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Miedo a efectos secundarios o polarización: las fuentes de las que beben los antivacunas en América Latina

La mayoría de los latinoamericanos quiere inmunizarse, pero el espacio que mantiene el escepticismo es suficiente como para poner en aprietos los planes de vacunación

Fotografía de un cartel indicativo de un centro de vacunación de un barrio porteño, el 22 de julio en Buenos Aires (Argentina).
Fotografía de un cartel indicativo de un centro de vacunación de un barrio porteño, el 22 de julio en Buenos Aires (Argentina).Demian Alday Estévez (EFE)
Jorge Galindo

La mayoría de los habitantes de América Latina quiere vacunarse contra la covid. Esa es la frase que mejor resume el sentir generalizado en la región. Pero no es una mayoría abrumadora ni homogénea, y por tanto insuficiente. Lo es desde luego para todas las personas que dudan o no están dispuestas a aplicarse lo único parecido a una solución real contra la pandemia, al menos hasta hoy: las vacunas empleadas en los países latinoamericanos han demostrado ser efectivas y seguras, con efectos secundarios graves en proporciones mucho menores a los desarrollos severos de la enfermedad contra la que buscan proteger. Ellos son las principales víctimas del escepticismo.

Pero también es una mayoría insuficiente para producir algo parecido a inmunidad de grupo. La erradicación completa de la covid en el corto plazo está prácticamente descartada a la luz de la extraordinaria capacidad de supervivencia que está demostrando el virus, pero cada nueva persona vacunada le roba opciones para seguir contagiándose y mutando. Si estos mecanismos para cortar cadenas de contagio (imperfectos, pero efectivos) no se distribuyen de manera generalizada, los reservorios víricos se mantendrán, afectando con particular intensidad precisamente a las poblaciones menos vacunadas.

En tanto que la producción mundial ha aumentado, la oferta está dejando poco a poco de ser un problema en una mayoría de países de la región. El nuevo reto de demanda se plantea muy distinto país a país: Paraguay, Brasil, y los centroamericanos de El Salvador, Panamá y Costa Rica son los países con mayor proporción de individuos dispuestos a vacunarse, según una encuesta periódica mundial realizada por el Centro de Datos Sociales de la Universidad de Maryland.

En el otro extremo encontramos una mezcla de países que posiblemente puntúan bajo por la alta incidencia actual de la vacunación (Chile, Uruguay) y otros en los que se intuye que quizás hay algo más en juego. Tal parece ser el caso de Bolivia, donde además la tendencia de disposición a vacunarse ha ido cayendo en los últimos tiempos sin que la vacunación efectiva haya avanzado como sí lo ha hecho en Argentina. En el país austral la disposición es también a la baja, pero resta la duda de qué porción de esta caída se debe al hecho de que muchos ya han pasado al grupo de inmunizados, y en qué medida otros han adquirido nuevos argumentos para el escepticismo.

Los dos gigantes poblacionales de la región, México y Brasil, mantienen tasas particularmente elevadas de disposición a la vacunación. En Colombia la evolución ha sido algo más variable, pero en cualquier caso nítidamente por encima de cuatro quintas partes de la ciudadanía está dispuesta para recibir sus dosis desde marzo, tras una tendencia al alza sostenida que superó el valle de desconfianza que se notó en este y otros países a inicios de 2021.

Efectos secundarios, el principal miedo

Esta dinámica durante la primera parte del año sugiere que al principio el escepticismo se veía alimentado por la falta de información o confirmación sobre la seguridad y efectividad de las vacunas. Una vez éstas se han ido aplicando no sólo a cientos de millones de personas en el mundo entero, sino a conocidos, amigos, vecinos, cuidadores y figuras públicas en cada país, la noción de “esperar y ver” ha ido perdiendo protagonismo entre las motivaciones para las dudas.

De casi llegar a ser el motivo más mencionado en marzo, la preferencia por esperar cayó hasta el inicio de junio, mientras descendía en paralelo la duda sobre efectividad. Al menos en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile y Colombia. Pero aquí se produjo un punto de inflexión interesante, que corresponde aproximadamente también con un repunte de la preocupación por efectos secundarios. No corresponde con las noticias de poco frecuentes trombos en Europa vinculados con AstraZeneca, ni con la decisión de EE UU de parar temporalmente durante abril la administración de J&J, indicando que las dinámicas que alimentan o desinflan las dudas son más locales de lo que podría parecer.

Existe, de hecho, una cierta diferencia entre países. Aunque los efectos secundarios y la preferencia por esperar dominan en todos los casos, lo hacen con énfasis distintos. En Chile preocupan particularmente a los dubitativos; y allá, igual que en Colombia, puntúa alto todavía la incredulidad sobre el funcionamiento. Bolivia, el más pobre de los considerados, es el único en el que el coste pesa (aunque el vial es gratis en el país). La desconfianza en el gobierno es baja únicamente en el caso brasileño, probablemente porque allá buena parte de la implementación de la vacunación depende de los estados, y no necesariamente de Brasilia. En el resto, la polarización juega su papel esperado con al menos una cuarta parte de los escépticos.

