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Armas, nobleza y violencia machista: ¿hay menor percepción de gravedad en las clases socioeconómicas más altas?

La violencia de género atraviesa cualquier estrato, edad y lugar del mundo, pero la forma en la que opera difiere por ámbitos

El momento en el que los agentes sacan los cadáveres del número 205 de la calle de Serrano, en Madrid, donde Fernando González de Castejón asesinó el 20 de junio de 2022 a su pareja y a una amiga. Foto: EDUARDO PARRA (EUROPA PRESS) | Vídeo: EPV
Isabel Valdés

La violencia de género ocurre en cualquier lugar, atraviesa todos los estratos sociales, se da en todas las edades, sí. Pero hay diferencias según los espacios en los que se produzca. Este lunes, en la calle de Serrano, en Madrid, Fernando Miguel González Castejón, conde de Atarés y marqués de Perijáa, asesinó a su mujer, a una amiga de ella y luego se suicidó. Lo hizo con una de las pistolas de su pequeño arsenal, a pesar de que no tenía ni licencia de armas ni ninguna registrada a su nombre. Sí tenía antecedentes por violencia de género , con una orden de alejamiento de su hermana y su madre vigente; y un caso ya inactivo en el sistema Viogén por maltrato a su pareja en 2018, delante de la hija de ambos, que tiene ahora 10 años. Cuando se conoció el caso, hace apenas 48 horas, muchas de las reacciones pusieron el foco en el título nobiliario del presunto asesino y en todo lo que giraba alrededor de ello.

¿Hay menor percepción de la violencia de género en las clases económicas más altas o en la llamada nobleza? ¿Opera de forma distinta? Tanto especialistas como los datos existentes apuntan a una respuesta afirmativa: hay características específicas. Sin embargo, como en otras cuestiones de este ámbito, los análisis y las cifras o no están actualizadas o nunca se han recogido. Ocurre con el nivel socioeconómico de los asesinos, por ejemplo, y en parte, sucede porque las primeras aproximaciones que se hicieron a la violencia machista ya reflejaron que no había diferencias, que se daba en cualquier hogar del mundo, y esa variable nunca se ha incluido en las estadísticas o los informes que se publican de forma oficial desde ningún organismo.

El último del Consejo General del Poder Judicial sobre víctimas de violencia machista, por ejemplo, anota en el apartado de “características de los agresores” que “los datos provenientes de los expedientes judiciales no son suficientes para trazar un perfil de los agresores que incorpore circunstancias socioeconómicas o elementos psicopatológicos que podrían ayudar a definir con mayor exactitud la existencia de pautas, patrones de comportamiento o atributos de la relación potencialmente desencadenantes de situaciones de violencia”.

Habitualmente aparece la edad, la nacionalidad, la situación en la que estaba la relación, si se produjo o no suicidio tras el asesinato o si se entregaron tras cometerlo. Y, como también añade ese documento, la caracterización del perfil del agresor “se plantea a partir de la explotación de datos estadísticos desprovistos de elementos subjetivos”.

Sin embargo, existen. Miguel Lorente, médico forense y exdelegado del Gobierno contra la Violencia de Género, explica que hace años, cuando analizó de forma general la cuestión de las denuncias por estratos económicos, vio que “los de los más altos denunciaban más delitos contra los bienes y la propiedad y los de estratos más bajos, más lesiones”. Tiene una doble explicación: “Por un lado, porque tienen más bienes y propiedades de las que preocuparse, obviamente, pero también porque denunciar violencia genera una mala imagen que está peor valorada en estos niveles socioeconómicos o socioculturales más altos. Prefieren evitar conflictos y resolver a través de cuestiones económicas y no de una forma más pública que los sitúe ante los suyos de manera negativa”.

En esa segunda parte de la explicación está “el fondo” de la cuestión: qué se ve y qué no. Porque aunque el experto hizo una revisión de forma general, “aplica a la violencia machista”, afirma, como a cualquier otra violencia. “¿Por qué trascienden tan pocos casos de estas clases sociales, si las queremos llamar así? Porque solo el hecho de trascender ya es negativo, no solo para el agresor sino para la víctima”. Lorente recuerda que uno de los motivos por los que las mujeres no denuncian, según la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer de 2019, es por vergüenza. El 11,4% no lo hace por ese motivo.

Victoria Rosell, la actual delegada del Gobierno de esa área, apunta a la principal razón para no hacerlo. “Para el caso de violencia en la pareja actual, el 47,2% mencionan haberlo resuelto ellas solas”, se lee en la macroencuesta. La experiencia de esta jurista es que, cuando ejercía, por su escritorio pasaban partes médicos de abogadas o médicas: “No atiende a clases sociales o profesiones. Lo que sí vemos es que hay un cierto déficit de alarma y de alerta, como si tener más medios económicos implicara que no se necesita ayuda para salir de la violencia”.

