Marty Baron: “La gente se fía más de sus sentimientos que de los hechos”
El prestigioso director al frente del renacer de ‘The Washington Post’, que anunció su jubilación esta semana, reflexiona sobre los desafíos del periodismo tras un periodo que lo ha puesto a prueba
Se va una leyenda del periodismo. Marty Baron, de 66 años, anunció esta semana que se jubila, tras ocho años como director de The Washington Post. El renacimiento del Post, liderado por el extraño tándem entre el veterano periodista y el emprendedor tecnológico Jeff Bezos, dueño de Amazon, que adquirió el diario al poco de llegar Baron, es quizá la mayor historia de éxito del negocio del periodismo de calidad en la última década. Baron deja el diario con una redacción que casi duplica a la que encontró al llegar y con un exitoso modelo de suscripción digital que le permite navegar con cierta seguridad en la zozobra de la industria de las noticias. Un mundo al que Baron ha entregado más de 40 años de vida, la última mitad de ellos como director, en The Miami Herald, The Boston Globe y, al final, el Post. Sus redacciones han ganado una veintena de Pulitzer, incluido el que premió la investigación que destapó el escándalo de abusos sexuales en la Iglesia católica de Massachusetts, historia que le permitió a Baron quedar inmortalizado en el cine, en aquel director hosco, irascible e inflexible de la oscarizada Spotlight (Tom McCarthy, 2015). Se despide Baron tras cerrar “el año más intenso”, que ha puesto a prueba a su profesión en diversos frentes, y días después de que abandonara el poder un presidente, Donald Trump, que quiso convertir a sus reporteros en “enemigos del pueblo”.
Pregunta. ¿Estaba esperando a que se fuera Trump para anunciar su propia despedida? ¿Era algo personal?
Respuesta. No [risas]. Contemplaba irme después de este ciclo electoral, pasara lo que pasara. Lo planteé hace dos años. Me comprometí a quedarme hasta las elecciones, pero no me comprometía más allá.
P. ¿Ha dejado algún consejo, para sus reporteros más jóvenes, sobre cómo es lidiar con una Administración que no los llame “enemigos del pueblo”?
R. Mi consejo es el mismo de siempre: hagamos nuestro trabajo. No veo que estemos en guerra con nadie, pero tenemos una misión, y parte de esa misión es hacer que la gente poderosa y las instituciones rindan cuentas. Eso incluye, claro, a aquellos a los que se les confía gobernar el país. Tenemos que ceñirnos a esa misión, independientemente de quién esté en el poder. Es la misión que teníamos cuando Donald Trump era presidente y es la que seguimos teniendo con Joe Biden. Por eso tenemos una prensa libre en Estados Unidos. Por eso se redactó la primera enmienda. Se trata de hacer nuestro trabajo. Eso es todo.
P. “Este año que ha sido el más difícil también ha sido el más inspirador”, dice en su carta de despedida a la redacción. ¿Por qué?
R. Este año nos ha puesto a prueba, a todos los periodistas, de una manera en que nunca se nos había puesto a prueba hasta ahora. La pandemia es algo que ninguno de nosotros en nuestra vida habíamos experimentado. Tuvimos que dejar la oficina, desde el 10 de marzo trabajamos en casa. Eso coloca a la gente cargas adicionales, profesionales y personales. Después hubo un colapso económico, otro desafío para todas las empresas de noticias. Entonces vino la ola de protestas por la justicia racial, que fue muy emocionante. Hubo protestas en las calles, confrontaciones con la policía. Y después las elecciones, con un presidente que ha agitado las hostilidades contra los periodistas durante cuatro años y que en esas semanas fue más lejos que nunca. Nuestros reporteros tuvieron que trabajar en un ambiente esencialmente hostil. Y el 6 de enero cubrimos un evento que ninguno pudimos anticipar, un ataque al Capitolio de Estados Unidos. Pero nuestros periodistas superaron esos desafíos, cada uno de ellos. Por eso digo que es inspirador. Se nos sometió a pruebas, de maneras que nunca habíamos vivido antes, y las superamos.
