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Vidas marcadas por la LGTBIfobia: “Sé cómo salgo de casa, pero nunca cómo voy a regresar”

Recibir una paliza por ser homosexual, ocultar las heridas por vergüenza, simular durante años ser otra persona para evitar el acoso. Estas son seis historias de personas que han sufrido discriminación por su orientación o identidad sexual

Espina Díaz, Bob Pop, David García, Marina Delgado, Antonio Lérida y Javier Parra, personas que han sufrido LGTBIfobia. En vídeo, sus testimonios.Foto: EL PAÍS | M. J. PRADA, P. ORTIZ
Marta Pinedo

Javier ocultó las heridas de una paliza homófoba a sus padres por vergüenza. Tres hombres pegaron a Antonio a la salida del trabajo al grito de “maricón”. Nadie asistió a Marina y a la chica con la que quedaba cuando un hombre en la calle las acosó y las llamó “enfermas”. Bob Pop ha simulado durante muchos años ser otra persona para evitar el acoso. Los delitos de odio por orientación sexual o identidad de género aumentaron de 169 a 278 entre 2015 y 2019 (último año del que se dispone de datos), según el Ministerio del Interior. No obstante, la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (FELGTB) señala que la mitad de estos delitos no se denuncian. El asesinato de Samuel Luiz el pasado día 3 en A Coruña ha desatado una amplia reacción en redes sociales para denunciar episodios de agresiones LGTBIfóbicas. Estos son los testimonios de seis personas que han sufrido este tipo de violencia.

Antonio Lérida (Sevilla, 34 años): “Me pegaron al grito de ‘maricón de mierda’ y me destrozaron la nariz”

Antonio Lérida, este viernes en Sevilla.
Antonio Lérida, este viernes en Sevilla.PACO PUENTES (EL PAIS)

Fue la primera vez que Antonio Lérida sufrió una agresión homófoba. Acompañado por su pareja, acudió en 2007 al centro comercial de Sevilla donde trabajaba como camarero. Tras acabar su jornada laboral a la una de la mañana, tres personas lo esperaban a la salida. “Me pegaron al grito de ‘maricón de mierda’ y me destrozaron la nariz”, cuenta. Un par de agentes de policía, que pasaban por la zona, lo llevaron al hospital. “Cuando denuncié, uno de ellos me preguntó si estaba seguro de que me habían pegado”, apunta. Más tarde, encontraron al culpable y se celebró un juicio. “Fue muy violento, conté que me habían agredido mientras la gente en la sala reía”, afirma. La sentencia condenaba al agresor a completar 60 días de trabajos sociales y pagar 1.500 euros a Antonio, pero no cumplió porque resultó ser una “persona insolvente”, según el joven.

Más información
Ana Fern‡ndez y Pablo Bermœdez, de la fundaci—n Alas A Coru–a, Asociaci—n por la libertad afectiva y Sexual, esta tarde en A Coru–a, donde ha ocurrido un asesinato la semana pasada en la que ha fallecido Samuel Luiz y que ha alertado a los colectivos LGTBI quienes han convocada diversas manifestaciones en todo el pa’s.
îscar Corral
07/07/21
Jóvenes gais en A Coruña: “Madrid y Chueca son una burbuja, un oasis. No todo es así”
A CORUÑA, 06/07/2021.- Una mujer depositaba hoy martes flores en el lugar donde asesinaron a Samuel Luiz, el joven de 24 años que perdió la vida en la madrugada del sábado tras recibir una paliza. EFE/ Cabalar
Una “jauría humana” pateó a Samuel Luiz a lo largo de más de 150 metros

El miedo empezó a atenazar a Antonio. “Me repetía ‘no tengas pluma’, por lo que pudiera pasar”, aclara el joven, que se define como bisexual. También sufrió una situación homófoba cuando trabajaba en 2018 como profesor en un colegio privado en Sevilla. “Mis alumnos me llamaban maricón, pintaban penes por la clase, se reían de mí y me amenazaban con quemarme el coche”, cuenta. Decidió buscar una solución. “Lo comuniqué a la dirección, pero me decían que los niños no eran homófobos porque ya habían tenido una profesora lesbiana”, recuerda. El centro le retiró varias clases, le cambiaron el horario y le bajaron el sueldo, según Antonio, que se vio “forzado” a dejar el trabajo.

