Nacionalidad ‘exprés’ para la viuda de un héroe de la pandemia: “Mis hijos podrán tener una vida más digna”
El Gobierno concede la carta de naturaleza a Carmen Torres, esposa de un médico argentino que combatió la covid durante la primera ola en Barcelona, a los pocos meses de llegar al país
Carmen Torres vive entre la amargura y el respiro. Tenía una vida “de Disney”, dice, y ahora es una “madre luchadora” que aspira a que sus cuatro hijos puedan trabajar y estudiar sin limitaciones en España. Su marido, Mario Chalco, se trasladó en 2019 procedente de Argentina a Martorell (Barcelona) para trabajar como médico en el hospital, y murió por covid en julio de 2020. Carmen (Chimbote, Perú, 43 años) y sus hijos, que estaban de visita, quedaron en una situación irregular en Cataluña y, tras pedir personalmente el año pasado una solución a Felipe VI y a Pedro Sánchez, el Gobierno aprobó el mes pasado concederle la nacionalidad española. “Cuando me notificaron la noticia lloré de alegría porque mis hijos podrán tener una vida más digna, pero vivo con una herida que no he podido cerrar. Mario murió porque sentía que tenía que ayudar en plena pandemia, pero ahora mis hijos crecen sin su padre”.
La familia Chalco Torres había sufrido episodios de violencia en Buenos Aires (Argentina), donde residían desde hacía años, y estaban hartos del miedo cuando decidieron emigrar a España. “Me engatillaron dos veces y había una inseguridad terrible”, recuerda Carmen. Él abrió camino en 2019 y encontró trabajo en el hospital de Martorell, donde se instaló en un piso cerca del centro sanitario. “Hablábamos y estaba muy feliz. Me decía que era un lujo poder ir a trabajar andando desde casa y que teníamos que reunirnos aquí. Era nuestra ilusión”.
Carmen y sus cuatro hijos se trasladaron a Martorell el 19 de diciembre de 2019, con un visado de turista que caducaba a los tres meses. Justo cuando tenían que volver a Sudamérica, llegó el coronavirus a España, en marzo del 2020. Se quedaron a la fuerza y empezó un calvario. Mario comenzó pronto a sentirse mal, pero no quiso dejar de ayudar en plena crisis sanitaria. Cuando Carmen le sugirió que cogiese la baja laboral, él respondió: “Estamos en una emergencia y el pueblo me necesita”. Su familia también, pensó ella.
Las pruebas confirmaron el positivo del médico, que fue ingresado en el mismo hospital de Martorell. Su evolución no fue buena y acabó en la unidad de cuidados intensivos (UCI), donde era imposible visitarlo. “Un día pude entrar a verlo en la planta y agachó la cabeza cuando le dije que saldríamos adelante. Sabía lo que le pasaba”. El 8 de julio murió y a Carmen se le abre una herida cada vez que lo recuerda. “Me dijeron que no priorizarían su tratamiento por delante de otros enfermos. Si los médicos enferman, ¿quién salvará a la población? Sin maestros, ¿quién educa al pueblo? No tiene sentido. Sentía que mi marido se me escapaba como la arena entre las manos y no hacían todo lo que podían”, rememora con rabia en cada una de sus palabras.
La muerte de su marido dejó a la familia en un escenario inestable, sin ingresos económicos ni papeles para residir en España. “En Argentina yo me dedicaba a la casa porque Mario se encargaba del dinero. Sin él, empecé a buscar trabajo para limpiar o cuidar a abuelos”, relata. A sus hijos mayores, entonces de 17 y 20 años, les tuvo que explicar que, a veces, toca hacerse mayor de golpe: “Les dije que o estudiaban o trabajaban en negro como tantos inmigrantes, pero que no podían quedarse sin hacer nada”.
Se mudaron a un piso más pequeño, el Colegio Oficial de Médicos de Barcelona le asignó una pensión de viudedad, recibió ayudas de los vecinos de Martorell y, finalmente, consiguió regularizar su situación en agosto del 2020 gracias a su empeño y a la ayuda de su abogada, Maria Elena Bedoya, aunque legalmente no podían trabajar ni ella ni sus hijos mayores.
Un año más tarde, un buen amigo del hospital de Martorell le planteó una solución definitiva: pedir la nacionalidad española. Carmen escribió una carta para entregar personalmente al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante el acto de homenaje a las víctimas de la pandemia celebrado en julio de 2021 en el Palacio Real de Madrid. Quería que conociese la entrega de Mario a la sociedad española y su situación incierta a cargo de cuatro hijos, los pequeños, de seis y tres años. “Ponte al final de la cola de las familias para poder conversar más tiempo con las autoridades y que nadie espere detrás de ti”, le aconsejó el mismo amigo. Lo hizo y funcionó.
Primero habló con los Reyes: “Para reconocer la memoria de mi marido, por favor, facilítenme la nacionalidad para poder descansar y hacer el duelo”. La respuesta de la reina Letizia, dice, fue directa: “Esto lo soluciona Pedro Sánchez”. Minutos después, cuando el jefe del Gobierno se acercó a ella, asumió el compromiso. “No se preocupe, que vamos a concederle la nacionalidad”. El pasado 1 de agosto el Boletín Oficial del Estado publicó la concesión “por carta de naturaleza” a Carmen y a sus cuatro hijos.
“La nacionalización de Carmen es una manera de saldar una deuda contraída por la sociedad con Mario y su familia”, analiza Aurelia Rodríguez, catedrática de derecho internacional privado por la Universidad de León, y asesora de la familia durante este proceso. “De este modo se cumple lo que quería el afectado: que su familia viva en España sin ser discriminada por ser extranjera”.
Una carta de naturaleza es la forma que tiene un Ejecutivo de otorgar a dedo la nacionalidad tras valorar la concurrencia de circunstancias excepcionales. Pero estas, denuncia Rodríguez, se dirigen mayoritariamente a “personas ricas, políticos o deportistas de élite”. “El caso de la familia Torres recuerda al de Adelina Kola [nacida en Guinea cuando era colonia española y que no pudo renovar su documentación más adelante], que fue pionera entre los beneficiados más anónimos”, explica. “Hay muchas personas que merecen este reconocimiento y parece que a los Gobiernos no les interesa tanto”.
Carmen se siente aliviada por saber que sus hijos tendrán aquello que ella y Mario anhelaban, pero teme que su felicidad no será nunca completa. “Me digo en voz baja: ‘Amor, lo conseguimos’, pero le echo de menos. Ahora tengo que lidiar con todo y me siento madre luchadora”. Su próximo paso es salir de Martorell —”me recuerda demasiado a los malos momentos”— y se las ingenia para seguir explicando a los pequeños de la casa que su padre no volverá. “Benicio ahora tiene seis años, y cuando hay luna llena se pone a mirar por la ventana y dice que su papá vendrá pronto. Verlo es como si me arrancaran los intestinos”, lamenta. “En dos años casi no he tenido tiempo ni de llorar porque los niños me necesitaban; y no he podido hacer el duelo. Ahora, tras conseguir un futuro digno para mis hijos, necesito tomar aire y hacer el duelo. Simplemente esto”.
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