P. ¿El periodismo estadounidense es más fuerte o más débil después de Trump?
R. Es una pregunta complicada. Creo que es más fuerte en el sentido de comprender su misión, en su determinación a cumplir esa misión. Pero buena parte del periodismo americano se enfrenta a enormes desafíos financieros. Afortunadamente, a nosotros nos va bien, porque somos una organización nacional. Pero el periodismo local está en peligro. Todavía no tenemos un modelo para eso. Los eventos del último año han hecho mucho daño a los medios locales y regionales, porque su publicidad sencillamente se ha evaporado, y las economías de sus comunidades han sido gravemente dañadas. Ha habido recortes de personal y muchos han sido adquiridos por compañías que no tienen al periodismo en su corazón, y están ahí solo para sacar hasta el último dólar.
P. El asalto al Capitolio demostró que el sustrato en el que germinó el trumpismo sigue ahí. Fue un ataque inspirado por mentiras y teorías conspiratorias disparatadas. Otro gran reto para el periodismo, ¿no cree?
R. Lo es. Yo creo que el mayor reto al que se enfrenta el periodismo hoy no es el económico, ni el tecnológico, aunque son enormes. El mayor desafío al que nos enfrentamos es que, como sociedad, no podemos ponernos de acuerdo en una serie común de verdades. La gente ha de estar en desacuerdo sobre los retos a los que nos enfrentamos, sobre cuáles deben ser las respuestas, en eso consiste una democracia. Debemos tener un debate vigoroso y vibrante. Pero necesitamos operar desde una serie común de hechos. Y hoy en día ni siquiera podemos ponernos de acuerdo en lo que pasó ayer. Uno debe preguntarse cómo puede funcionar la democracia en un ambiente así. ¿Cómo funciona la prensa cuando una parte sustancial de la población cree en cosas que son directamente falsas y teorías conspiratorias locas?
P. Cuando tanta gente se fía más de un pantallazo que recibe en su móvil o de un texto que encuentra perdido en Internet, ¿han fracasado los medios de calidad?
R. Aunque somos una profesión imperfecta, y no lo hacemos todo bien, no creo que la culpa sea nuestra. Hemos hecho mucho para establecer nuestra credibilidad. Hemos mostrado nuestro trabajo, publicamos los documentos originales, mostramos vídeos, citamos las fuentes, citamos a las personas. Y aún así, no importa. Lo hemos podido ver tras estas elecciones. Hubo más de 50 casos judiciales presentados por los republicanos que alegaban que la elección había sido robada de una manera u otra. Cada uno de los jueces lo rechazó y dijo que no era creíble. Incluso jueces nombrados por los republicanos y por el propio Trump, incluso el Tribunal Supremo. Pero no importó. La gente sentía que había sido robada. Se fían más de sus sentimientos que de los hechos. No aceptan ninguna presentación de los hechos que contradiga sus sentimientos. Y no sé qué se puede hacer con eso. La realidad es que hay un segmento grande de la población en el que las teorías conspiratorias están profundamente atrincheradas. Se fían de sus amigos, de la gente que piensa como ellos. Se les ha convencido de que somos el enemigo y, cuanto más les damos hechos que contradicen sus creencias, más creen que somos su enemigo. En Internet pueden encontrar opiniones que confirman sus puntos de vista preexistentes. Hay una tendencia a decir que es nuestra culpa, y no quiero que parezca que estoy a la defensiva, pero de verdad creo que hay muchos más factores en juego.
P. En su libro de memorias (Breaking News, 2018), el exdirector de The Guardian Alan Rusbridger cuenta que usted le dijo que uno de los atributos que busca cuando quiere contratar a alguien es el optimismo.
R. Es cierto. Me alegra que lo recordara. Tenemos presiones enormes en esta industria, grandes obstáculos. Y quiero contratar a gente que confíe en que va a tener éxito. No tendrás éxito si contratas a personas que creen que van a fracasar.