Ahora suele plantar cara ante los insultos o el desprecio que a veces sigue recibiendo. Aunque reconoce que la sociedad ha avanzado, cree que falta mucho camino por recorrer: “Nos faltan líderes políticos que nos defiendan y nos representen, y una educación que nos enseñe en igualdad”.

Marina Delgado (Sabadell, 23 años): “Me han hecho sentir culpable por ser quien soy”

Marina Delgado, el jueves en Sabadell.
Marina Delgado, el jueves en Sabadell.CRISTÓBAL CASTRO

Marina Delgado estaba hecha un manojo de nervios. Tenía 16 años y acababa de conocer a una chica con la que tenía planeado encontrarse una calurosa tarde de julio de 2014 en Barcelona. “Cuando nos vimos, empezamos a caminar de la mano y sentí que alguien nos perseguía”, recuerda Marina. Ambas se sentaron en un banco. “Un hombre se nos acercó mientras se masturbaba, nos preguntó si éramos bolleras y nos propuso hacer un trío. Cuando lo rechazamos, nos dijo que estábamos enfermas y nos amenazó de muerte”, cuenta. Gritaron, pero nadie se acercó y Marina sufrió un ataque de ansiedad antes de volver a casa. “Sientes miedo, no sabes cómo va a reaccionar la otra persona, a lo mejor te da una paliza pero si niegas lo que eres, tienes que engañar y aparentar. Nadie te enseña a sobrevivir como persona del colectivo”, razona Marina.

La joven jamás le contó a sus padres lo ocurrido, tampoco el temor que sintió después. “Dejé de caminar de la mano de una chica en la calle por miedo”, afirma Marina, que no ha salido del armario en casa hasta hace dos meses. Pero este hecho no fue un caso de discriminación aislada. Marina tuvo que cambiar dos veces de instituto en dos años y abandonar un ciclo de formación superior para sortear el acoso y los insultos homófobos que le dirigían sus compañeros. Además, cuando salía de fiesta solo lo hacía por zonas de ambiente para evitar miradas. “Me han hecho sentir culpable por ser quien soy”, aclara.

El asesinato de Samuel Luiz ha traído a su mente experiencias pasadas. “Siento que no puedo ir por la calle tranquila, ese chico podría ser cualquiera de nosotros”, reconoce. Esta joven, de voz dulce, cree que falta mucho para conseguir una integración real del colectivo. “Mientras sigan existiendo partidos de ultraderecha que atenten contra nuestros derechos, no vamos a conseguir la igualdad”, afirma. Las mismas redes sociales donde a veces recibe insultos le sirven como trinchera de batalla: “Voy a luchar por nuestros derechos”.

Bob Pop (Madrid, 50 años): “Debemos reapropiarnos de la palabra ‘maricón’ para que no nos lo griten antes de asesinarnos”

Roberto Enríquez, conocido como Bob Pop, este jueves en Valencia.

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Roberto Enríquez, conocido como Bob Pop, este jueves en Valencia. . Mònica Torres

Se lo decían en el colegio, en la calle. “Era el maricón del pueblo”, afirma Bob Pop al recordar su infancia en Villaviciosa de Odón (Madrid). Roberto Enríquez, nombre de pila del escritor y crítico, cuenta que creció en la “soledad” y el “ostracismo”: “Al final te callas porque no te compensan las hostias”. Cree que lo más terrible es que pasa mucho tiempo hasta que uno se convence de que no es culpable por ser gay. De adolescente, solo deseaba salir de un hogar donde no podía desarrollarse libremente. “He pasado mucho tiempo simulando quien no era. Por eso, cuando tengo el privilegio de tener voz propia, insisto en mostrarme tal como soy”, cuenta.

