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¿Será esta la quinta y última ola?

Los expertos auguran nuevas subidas de la curva, pero menos intensas y virulentas. A no ser que una mutación del virus le permita escapar de las vacunas

Crisis del coronavirus
Un grupo de ciudadanos cruza una calle, la semana pasada en Bilbao.Miguel Toña (EFE)
Pablo Linde

Las epidemias son algo “muy simple”, en palabras de Miguel Hernán, catedrático de la materia en la Universidad de Harvard. “Si hay un grupo susceptible de infectarse y no impones medidas, se contagia. La duda es cuánto y cómo de rápido”, razona. Es lo que ha pasado en la quinta ola de covid en España: los jóvenes, sin vacunar, se han expuesto a la variante más contagiosa del virus sin apenas restricciones, lo que ha producido el crecimiento más rápido de infecciones desde que hay datos. Esta onda parece haber tocado techo (conviene subrayar este “parece”, ya que todavía no hay una tendencia clara). Una vez que los niveles de transmisión vuelvan a ser bajos, algo que previsiblemente coincidirá con una amplia mayoría de la población inmunizada, las personas susceptibles serán muchas menos y la probabilidad de regresar a índices de contagio como los que hemos visto hasta ahora se reducen.

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Media docena de expertos en salud pública consultados por EL PAÍS coinciden en dibujar dos escenarios posibles. Todo depende de las mutaciones. En el optimista, que en general ven más probable, el virus no se hace más virulento ni escapa de forma significativa a las vacunas. La quinta ola baja durante el mes de agosto y, si la vacunación sigue a buen ritmo, en las siguientes subidas —que inevitablemente habrá, con más o menos intensidad— el porcentaje de la población sin vacunar ni infectar será bajo, mayoritariamente niños, que en su inmensa mayoría cursan la enfermedad de forma muy leve o asintomática. En esta hipótesis habrá nuevos casos y nuevos ascensos de la curva, ya que el virus permanecerá con nosotros todavía muchos meses —probablemente para siempre—, si no se consigue una complicada inmunidad de rebaño mundial. Pero, con ciertas restricciones poco severas, ni llegarán a las cotas que hemos visto en esta quinta ola ni saturarán el sistema sanitario.

En el escenario pesimista, el virus muta y escapa de alguna forma a las vacunas, ya sea propagándose entre los vacunados —algo que ya sucede, pero en pocos casos— o, lo que sería peor, no protegiendo contra la enfermedad más grave, algo que las vacunas logran por ahora con gran efectividad. No volveríamos a la casilla de salida, pero casi. La amenaza de nuevas olas con grandes curvas y fuerte presión asistencial sería real y muy esperable. Habría que volver a duras limitaciones sociales y la pesadilla epidémica se alargaría. Esta es una hipótesis que los consultados consideran menos probable, aunque no imposible.

Estos dos futuribles, en cualquier caso, no dejan de ser una simplificación. El porvenir no es binario. Alberto Infante, profesor de la Escuela Nacional de Salud, recuerda que el escape a las vacunas tiene gradaciones que pueden producir que, sin que lleguemos a una catástrofe, sea suficiente para aumentar los contagios de tal forma que la presión asistencial vuelva a verse comprometida.

Hernán cree que lo normal será que, poco a poco, el virus se convierta en endémico, como otros coronavirus con los que convivimos. “Cuando la gran mayoría de la población esté vacunada habrá más casos, pero quizás ni lo sepamos, como no sabemos si en una temporada hay muchos resfriados, porque no hacemos una vigilancia epidemiológica sistemática, ya que no hace falta. Probablemente los coronavirus que ahora causan un catarro provocaron en su día una pandemia”.

Para llegar a este punto hay que recorrer un camino con algunos obstáculos. Rafael Bengoa, experto en salud pública y antiguo directivo de la Organización Mundial de la Salud (OMS), insiste en que el primero que hay que superar es una desescalada exitosa de esta quinta ola. “Con la cuarta no lo hicimos bien y tuvimos la quinta. Esto podría volver a suceder. Y con la variante delta debemos tener mucha más paciencia porque es mucho más contagiosa. Deberíamos asegurar dos o tres semanas con muy baja incidencia y en ese caso tendremos un otoño bueno”, señala.