En Chile, por ejemplo, la combinación de aumento de vacunación con Sinovac y un pico de contagios que dejó muchas muertes cuando la mayoría de la población seguía sin inmunizar resquebrajó el consenso político con el que empezó el proceso, abriendo la veta para críticas (poco o nada fundamentadas en evidencia) específicas a la decisión del gobierno conservador de optar por la farmacéutica china. En Argentina, la dinámica fue similar, pero con los argumentos críticos llegando esta vez desde la derecha.

Pero las causas de naturaleza más estructural también tienen su papel, particularmente en los países más desiguales. El nivel de escolaridad marca la voluntad de vacunarse en no poca medida para brasileños, colombianos y mexicanos.

Esto indica que, al menos en los países mencionados, la circulación de argumentos contra el virus sigue patrones diferenciados por segmento socioeconómico. Los efectos secundarios, la preferencia por la espera o la sensación de no necesitarla (que ha aumentado en todos los países de manera lenta pero constante desde mediados de abril), así como una desconfianza general hacia las vacunas o una preocupación por un eventual coste, pueden llegar a difundirse con particular fuerza a través de estos canales marcados ante la falta de herramientas cognitivas y tiempo disponible para analizar la información recibida.

Pero resulta llamativo, en contraste, el caso argentino. Allá, la proporción de duda no cambia apenas por estudios alcanzados. Argentina presenta así un ejemplo de que el tiempo y la cognición pueden jugar tanto a favor como en contra del criterio propio.

Argentina polarizada

Cada vez más, el discurso vacuno-escéptico latinoamericano se está transformando en una conversación de duda respecto a opciones concretas, no al conjunto de las mismas. En esto, la situación actual difiere del retrato tradicional del discurso anti-vacunas, que suele rechazar de plano a todas o casi todas ellas. Con la covid, la prominencia de las farmacéuticas (y los gobiernos) que han impulsado cada desarrollo, y la inserción de esta mezcla de mercado y diplomacia en contextos polarizados, ha terminado por producir en muchos de ellos un apego o rechazo específico a tal o cual vacuna.

Tal parece ser el caso argentino. Según el recientemente publicado informe sobre discursos del odio del Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismo, aunque para un 30% de argentinos cualquier vacuna sirve, otro 20% cree que vacunarse no hace falta o piensa que hay “algo raro” con las vacunas. Fuera de eso, el orden de preferencias entre las disponibles es más restringido, pero existe.

Pero el verdadero hallazgo del informe llega al cruzar estas preferencias con otras, sobre relaciones con discursos del odio. La encuesta lanza a cada individuo tres frases para comprobar su apego o censura respecto a discursos de corte xenófobo, racista o transfóbico. Construye con todos ellos un índice de apoyo, indiferencia o rechazo a los discursos de odio. Y al cruzar dicho índice con la opinión sobre vacunas, ciertos patrones emergen.

Los no dispuestos a vacunarse están más frecuentemente promoviendo o siendo indiferentes a este tipo de discursos. La asocación es también fuerte, pero más polarizada, con Pfizer, una vacuna que en Argentina ha sido objeto de polémica reciente porque varias voces de oposición al actual gobierno de izquierda argumentaron que era ésta la que se tendría que haber adquirido desde un primer momento de manera masiva. En cambio, es la rusa de Sputnik V la que permitió propulsar el plan de vacunación en el país, y la que se asocia más fuertemente con posiciones favorables a un gobierno que se arroga su habilidad negociadora con Gamaleya.

La forma argentina del escepticismo frente a las vacunas es solo una de las muchas caras que este fenómeno va adquiriendo en el continente. En la medida en que cada país se encuentre con su ‘techo’ de personas totalmente dispuestas a vacunarse, el escepticismo se volverá más evidente e importante. Pero también puede ser demasiado tarde para confrontarlo, dado que es ahora, mientras se difunde el uso de la vacuna, cuando las percepciones y la recepción de nueva información está abierta en la mente de los ciudadanos.

Fuentes. Los datos de disposición a vacunarse y motivos para dudarlo provienen de la Global COVID-19 Trends and Impact Survey, mantenida por la Universidad de Maryland, con acceso a los datos agregados a través de esta API. Los datos de disposición por escolaridad alcanzada provienen de la MIT COVID-19 Survey, mantenida hasta marzo de 2021, y accesibles mediante esta otra API. Ambas se realizan a través de (y en colaboración con) la plataforma de Facebook. En todos los casos se ha empleado exclusivamente datos con muestras lo suficientemente grandes como para ser representativas, aplicando los pesos poblacionales correspondientes.

Los datos finales de Argentina provienen de la encuesta realizada para el informe sobre discursos del odio del Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismo, que se puede consultar íntegramente aquí.


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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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