La última vez que le insultaron por la calle fue en 2007, “justo cuando estaba a punto de aprobarse la ley de matrimonio igualitario”, recuerda. Iba caminando de la mano de su marido por Madrid y desde su propio edificio les gritaron y les lanzaron naranjas, como cuenta en el vídeo que acompaña a este reportaje y que incluye otros testimonios. No denunció por “pereza” o por una potencial falta de apoyo, dice. “Nos han enseñado toda la vida que denunciar es de maricas. Tienes que ser un hombre fuerte y enfrentarte a ellos, si no delatas tu propia debilidad, la misma que han puesto en cuestión esos machirulos durante tantos años”, explica, aunque destaca la importancia de alzar la voz.

Bob Pop, que ha estrenado en junio su serie de televisión Maricón Perdido, reconoce que ahora no sufre episodios homófobos. “Tengo el enorme privilegio de rodearme de gente a la que quiero y cierta posición profesional en la que puedo elegir con quién trabajar”, aclara. Pero recalca que una persona que ha sufrido este tipo de acoso nunca se recupera del dolor: “No creo en el término superviviente. Seguimos adelante, pero heridos y tullidos”. Destaca la importancia de escuchar a las personas del colectivo LGTBIQ para evitar un “odio casi monolítico” y subraya la necesidad de revertir el insulto: “Debemos reapropiarnos de la palabra ‘maricón’ para que no nos lo griten antes de asesinarnos”.

Javier Parra (Barcelona, 35 años): “Oculté a mis padres las marcas de la paliza por vergüenza”

Javier Parra, el viernes en Barcelona.
Javier Parra, el viernes en Barcelona.JUAN BARBOSA

Javier Parra tenía 13 años y estaba pasando la tarde con unos amigos en un parque de Reus, donde vivía. De repente, tres jóvenes poco mayores que él empezaron a increparle. “Me insultaron y me dieron una paliza a gritos de ‘maricón’ y ‘gordo”, recuerda. Se encargaron de dejarle claro lo que pensaban sobre su orientación sexual cuando él ni siquiera estaba seguro. “Mis amigos me dejaron ahí, nadie salió en mi defensa”, cuenta. Su espalda y sus costillas estaban amoratadas y un intenso dolor atravesaba su cuerpo. “Cuando llegué a casa, oculté a mis padres las marcas de la paliza por vergüenza”, dice. Javier evitó durante mucho tiempo que su familia lo viera cuando se cambiaba de ropa o cuando iba a la ducha. “Aún no sabía lo que me pasaba, no tenía referentes y si encima te pegan por ser lo que eres, tienes más problemas para afrontarlo”, afirma.

El joven se martirizó tras la agresión. “Me sentía muy mal y durante mucho tiempo pensaba que realmente lo que yo era o sentía no estaba bien”. Cuenta que esto lo llevó a ocultarse, a esconder sus sentimientos y a no salir del armario hasta que cumplió 21 años. La ola de indignación que el asesinato de Luiz ha generado en redes sociales le ha animado a contarlo por primera vez. El martes vio un hilo de un usuario en Twitter bajo el hashtag #YoSiTeCreo y no se lo pensó dos veces. “Cuando publiqué mi historia sentí un desahogo enorme porque era algo que yo había llevado conmigo siempre en secreto”, señala. Destaca la necesidad de visibilizar y compartir experiencias como la suya: “Quizá otra persona pueda verse identificada, se pueda empoderar o le pueda servir para buscar ayuda. Al final, todos hemos sido víctimas de lo mismo”.

