Barcelona es insumisa en el uso de la mascarilla y Madrid no
Los usuarios del metro de las dos grandes ciudades españolas se comportan de manera distinta con la obligación de ir con boca y nariz cubiertos en el transporte público: los barceloneses prácticamente la han abandonado y los madrileños son cumplidores
Francisco Pérez tiene 59 años y cada día sube en la línea 4 del metro de Barcelona después de trabajar como controlador de accesos. Lleva meses sin separarse de la mascarilla. Viaja en uno de los últimos metros y suele hacerlo de pie aunque haya asientos libres. “Esta gente no sabe lo que hace”, dice, señalando al resto de pasajeros sin mascarilla. “Yo fui de los primeros en enfermar de covid. Lo pasé fatal, estuve hospitalizado y ahora me enfada muchísimo la gente sin mascarilla en los vagones”, critica en voz alta, para que se le oiga. Pérez es de los poquísimos de este vagón, que pasadas las 22.00 del jueves circula por el suburbano barcelonés, con una mascarilla que cubre boca y nariz. Después de un recorrido a diferentes horas por los suburbanos de Madrid Barcelona, la conclusión es clara. Pese a la obligatoriedad de llevar mascarilla en el transporte público, solo el 50% de los viajeros, según el recuento de EL PAÍS, utiliza en Barcelona el cubrebocas a primera hora de la mañana. Por la noche, en la capital catalana el porcentaje es menor y en algunos vagones es inferior al 10%. Justo lo contrario de lo que pasa en Madrid.
Los vagones llegan llenos a la estación de Príncipe Pío desde los barrios del sur de la Comunidad de Madrid en torno a las ocho de la mañana. El día empieza con responsabilidad. Hay prisas, sueño y bostezos que se oyen pero no se ven. A excepción de un joven y una mujer adormilada sobre un barrote, el vagón al completo lleva puesta la mascarilla. Estación tras estación, los pasajeros entran y salen sin que la estampa cambie demasiado. No hay revisores, tampoco sanciones para los infractores, pero la mayoría —ocho de cada 10, aproximadamente, según los cálculos de este periódico— prefieren viajar con la boca tapada y hacer caso a la normativa vigente.
Juan Carlos Morante, de 61 años, ha salido esta mañana para buscar trabajo. Anda inquieto por el andén con la mascarilla colgada de la mano derecha, que a su vez sujeta una ristra de papeles que tiene que entregar en el SEPE. Las pantallas indican que quedan tres minutos para que llegue su tren, pero él se coloca ya la mascarilla. “Para que no se me olvide”, cuenta. “Creo que hemos llegado al punto de poder decidir. Lo que hemos vivido ha sido muy fuerte, yo perdí a un ser querido por el virus, pero ya lo hemos normalizado tanto que cada uno se debería hacer responsable de utilizarla o no”, explica. “Yo, eso sí, seguiré llevándola aunque deje de ser obligatoria”, concluye. Se despide y se cruza con dos señoras que esperan a que una tercera llegue a toda prisa. “¿Cómo lo has hecho al final con la mascarilla?”, le preguntan a la última. Ella mira a su alrededor por si alguien la observa. “Me la he atado al pendiente”, les dice en voz baja. “Son solo dos estaciones, te aguantará”, responde una de sus amigas.
El perfil y la proporción de viajeros sin mascarilla en el metro de Madrid es muy aleatorio, fluctúa de vagón en vagón y tampoco hay una línea con más o menos mascarillas por pasajero. En los momentos de hora punta, cuando menos distancia hay entre las personas, más del 70% la llevan puesta. María Luisa Sanz, de 65 años, deja que los trenes pasen delante de ella en la estación de Ventas porque va con tiempo de sobra a su cita con el oftalmólogo. “Yo llevo la mascarilla muchas veces porque se me olvida hasta quitármela. Monto en del autobús, luego bajo al metro y ya no me la quito hasta que llego a casa, porque ni me acuerdo de que la llevo, aunque me parece un incordio”, señala. “Después de las vacunas, de que que digan que se está convirtiendo esto en una gripe, no veo la necesidad de seguir llevándolas. Me sorprende que la mayoría sigamos cumpliendo las normas”, añade.
