi adolescencia, y trámites farragosos y arbitrariedades que me he tenido que comer sí o sí para cambiar mi sexo en el DNI.
¿Cuándo empezó a sentirse distinto de sus amigas niñas?
Siempre me sentí entre dos aguas. Quizá por mi aspecto, no era siempre percibido como niña. Me hacía ilusión cuando me trataban en masculino, pero tampoco rechazaba mi parte femenina. Lo mismo me pasaba con el tema de si me gustaban los chicos o las chicas. En casa, mis padres crearon un ambiente en el que no era necesario definirse. Esa ambigüedad me sirvió durante años para sobrevivir. Fue a los 23, de Erasmus en Berlín, viviendo solo, cuando pude escucharme a mí mismo, sin interferencias, decidí que no podía alargar más la decisión, y empecé el camino.
¿Qué es ser trans?
En mi caso, tener claro desde muy pronto lo que no era, y el hecho de que me obligaran a hacer cosas arbitrarias en función de ello me generaba un malestar inmenso y verdaderos problemas de socialización.
Eso es lo que proponen ciertas feministas: abolir el género, el constructo social y cultural ligado al sexo.
Pero no hablan nunca de abolir el género de sus parejas hombres, que pueden ser unos machirulos de mucho cuidado, por cierto. Sentencian que, por el hecho de tener una cosa u otra entre las piernas, desde que naces hasta que mueres, tienes que ser y ser percibido de una determinada forma. Es una fijación con los genitales que roza lo patológico.
No me ha dicho qué es ser trans.
Es casi más fácil decir qué no es. No es, o no solo, un sentimiento ni una voluntad. Es, simplemente, ser quien eres y ser nombrado como tal. Ser trans ni es un capricho ni es un suplicio. Lo trans es lo no binario. Para mí, el objetivo último del activismo es que no haya compartimentos estancos, que se nos deje ser a todo el mundo como sea que seamos. Aportamos más que restamos.
¿Comprende a los padres que temen que “les toque” un hijo trans por lo que va a sufrir en la vida?
Va a sufrir de todos modos. Todos los adolescentes sufren. Ese era el dolor de mi madre en un principio. Pero, realmente, ese sufrimiento no es cosa tuya, sino del resto, que reproducimos nosotros mismos, cierto, pero que se puede cambiar. Si los padres no quieren que sufran, está en ellos hacerles transitable su camino. El que sea.
Las operaciones son terribles.
Ya estamos opinando por él, o ella. A lo mejor no necesita operaciones. Eso, precisamente, lo posibilita esta ley. Poder autodeterminarse sin necesidad de acreditar hormonación o cirugías. Los genitales no nos definen más que el ser alto o bajo o atractivo o feo para los demás. La obsesión con los genitales nos viene de fuera.
¿Considera lo suyo una mala pasada de la naturaleza?
Considero que es el mundo quien nos lo pone difícil, pero no lo considero un hándicap en absoluto. Es más, a mí me ha enriquecido. Hay ciertos matices de felicidad que no hubiera conocido sin ser trans: el sentirse parte de una comunidad, sentirte validado, esa complicidad instantánea que se establece con alguien que no conoces de nada, pero que mataría por ti o tú matarías por él, o ella, si te pasara lo que sea.
¿Tiene un trans-radar?
Sí. Creo que, en general, todos los grupos a los que se marginaliza generan ese tipo de estrategias de supervivencia y reconocimiento mutuo que ojalá no tuviéramos que construir, pero que tienen una parte preciosa.
Ilustró su transición mostrando su cuerpo en Twitter. ¿Vanidad, autoafirmación, activismo?
El mero hecho de existir como soy ya es activismo. Cuando hay todo un sistema para que tú no existas y, si existes, lleves una vida en las sombras, sin molestar, hay una especie de rebeldía en decir: mira, este soy yo, y este es mi cuerpo. Y luego no te niego que también hay una parte de ego, como me pasé tanto tiempo hasta que conseguí cambiar el DNI, cuando te tratan por tu nombre te dan ganas de dar las gracias, y ya no te digo cuando, alguna vez, te cae un piropo. Esas cosas, antes, para mí, eran marcianas. Es una especie de segunda adolescencia, y me ha venido bien que fuera tarde, porque ya estaba maduro emocionalmente. A pesar de todo, el cambio, sobre todo, se nota por dentro.
¿Es hoy como siempre quiso ser?
Siempre he sido el mismo. Ya te he dicho que no se trata de querer ser. Si te refieres al físico, yo no tenía la típica idea de un tío barbudo, ni muy masculino, ni muy normativo, ni muy machote. Hay mucho mito y mucho morbo también sobre eso. La testosterona, en mi caso, no me dio por tener más o menos deseo sexual. Sí he notado, fíjate, que me cuesta más llorar por cosas personales. Y lo de dejarme bigote fue prácticamente por una broma con mi mujer. Además, le encantó a mi queridísima abuela, y lo llevo casi por ella.