Espina Díaz (Sevilla, 24 años): “Soy una superviviente, no una víctima”

Espina Díaz, el jueves en Coria del Río, Sevilla.
Espina Díaz, el jueves en Coria del Río, Sevilla. PACO PUENTES (EL PAIS)

El mundo de Espina Díaz dio un vuelco cuando un profesor explicó en clase la anatomía de la mujer y del hombre. Ella, que había crecido sintiéndose una niña, ahora temía que le pudiera salir barba o cualquier atributo masculino, propio del cuerpo que la acompañaba. “Pasé mi infancia en mi propio mundo, donde yo era feliz”, reconoce. Esa tranquilidad se vio perturbada enseguida. “Todo se viene abajo cuando la gente del colegio te ve diferente y te deja claro que algo pasa contigo”, cuenta. Cada día, Espina se despertaba con una pregunta en mente: “¿Qué me pasará hoy?”. Asistir a clase le suponía soportar todo un despliegue de miradas, insultos, amenazas y golpes al grito de “maricona”. “Tenía que pasar por un pasillo, donde sabía que me iban a poner la zancadilla o me iban a pegar patadas”, afirma.

Un día varios compañeros le cortaron el pelo en clase. Otro, prendieron su melena con un mechero. Una mañana le quitaron casi toda su ropa en pleno recreo. A veces, la seguridad de acudir a la policía se convertía en un riesgo. “Puse una denuncia por una agresión y como no les sentó bien, me esperaron al salir de clase. Una profesora me metió en su coche para que dejaran de pegarme”, recuerda. Los años le han otorgado algo de tranquilidad, pero la discriminación ha seguido presente. A veces recuerda una noche de fiesta en 2014 con amigas en Sevilla: “Me agarraron del cuello cuando estaba en el baño de mujeres y me dijeron que no podía entrar porque era un tío”. No denunció. “Sé cómo salgo de casa, pero nunca cómo voy a regresar”, dice.

Espina reconoce que ha convivido con una ansiedad constante. “He tenido que normalizar muchas cosas para sobrevivir”, señala. Considera que hace falta una mayor educación en igualdad, pero duda que la discriminación contra el colectivo desaparezca pronto. Lo que nunca aceptará es que la retraten como una persona frágil: “Soy una superviviente, no una víctima”.

David García (Pinto, 42 años): “Aprendí todos los sinónimos de la palabra homosexual a base de insultos”

David García, el viernes en Madrid.
David García, el viernes en Madrid.KIKE PARA

A David García no le gustaba el fútbol de pequeño. En el recreo, prefería jugar a la comba y juntarse con chicas, una actitud que sus compañeros le reprobaban. Cada mañana, al llegar al colegio, encontraba una gran variedad de insultos contra él escritos en la pizarra. Sarasa. Mariquita. Julay. Mariposa. “Aprendí todos los sinónimos de la palabra homosexual a base de insultos”, cuenta. En ese momento empezó a entender cómo iba a ser su futuro incluso antes de conocer su sexualidad. Y no se equivocó.

En 2001, fue junto a su novio y unos amigos a pasar la noche a un karaoke de Fuenlabrada. Tras interpretar una canción, arropado por el aplauso del público, se acercó a la mesa donde estaba sentado su grupo y le dio un beso a su pareja. “Un camarero nos dijo ‘por favor, me ha dicho el dueño que os cortéis, que esto no está bien visto y hay niños”, recuerda. Asegura haber sentido “indignación” y “vergüenza”: “Nos estaban llamando la atención delante de todo el mundo”.

“Me sigue costando que mi marido me dé la mano en la calle”, reconoce. Se siente incómodo porque siempre percibe “miradas, codazos o gente que se queda mirando”. A sus 42 años, evita pasar cerca de grupos de adolescentes por miedo a que le puedan decir algo. “No necesitan verte dándote un beso o de la mano de un novio. Esa gente huele al débil, a cualquiera que ellos crean que pueden atacar sin que les pase nada”, dice. Aunque hace años le costaba exteriorizar su orientación sexual fuera de su círculo más cercano, ahora no duda en llevar una pulsera con la bandera arcoíris: “Quiero lanzar una señal a alguien que pueda ser del colectivo y lo esté ocultando para que sepa que está cerca de los suyos, que le voy a ayudar y voy a estar ahí”.

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