P. ¿Se acuerda del momento exacto en que comprendió que el negocio se iba al garete?
R. Fue cuando, a principios de los 2000, con la proliferación de las conexiones de banda ancha, empezamos a ver que Internet tendría un impacto profundo en nuestro negocio. La banda ancha hacía posible los terminales móviles, las redes sociales, y todos los actores que tanto han transformado nuestro negocio. Yo, como muchos otros, al principio me sentía apenado. Pero rápidamente decidí que no puedes sentarte y añorar lo que había, tienes que encontrar la manera de seguir adelante. Es como cuando pierdes a un amigo o un familiar. Es comprensible el duelo durante un periodo de tiempo, pero en algún momento tienes que seguir adelante y continuar con tu vida de la mejor manera posible. De acuerdo, me gustaba cómo eran las cosas, me sentía cómodo. Pero las cosas han cambiado. Y la era digital nos ofrece también muchas oportunidades que no teníamos antes, nuevas maneras de contar historias, muy poderosas y efectivas. La oportunidad de llegar a una audiencia mucho mayor. Así que comprendí que había que dejar de llorar por lo que habíamos perdido, y empezar a pensar en cómo tendríamos éxito. A eso me he dedicado.
P. Cuando llegó al Post en 2013, la situación financiera no era fácil y, como dice en su carta, se les ofreció “una segunda oportunidad”, a unos meses de su llegada, con la aparición de Jeff Bezos. ¿Hubo al principio esa típica fricción entre el periodista de la vieja escuela y el emprendedor tecnológico?
R. Hay una idea equivocada de que no habíamos hecho nada hasta que él llegó. No es cierto. Ya había una transformación digital en marcha. Su llegada significó que había que acelerar esa transformación y que cambiábamos nuestra estrategia de enfocarnos a nuestra región para ser una organización nacional e internacional. La gente tenía una gran reverencia hacia la familia que llevó el Post durante 80 años. Acertadamente, porque construyeron esta increíble institución. Pero estaba claro que no teníamos un modelo de negocio viable en 2013. Tuve esperanzas en que Jeff Bezos nos ayudaría a navegar por las dificultades, que vendría con ideas frescas, con capital, que comprendía la tecnología y, lo que es muy importante, que sabía de comportamiento del consumidor. Y ese fue el caso.
P. ¿Le inquietaron los posibles motivos por los que el hombre más rico del mundo podría querer un periódico en la capital del poder político?
R. No. Nunca creí que tenía ningún sentido para él creer que podría usar el Post para ejercer poder político. Era un análisis simplista, un mero reflejo, que no tenía ningún sentido. No necesitaba el Post para eso. Lideraba una enorme corporación y podía ejercer el poder político como siempre hacen las corporaciones, con donaciones y cabildeo. Él dijo que no tenía ninguna intención de hacerlo y luego he podido observar, desde el primer día, que no ha dado ninguna prueba de lo contrario. Nos deja funcionar independientemente, no interfiere en nuestro periodismo, no sugiere historias, no suprime historias, no critica historias. ¡Nos deja hacer nuestro trabajo!
P. ¿Qué ha aprendido de él?
R. Mucho. Cada vez que entras a una reunión con él es un poco una clase de negocios. Es muy interesante escuchar cómo piensa, y es diferente de un editor tradicional. He trabajado con muchos ejecutivos, y él es fresco y sorprendente. También es reconfortante que entiende de qué va nuestro negocio. Entiende que no somos un producto tradicional. Una empresa de noticias es una relación, vendemos una relación con The Washington Post. Es diferente que vender un televisor y creo que Bezos lo entendió desde el primer día.
P. Se diría que parte del éxito de la operación radica en que, en medio de una transformación tan profunda, de la inquietud ante lo desconocido, la redacción necesitaba a alguien como usted que representara el respeto a las viejas reglas de juego del periodismo tradicional.
