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La Justicia australiana anula la condena del cardenal George Pell por abuso sexual contra dos menores

El extesorero del Vaticano sale de la cárcel después de que el máximo tribunal australiano admitiera su apelación

Daniel Verdú
El cardenal George Pell asiste a una audiencia judicial en Melbourne, en febrero de 2019.
El cardenal George Pell asiste a una audiencia judicial en Melbourne, en febrero de 2019.DAVID CROSLING (EFE)

El cardenal George Pell, el alto cargo de mayor rango del Vaticano jamás condenado por abusos sexuales, ha sido absuelto este martes de la pena de seis años de prisión que le había impuesto un tribunal australiano. La máxima instancia judicial de ese país ha anulado este martes la condena a seis años de prisión impuesta contra el prelado australiano, extesorero del Vaticano, por abusos cometidos contra dos menores en los años 90. Después de dos resoluciones y un recurso, el Tribunal Superior ha fallado que existió la “posibilidad significativa de que una persona inocente haya sido condenada porque las pruebas no establecieron la culpabilidad con el nivel probatorio requerido”. Pell ya abandonó la prisión de Barwon para instalarse en una institución religiosa en Melbourne.

El Vaticano nunca creyó en la culpabilidad de a quien Francisco convirtió en superministro de finanzas cuando comenzó su Pontificado y algo así como tercero de la cúpula de la Santa Sede. Cuando fue llamado a declarar, en junio de 2017, el Papa le concedió una suerte de permiso extraordinario para que viajase a Australia a “defender su inocencia”. En marzo de 2019, sin embargo, fue condenado a prisión tras ser declarado culpable de cinco delitos de pederastia, uno por penetración oral, cometidos contra dos chicos del coro de la catedral de St. Patrick’s, en Melbourne, en los años 1996 y 1997. Seis meses después, el cardenal apeló el fallo del tribunal. Ha pasado más de 12 meses entre rejas, pero a los 78 años, el hombre a quien el Papa confió las llaves de la caja fuerte del Vaticano volverá a estar en libertad. Pocas horas después de conocerse la absolución, Francisco rezó en su misa matinal en Santa Marta “por aquellos que cumplen sentencias injustas”.

El cardenal no fue apartado de sus funciones como responsable de las finanzas hasta dos días antes de hacerse pública su condena. De hecho, ni siquiera fue obligado a dimitir, su mandato expiró de forma natural al llegar a los cinco años. Tampoco fue relevado de su cargo como asesor en el C9 (el órgano de cardenales que asesora al Papa en las reformas) hasta casi dos años después de marcharse como imputado a Australia y solo cuando el Vaticano tuvo noticia de que sería condenado. Gran parte del entorno de Francisco nunca estuvo convencido de las acusaciones que pesaban contra Pell. Muchos pensaban que en instancias superiores tendría mejores perspectivas de ser declarado inocente ante un juez (ya le sucedió al arzobispo de Adelaida Philip Wilson, que había sido condenado a un año de prisión por encubrimiento).

El cardenal Pell, tras la decisión del Tribunal Supremo, reiteró que había “sostenido sistemáticamente” su inocencia y que la injusticia que había sufrido ya estaba reparada. Su historia ha sido larga y llena de giros de guion. El pasado 21 de agosto, el Tribunal Supremo del Estado de Victoria, cuya sede se encuentra en Melbourne, había desestimado su apelación contra la condena. Los jueces rechazaron los argumentos del recurso de los abogados del cardenal que cuestionaban la veracidad del testimonio de la víctima y la posibilidad de que el jurado pudiera haber dictado un veredicto más allá de la duda razonable. Tras ese fallo, el prelado se encontraba ante la última oportunidad para ser absuelto en una compleja batalla legal seguida con atención en todo el mundo y que, incluso, llegó a motivar la condena de periodistas que informaron de la sentencia antes de que fuera publicada.

Las acusaciones de pederastia contra Pell salieron a la luz en 2015, cuando una de las víctimas denunció ante la Policía de Victoria que había sufrido abusos sexuales en dos ocasiones por parte del prelado, poco después de que fuera nombrado arzobispo de Melbourne en 1996. El religioso se enfrentaba a una pena máxima de 50 de años de prisión, pero el juez, Peter Kidd, argumentó para su condena a seis años que tuvo en cuenta tanto la edad del cardenal, 77 años, como los delitos “horribles” de los que se le acusaba. El magistrado del Tribunal del Estado de Victoria remarcó en la sentencia que el abuso contra los dos niños del coro, que se produjo cuando iba aún vestido con sus atuendos religiosos oficiales, supuso “un ataque sexual descarado y forzado contra las víctimas”. “Los actos fueron sexualmente gráficos, ambas víctimas estaban visible y audiblemente angustiadas durante la ofensa”, precisó el magistrado, al insistir en que Pell era consciente de sus actos e incluso no reaccionó cuando uno de los niños le pidió que los dejara ir. Ahora la máxima instancia del país no ve suficiente solidez en las acusaciones.

El cardenal nació en Ballarat, en el Estado australiano de Victoria. Vivió varios años en la misma casa que Gerald Ridsdale, el abusador en serie de la escuela Saint Alipius en esa misma localidad. Un centro calificado por la prensa local como “paraíso de pederastas”, en el que cinco de sus seis profesores fueron relacionados y condenados por casos de abusos. Ambos fueron colegas mucho tiempo. De hecho, Pell le acompañó a testificar en 1993 a uno de los juicios en los que fue condenado a 18 años de cárcel por la violación de hasta 54 menores. Durante décadas ha habido decenas de suicidios —al menos 40, según la policía de Victoria— relacionados con aquellos casos.

Una de las supuestas víctimas de Pell, de hecho, se enganchó a la heroína después de los teóricos abusos, que según la denuncia se produjeron cuando tenía 13 años. El chico, relataron sus padres a la cadena ABC australiana, comenzó a drogarse antes de que se cumpliera un año del incidente y murió en 2014 por sobredosis. La Conferencia Episcopal Australiana, por boca de su presidente, el arzobispo Mark Coleridge, reconoció que la decisión del Tribunal Supremo será bien recibida por quienes creen en la inocencia del cardenal, mientras que será “devastadora” para otros.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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