Pero, ¿habrá sexta ola? Óscar Zurriaga, vicepresidente de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE), responde que es posible, pero con menor extensión y virulencia (siempre que no haya mutaciones adicionales). “No debería ser como lo que estamos viendo. Cada vez la gravedad será menor, pero tampoco debemos tomárnoslo como una tontería, porque la gente sigue muriendo y el sistema sanitario sigue colapsado, tanto la primaria como algunos hospitales. En cualquier ola, por leve que sea, corremos ese riesgo”, advierte.

Varios jóvenes, tras recibir la primera dosis de la vacuna, este miércoles en la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia.
Varios jóvenes, tras recibir la primera dosis de la vacuna, este miércoles en la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia.Mònica Torres

Una vez que la mayor parte de la población adulta esté vacunada, el virus circulará mayoritariamente en bolsas que no hayan recibido el pinchazo. Esto se ha visto muy claramente en la quinta ola, que se propagó fuertemente entre jóvenes. La onda expansiva llegó a mayores, incluso con doble pauta, ya que la vacuna no es 100% efectiva, pero con cifras mucho menores que entre los no inmunizados y con muchas menos hospitalizaciones entre la población vulnerable que las olas previas. Pedro Gullón, también miembro de la SEE, cree que las infecciones se concentrarán en grupos que por edad no hayan sido inoculados o quienes tengan dificultad de acceso a la vacunación. “Temporeros, inmigrantes en situación irregular, personas a las que hay que buscar activamente, pueden sufrir brotes. Las olas en el futuro tendrán cada vez menos impacto, tanto en transmisión como en ingresos y fallecimientos. Sería raro ver una ola como esta en los próximos meses”, añade.

La incertidumbre de los niños

El gran grupo poblacional que quedará sin vacunar en otoño son los niños. Independientemente del éxito que haya tenido la campaña en los demás, para los menores de 12 años no hay todavía una inyección aprobada y las investigaciones no estarán previsiblemente listas antes de finales de 2021 o principios de 2022. Es incierto todavía el papel transmisor o de reservorio del virus que tendrán cuando la mayoría de los mayores estén vacunados. El año pasado los colegios reflejaron la transmisión comunitaria, pero no hicieron de vector. Con las vacunas, el escenario es inédito.

El curso habrá que afrontarlo con las mismas medidas que el anterior. Bengoa aboga por reforzarlas, ya que la variante delta es mucho más contagiosa. “Necesitamos seguir creando burbujas en escuelas. Tiene que ser burbuja antidelta, que no es la misma que la del año pasado. Eso quiere decir, sí o sí, mascarillas dentro y fuera para los niños. Sí o sí, muchísima más ventilación, probablemente medidores de CO₂ en colegios”, sostiene.

El problema de salud para los más pequeños no es tanto una enfermedad grave, que aunque posible es muy infrecuente, sino la covid persistente. Los datos de la Oficina de Estadística del Reino Unido muestran que alrededor de un 10% de los niños de entre dos y 11 años que pasaron la enfermedad mantenían al menos un síntoma ligero cinco semanas después. “Esto supone problemas de concentración, fatiga, dolor muscular...”, subraya el exdirectivo de la OMS.

El virus, en definitiva, seguirá causando problemas, independientemente de que no sea en forma de grandes olas. Eso en la hipótesis más optimista. Los expertos fían al avance de la vacunación la mejor manera para que estos problemas sean leves. Fernando Rodríguez Artalejo, catedrático de Salud Pública de la Universidad Autónoma de Madrid, hace hincapié en que además de fijarse en los porcentajes de pauta completa en España, que va a la cabeza del mundo, habría que preocuparse cada vez más por el avance en otros países, ya que incluso de forma egoísta, mientras siga circulando de forma masiva, es más probable que surja una mutación que reavive la pandemia.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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