R. Yo creo que lo que he tratado de defender es esto: que hay cosas que nunca abandonaremos. Nuestra misión esencial, nuestros principios nucleares, nuestros valores nucleares. Debemos agarrarnos a eso. Es la esencia de nuestro negocio y de lo que tenemos que ofrecer al público. Pero hay algunas cosas que sí debemos abandonar, como una lealtad al medio que utilizamos, en nuestro caso al papel impreso. Amamos a nuestros lectores de papel, que son muy leales. Pero ese no es el futuro de nuestro negocio. Debemos reconocerlo. Debimos haberlo reconocido hace 20 años y debimos haber actuado al respecto. Hoy tenemos que encontrar lo que significa llevar noticias al público en una era digital, en la que la gente quiere obtener su información de un artilugio digital, típicamente un artilugio móvil, y a menudo a través de las redes sociales. Pero necesitamos aferrarnos a nuestros principios y valores nucleares. Esa es mi visión desde hace tiempo y creo firmemente que es la correcta. Eso es por lo que la gente pagará. Estamos en un tiempo en que la gente empieza a pagar por las noticias, como se ve en EL PAÍS también, afortunadamente. ¿Y por qué pagarán? Pagarán por periodismo de alta calidad, que se adhiera a los principios y valores tradicionales de nuestra profesión, y que se les entregue en la manera en que deseen recibirlo.
P. En tiempos del individualismo de las redes sociales, usted siempre ha defendido la esencia colectiva del periodismo. La idea de que un periódico es más que una suma de individuos. Una postura que le ha llevado a conflictos con sus redactores.
R. Todo el mundo tiene acceso a una cuenta de redes sociales y puede expresarse. Eso es un desafío para nosotros, porque tenemos una reputación institucional que debe ser protegida. Tenemos principios que necesitamos que sean observados. Somos mil personas en la redacción, y no puede haber una situación en la que todo el mundo exprese lo que quiera y como quiera. Cuidamos mucho lo que ponemos en nuestra web, en nuestro diario, tenemos capas de editores para asegurarnos de que nos acogemos a los estándares que son apropiados para el Post. En las redes sociales no hay ningún tipo de edición y la gente publica continuamente, sin ningún intermediario, a menudo impulsivamente. Es bueno que la gente se exprese de maneras diferentes, de maneras que muestren más de su personalidad, sus opiniones, su humor. Pero sencillamente tiene que haber límites.
P. El Post tampoco ha escapado al debate nacional sobre la diversidad. Usted mismo reconoce, en su carta de despedida, que hace falta más.
R. Estados Unidos tiene una población muy diversa y debemos cubrir a todo el mundo. Cubrirlo bien, entenderlo bien. Hemos tenido una de las redacciones más diversas del país. Las estadísticas lo muestran. Dicho eso, teníamos que hacer más. Era obvio. No éramos tan diversos como debíamos en los puestos más altos de la organización, y hemos dado pasos concretos. Hemos creado cerca de 12 puestos para cubrir raza, etnicidad e identidad. Tenemos un director adjunto responsable de la diversidad y la inclusión. Hemos hecho mucho y, por supuesto, hay más que hacer. No es el final de la línea sino más bien el principio.
P. En The New York Times le llamaron el “último director de la vieja escuela”. ¿Se siente el último de una especie?
R. No. Para nada. No acepto ese título. Soy vieja escuela en términos de nuestros valores y principios, pero no en cómo ofrecemos nuestras coberturas. Hemos innovado mucho, de lo cual estoy muy orgulloso. Soy vieja escuela en asegurarme de que se respetan los principios de nuestra institución. Y en que nos veo como una institución y no como una suma de individuos.
P. “A los 66 años”, dice en su carta, “estoy preparado para avanzar”. ¿Hacia dónde?
R. Es hora de irse. Eso es todo. Soy viejo [dice esto último en español, idioma que domina].
P. ¿Qué consejo le daría a un joven que quiera ser periodista?
R. Hazlo. Si esa es tu pasión, serás bueno. Habrá muchas más oportunidades, porque la profesión está cambiando mucho. Habrá oportunidades para jóvenes, porque hay mucha gente en nuestro negocio que no quiere adaptarse al mundo tal como es hoy. Así que hazlo. Hay necesidad de periodismo. Particularmente, mientras tengamos democracia. En lugares donde no tienen democracia hay también necesidad de periodismo, aunque es mucho más difícil de practicar. Tiene que haber instituciones que pidan cuentas al Gobierno. Debe haber instituciones que den al público la información que necesita y merece saber. Ese es nuestro trabajo.