Ese 47,2% que cree que puede resolverlo sola es, según la delegada, “una falsa percepción” que “se da de forma más extensa entre quienes se ven con más posibilidades”. Aunque “para estas víctimas los recursos habitacionales o económicos para salir de esas relaciones sean de más fácil acceso, eso no quiere decir que se esté a salvo”. Rosell cree que en parte esto puede estar unido a “esa especie de liberalismo a ultranza en el que no se percibe la necesidad de ayuda del Estado, ni siquiera en estas circunstancias”. Sin embargo, suma, “las órdenes de alejamiento, el apoyo y la protección integral de las instituciones están para todas las mujeres”.

En su experiencia, los acuerdos “informales” que pueden producirse más habitualmente entre parejas sin problemas económicos no siempre se cumplen. “Es mejor que medien las instituciones, las fuerzas y cuerpos de seguridad, la justicia, para protegerlas a ellas y a sus hijos e hijas. Porque un maltratador, nunca, nunca, puede ser un buen padre”, insiste.

En eso coincide Mercedes González, la delegada del Gobierno en Madrid, que afirma que “cualquier ventana de oportunidad es el mejor momento para acogerse a la protección” de la justicia, de la policía. Sabe que es “difícil y complicado y duro”, pero cree que hay que persistir en la denuncia, ya no por parte de las víctimas, sino de “la sociedad, de la familia, de quien sepa lo que está pasando o crea que algo está ocurriendo”. Sacar la violencia de la sombra “antes de que sea tarde”.

La base y los estereotipos de la violencia

Detrás de “todos los prejuicios que existen alrededor de esa violencia”, Lorente recuerda que cuando se actúa frente a ella, ya sea como institución o como sociedad, “se hace desde esos prejuicios”. También las víctimas y los maltratadores. Lo dice por los detalles de este último asesinato, que se investiga como violencia machista.

En 2018, la Policía Nacional medió en una discusión que se estaba produciendo en la calle entre el aristócrata y su mujer, con la hija de ambos delante. Él gritaba y la insultaba. Los agentes lo detuvieron y ella declaró que “consumía drogas y alcohol”, que “a veces le cambiaba el carácter” y que “de vez en cuando” recibía empujones y tirones de pelo. No creyó que fuese grave. Según la macroencuesta, la segunda razón mayoritaria que dan las mujeres para no denunciar a sus parejas, el 37,3%, es que consideran que lo que sucede tiene “muy poca importancia”.

En aquel momento, la Policía Nacional actuó de oficio contra el conde, pero ella no quiso denunciar ni acudir al juicio rápido, como no lo hacen tres de cada cuatro asesinadas por violencia machista: por miedo al agresor, a no ser creídas o a las consecuencias que pueda tener para sus hijos e hijas.

Lo primero a lo que hace referencia Lorente es a “la construcción de la idea de que suelen ser conductas que llevan a cabo hombres después de consumir alcohol o drogas o que tienen alguna patología mental”. De ahí los “la mató después de una fuerte discusión” o los “había bebido”. Incluso en las sentencias judiciales, explica, “se presentan esas circunstancias como si eso fuese ajeno a la violencia en sí misma, como si no hubiese una construcción compleja”.

Eso “son formas de acercarnos a la comprensión de lo que se produce”, pero el origen de la violencia no son 20 cervezas ni un gramo de cocaína, “es el machismo”, apunta Lorente. Y también ahí está “esa especie de responsabilidad de la mujer, como si la conducta de ellas tuviese la culpa de la violencia, como si hubiesen podido evitarlo comportándose de otra manera”.

Estos detalles, “importantes” para conocer más a fondo cómo se produce la violencia machista, “no lo son a la hora de comunicar de forma oficial los asesinatos, porque refuerzan esas ideas estereotipadas”. Cuando se conoce la violencia, “ves que no son factores determinantes, por eso los llamamos sociales, porque pueden tener que ver con la forma de proceder, pero no con el hecho de proceder”.

Diferencias también en relación con el nivel de formación

Según la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer, de 2019, el mayor informe y el más actualizado hasta la fecha en España, hay diferencias también en relación con el nivel de formación a la hora de denunciar. Son las mujeres con estudios universitarios las que menos denuncian, un 14,1%, con “mucha diferencia” respecto al resto de grupos.

“Si se mira exclusivamente la denuncia de la violencia en parejas pasadas, en líneas generales se repite la misma pauta, pero las distancias entre las que menos denuncian y las que más, son mayores”, fija la macroencuesta. El 15,3% de las mujeres con estudios universitarios había denunciado frente al 32,8% de las que tienen estudios primarios o inferiores: “Este resultado muestra que, aunque en general las mujeres con estudios primarios tienen mayores prevalencias de violencia en la pareja que las mujeres con estudios universitarios, también denuncian en mayor medida esta violencia”. 

El análisis de ese informe alude a que esto “puede ser debido a que las mujeres con menos formación sufran episodios de violencia más graves, o a que tengan una mayor dependencia económica de sus parejas que les haga denunciar para poder acceder a las ayudas públicas, entre otros posibles motivos”.

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.

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