Transportes Metropolitanos de Barcelona asegura que en el autobús el hecho de pasar delante del conductor y de que sea un medio de transporte más utilizado por gente de mayor edad hace que los usuarios utilicen más la mascarilla. “En metro nuestros vigilantes no registran como incidencia que los usuarios no lleven mascarilla. Tampoco tenemos capacidad sancionadora, solo podemos advertir”, asegura la misma fuente. En la cartelería del metro aparece el mensaje sin artículos: “Mascarilla obligatoria en trenes”. En megafonía se repite machaconamente en catalán, castellano e inglés: “El uso de mascarilla es obligatorio en el tren. Por favor, haz un uso correcto. Siempre ha de cubrir nariz y boca”. Pero los mensajes parece que no acaban de calar en los usuarios de Barcelona.
Fiesta
Lluís y Jesús tienen 18 y 19 años ―no quieren revelar su apellido aunque sí acceden a hacerse una fotografía en el vagón― y vienen de una fiesta de la facultad de Económicas de la Universidad Pompeu Fabra. Suben al metro en Ciutadella-Vila Olímpica. “Yo solo llevo la mascarilla en el bolsillo por si alguien me llama la atención o si hay mucho anciano pero no me la pongo casi nunca”, señala Lluís. “Nosotros lo hemos pasado muy mal con la pandemia. Justo cuando podías salir de fiesta va y nos encierran. No conozco a nadie que lleve la tercera vacuna, porque ya nos hemos cansado y con la mascarilla igual. El fin de semana pasado estuve en Italia y nadie la llevaba, pero aquí siguen imponiéndola”, se molesta Jesús.
Carlos, Juan, Junior, Natalia y Sara son jóvenes hijos de inmigrantes colombianos y vecinos del barrio de la Torrassa de L’Hospitalet de Llobregat. Cruzan de punta a punta Barcelona en metro para ir a un torneo de fútbol nocturno cerca de la estación de metro de Selva de Mar. “No llevamos mascarilla, todos los que se tenían que morir ya lo han hecho”, ironiza Juan. Aseguran que nadie nunca les ha dicho nada por no llevarla y argumentan que es muy pesado tener que estar con “el tapabocas” meses después de que “se haya acabado” una pandemia que sigue muy presente.
Cuando llega la tarde-noche y en el subterráneo se cruzan las direcciones de quienes regresan a casa del trabajo y quienes salen en busca de divertimento, es cuando Madrid se equipara con Barcelona en el uso de la mascarilla. La relajación se percibe en el ambiente y los jóvenes que viajan en grupo son los que menos atienden a la norma. “Atención, por favor, Metro de Madrid les recuerda que es obligatorio el uso de mascarilla dentro del vagón y recomendado en los andenes”, se escucha por megafonía.
Eva Cañas, de 22 años, ríe junto a su amigo Exon Barra, de 28, antes de subirse al vagón de la línea 10 de metro para dirigirse a la estación de Tribunal, en el barrio de Malasaña. Guardan sus mascarillas en el bolsillo. “Depende de cómo va de lleno el vagón me la pongo o no. No me molesta pero prefiero no llevarla”, declara él. “Yo sí la uso, por no molestar a la gente, porque me parece una tontería que sigamos con ellas. En un hospital o centro de salud sí lo veo necesario, pero ¿aquí?”, explica ella. “Además, eso de que sentados en el andén podamos no llevarla, pero dentro del vagón sea obligatorio no puedo entenderlo”, continúa. Su tren entra en la estación y Exon hace una reflexión final para convencer a su amiga: “Aquí fuera somos inmortales, Eva. Dentro, no”.
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