Que se reinvente todo ya
Te rompe el corazón ver a gente con corbata sufriendo que si me llama, no me llama, empezaste tú, a mí que me registren. Deberían evitarnos el espectáculo
Todos los días paso un rato escuchando La mañana de Grieg, que dicho así parece un programa de radio de esos que te pone la cabeza a mil y ya sales caliente de casa, y peor ahora que te quedas dentro. Escucho la melodía mientras fuera cantan los pajaritos (¿no han notado que hablan más entre ellos?). Sería relajante si fuera queriendo, pero es por cortesía del Servicio Público de Empleo, SEPE, mientras espero que me atienda un operador. No he tenido esa suerte y le pediré una foto, porque ya tengo curiosidad de cómo es. Te pasa lo mismo en el teléfono de Hacienda y ya ni llamo al número médico del virus. La última vez dijeron que contactarían conmigo “en la medida de lo posible”, y se notó que la señorita leía esa expresión. No ha sido posible, han pasado dos semanas.
Llamo al SEPE para que me expliquen cómo cobra el subsidio la empleada de hogar que venía a casa, pero es un misterio. Lo han anunciado y ya, no han hecho ni el formulario. Si normalmente es difícil hablar con un ser humano de la burocracia, imaginen ahora. Ya si te sale un robot intentas darle conversación. Pero no me lo tomo mal, la situación es extraordinaria, todo el mundo hace lo que puede. Lo que no me parece normal es cuánto imbécil anda suelto. Sí, los que ponen cartelitos en el portal para que una enfermera o una cajera cambien de casa. Debemos dar las gracias a estos merluzos, además de compadecerlos por la mayor severidad de su confinamiento, encerrados con su propia estupidez, porque logran el milagro de la unidad: toda gente de bien, de derechas y de izquierdas, censura su mezquindad. En esto debemos fijarnos.
Necesitaremos grandes reservas de sentido común para soportar idiotas. En Hollywood hicieron hace años la lista de los más grandes héroes del cine. James Bond quedó tercero; Indiana Jones, segundo. Pero el primero ni se jugaba la vida entre serpientes, ni era agente secreto, sino un abogado de provincias, Atticus Finch. Defiende a un chico negro en un pueblo racista en Matar a un ruiseñor (Mulligan, 1962). Hay una escena en la que un energúmeno le escupe a la cara y estás deseando que le dé un puñetazo, pero él se aguanta y no lo hace. En ese momento te das cuenta de que ha hecho bien, y que tú habrías hecho mal, pero solo en ese momento. Es difícil ver lo correcto en el instante debido, hay que estar entrenado, no es como ponerse ahora con un tutorial de zumba.
Parecidos problemas, de interpretar el momento y también con el teléfono, tiene gente más preparada. Pablo Casado se entera por la prensa de que tiene que ir a Moncloa, y nadie tuvo el detalle de contar a los empresarios el decreto que paralizaba las actividades no esenciales. No sé quién tiene razón, pero que se arreglen entre ellos, deberían evitarnos el espectáculo. Te rompe el corazón ver a gente con corbata sufriendo que si me llama, no me llama, empezaste tú, a mí que me registren. En el tonto día a día puede pasar, pero en una pandemia mundial hay un claro problema de registro dramático: no están interpretando un vodevil, esto es una tragedia. Quizá con un 11-M por generación es suficiente, dejemos algo de errores históricos para la siguiente, y además es que aquí hay gente que ya estaba en 2004. Oyes el discurso de Macron, breve, convincente, con autocrítica, y te dan ganas de ser francés, y mira que es antipático. “Todos nos tendremos que reinventar, incluso yo mismo”, dijo. Que se reinvente todo ya, por favor.
Como nosotros, Montaigne se tuvo que encerrar en su castillo tanto por la peste como por las guerras de religión, y le sacudían de los dos lados: “Para los güelfos era gibelino y para los gibelinos, güelfo”, lamentaba en referencia a los bandos del siglo XII al XIV, aunque a él le tocaron protestantes y católicos del XVI. Esto de matar al vecino es un no parar. Montaigne, descendiente de judíos aragoneses, también perseguidos, pasó el confinamiento pensando y llegaba a conclusiones de este tipo: “Nuestro mundo solo está hecho a la ostentación, y los hombres se hallan llenos de viento y se mueven de rebote y a golpes, como las pelotas”. Tiene muchas frases para este momento: “¿Hay en alguna política mal tan grande que merezca ser combatido con la droga mortal de la guerra civil?”. Cuenta que con la peste había tantos cadáveres que, por ayudar, un peón suyo se tendió en la fosa todavía vivo, “y mientras expiraba, empezó a cubrirse de tierra con manos y pies”.
Llevamos un mes encerrados. Yo ya salto a la mínima. Hasta me fastidia el corrector no solo cuando escribe lo que no quiero, sino más aún cuando adivina lo que voy a decir antes de que lo diga. Pero lo que más me desanima es ir acertando, sin equivocarme, las tonterías que van haciendo nuestros políticos. Nos moriremos y no se reinventan.
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