Su abuela falleció hace poco. ¿Hizo falta darle explicaciones?
Hubo una cosa muy bonita con mi abuela, y con unos amigos vecinos que son casi como mis padres, y es que no hizo falta nunca explicarles nada. Si han tenido o tienen alguna pregunta, me la han hecho a mí. A lo mejor se han informado a su manera o, simplemente, no les ha importado porque me ven feliz. La gente que más me ha sorprendido es la más sencilla, la que no me ha hecho ni una pregunta invasiva. Los mejores piropos me los echaba mi abuela: decía que me parecía a Robert Taylor [ríe]. Por suerte, llegó a conocer a mi pareja, Paola, con la que estoy desde el año siguiente de empezar mi transición y, como me veía tan bien y tan feliz, se murió con la tranquilidad de dejarme colocado [ríe].
Las autodenominadas feministas radicales sostienen que la ley borra a las mujeres, pero de los hombres trans no dicen nada.
Las que nos borran son ellas a nosotros. Porque nos consideran mujeres y porque, incluso si nos ven como hombres, creen que queremos dejar de ser mujeres porque odiamos a las mujeres, y así reforzamos su discurso. Nadie borra a nadie, sino que dejar ser a la diversidad hace feliz a más gente. Mira, es una paranoia tan rara que a veces ni la entiendo. Esto no es una cuestión de blancos y negros. Yo, ahora, me permito ser muchísimo más femenino que antes. Algunas feministas transexcluyentes tienen unos estándares tan estrechos de lo que es ser hombre o ser mujer que ni muchas de ellas los pasarían.
¿Qué cosas le ofenden?
Estoy muy curtido. A veces siento lástima. De las cosas que más me molestan es que se difundan discursos de odio, o que haya mesas redondas sobre la ley trans sin una sola persona trans en la mesa. Somos. Existimos. Estamos en todas las profesiones, estamos en todos los mundos, no solo en uno. Además, las vidas se viven, no se debaten. ¿Tiene menos legitimidad para hablar de lo trans una trabajadora sexual transexual que una académica de filosofía que no ha escrito nada relevante en los últimos 20 años y que llama “tío” a una mujer trans con la M de mujer en el DNI? ¿De verdad? Creo que algunas le están tratando de poner diques al mar porque saben que van a perder su cuota de poder.
¿Por qué ha luchado tanto por una ley que ya no le afecta?
Porque no quiero que ninguna persona tenga que pasar por lo que yo, aun siendo privilegiado, he pasado. No quiero que a nadie se le dilaten los tiempos si no es su deseo. No quiero que nadie tenga que hormonarse o someterse a cirugías o al criterio de un psiquiatra para demostrar nada a nadie.
¿Qué diría a unos padres cuyo hijo o hija de 13 años le dice que es trans y quiere transicionar?
Que escuchen, que acompañen y que apoyen. No va a haber mutilaciones, no es eso lo que se persigue con la ley, sino dilatar un proceso para bloquear la eclosión de la pubertad y que el niño pueda iniciar un camino.
Hay acciones irreversibles.
Muchísimas cosas que se pueden hacer son reversibles, cualquiera que se informe lo más mínimo lo puede ver. Una de las cosas más llamativas de todo este debate ha sido la cantidad de bulos que circulan al respecto. De todas formas, en los poquísimos casos en que una persona decide desandar el camino, hay que acompañarla. En todos los casos esa persona se merece ser valorada, acompañada, escuchada y que nadie más decida por ella.
¿Qué le sugiere la expresión lobby trans ? ¿Conoce a alguno de sus miembros?
Muchas ganas de que alguien me financie bien financiado. En serio, me da la risa por no llorar.
¿Es feliz?
Todo lo que se puede ser en este sistema que nos fastidia tanto. Pero, en lo referente a lo trans, sí, desde luego. No cambiaría absolutamente nada de mi vida, salvo todo aquello que ha sido un dolor impuesto desde fuera. Estoy a gusto conmigo y con mi vida.
@SENORCITO
Es el nombre de guerra de Darío Gael Blanco en Twitter, desde cuya cuenta relata su día a día en su trabajo como escritor y traductor en la revista Vanity Fair y en su casa, donde vive con su pareja, Paola, y sus gatos. Blanco consiguió cambiar su nombre y su sexo en el DNI hace unos años, después de pasar todos los trámites y cumplir todos los requisitos obligatorios antes de la aprobación de la ley trans, el pasado diciembre, por la que ha batallado como el que más, aunque para él llegue tarde. Coautor de los libros Vidas Trans, Asalto a Oz y Cuadernos de Medusa, este "hombre trans no binario" apuesta por un activismo "alegre y optimista" sin renunciar a la denuncia cuando es preciso, para contrarrestar "el discurso de odio y el ninguneo a las personas trans" que, según él, propagan algunas "feministas transexcluyentes".
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