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El Día de Difuntos más triste para Wuhan

China ha dedicado este sábado una jornada de luto en memoria de las víctimas de la Covid-19

Memorial por los fallecidos por Covid-19 en Wuhan (China).
Memorial por los fallecidos por Covid-19 en Wuhan (China).ROMAN PILIPEY (EFE)
Macarena Vidal Liy

La bandera china ante el Hospital Central de Wuhan ondeaba este sábado a media asta. La festividad del Barrido de Tumbas —equivalente al Día de Difuntos—, ha sido declarada jornada de luto nacional en China por las víctimas del coronavirus, que en este país han sobrepasado los 3.200 muertos y 82.000 contagiados según las cifras oficiales. A las diez en punto de la mañana, y durante tres minutos, solo se oyeron los cláxones de los automóviles, las sirenas de los coches de la policía y los pitidos de los trenes, un “aullido de dolor” como lo han descrito los medios chinos. En el hospital, la conmemoración, a la que se ha sumado todo el personal sanitario, fue especialmente emotiva: aún permanecen ingresados pacientes de la enfermedad en una de sus dos sedes, y cinco de sus médicos han fallecido a consecuencia de ella. Sun, un trabajador voluntario, hace tres reverencias ante la bandera: “Es en honor del doctor Li Wenliang”, explica.

Li, un oftalmólogo de 34 años que trabajaba en el Hospital Central, fue uno de los médicos que intentó alertar sobre la nueva enfermedad en diciembre, y que fue amonestado por la policía por ello pocos días después. Acabó contrayendo él mismo Covid-19 y falleció el 6 de febrero. El anuncio de su muerte desató una ola de dolor y furia de la población china en las redes sociales. Desde su fallecimiento, numerosos internautas han continuado dejándole mensajes en sus cuentas en las redes, que se han convertido en una suerte de monumento virtual a la memoria del doctor. Finalmente, en marzo quedó rehabilitado a título póstumo. Ahora, el Gobierno le ha incluido en una lista de 14 mártires —el mayor honor posible para el Partido Comunista de China—, 12 de ellos médicos, que perdieron la vida en la lucha contra el virus.

“El doctor Li era una persona normal y corriente, que hizo lo que cualquiera de nosotros hubiéramos hecho en esas circunstancias. Los policías que le amonestaron tampoco tuvieron la culpa… Las instrucciones venían de arriba”, apunta Sun, que llegó a Wuhan en enero para trabajar en la edificación del hospital Huoshengshan, uno de los dos centros construidos en tiempo récord aquí para acoger a los pacientes de Covid-19.

En esta ciudad, el foco original de la pandemia, donde según las cifras oficiales han muerto más de 2.500 personas y enfermaron 50.000, la jornada de luto mantuvo en rojo los semáforos durante los tres minutos de silencio. Las autoridades locales encabezaron una ceremonia conmemorativa, en la que participaron numerosos médicos. En Pekín, el presidente, Xi Jinping, lideró a su vez el homenaje desde el complejo de Gobierno en Zhongnanhai. Las banderas en todo el país ondearon a media asta. Las páginas web de la mayoría de medios de comunicación quedaron en blanco y negro.

La festividad del Barrido de Tumbas, o Qingming, ha tenido un tono más triste que nunca este año en Wuhan. Tradicionalmente, es una jornada en la que las familias se reúnen para acudir al cementerio, recordar a los antepasados, dejarles flores y ofrendas en forma de comida o bebida y quemar incienso y dinero de papel para que los difuntos puedan gastarlo en el Más Allá. Pero si en toda China se ha recomendado no acudir, por miedo a aglomeraciones que puedan provocar nuevos contagios de la enfermedad, en esta ciudad se ha prohibido acceder a los camposantos al menos hasta mayo. Serán los propios empleados de los cementerios, según cuenta un responsable del de Biangdanshan —el mayor de la localidad—, quienes barran las tumbas en representación de los familiares.

Los ciudadanos que lo deseen, han indicado las autoridades locales, podrán acceder a servicios de streaming por Internet para ver en directo cómo se llevan a cabo esos rituales. O acceder a páginas web que permiten encender velas virtuales por los difuntos. Otros han llevado ramos de crisantemos a las orillas del Yangtzé, el río más caudaloso de China y que baña la ciudad, en homenaje a sus muertos. “No hemos notado mucha diferencia del año pasado a este” en cuanto a volumen de ventas, cuenta una trabajadora en una floristería en el barrio de Baibuting. “Mucha gente guarda las urnas de las cenizas de sus familiares en altares en su casa”, explica.

Pero la prohibición supone que gente como Nico, propietaria de un negocio de catering, no va a poder homenajear como desearía a su abuela, una de las víctimas de la Covid-19: “Tenía 84 años y podía haber vivido muchos más, tenía muy buena salud. Había trabajado muchos años en el comité vecinal y le encantaba ayudar a la gente. Un buen día, a mitad de enero, no se sintió bien y fue al médico. No le dijeron nada de ningún coronavirus, le recetaron unas inyecciones pero no mejoró”.

“Cuando la llevamos a otro hospital, ya la gente empezaba a hablar de esta enfermedad y era difícil lograr una cama. No conseguimos nada llamando a la línea oficial, tuvimos que recurrir a contactos. La última vez que la vi fue el 19 de enero. Aún Wuhan estaba abierta. Murió seis días después, el 25”, cuenta por teléfono desde su confinamiento, que terminará el día 8.

Es la fecha en la que Sun espera poder regresar a su hogar en la provincia de Shandong, en la costa. Ese día se levantará el bloqueo de Wuhan y se restablecerá el transporte hacia el resto de China. Para él, se habrá puesto punto y aparte en una crisis que ahora amenaza gravemente al resto del mundo.

Como muchos otros ciudadanos en Wuhan, Sun considera que el Gobierno central ha hecho un buen trabajo en la gestión de la epidemia: “Le doy un 80%”, apunta, “sobre todo una vez que empezó el bloqueo por cuarentena de la ciudad”. Como muchos otros residentes, expresa escepticismo sobre las cifras oficiales, que cuentan unos 50.000 contagiados y más de 2.500 muertos en esta localidad desde el inicio de la crisis. Piensa que la cifra real es superior. “Digamos que hay disparidad entre los números y lo que yo he vivido”, declara.

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Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.

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