Subestimar las agresiones a mujeres
Pendiente todavía el cambio del Código Penal, la ultraderecha triunfa con sus soflamas antifeministas
La sentencia de la llamada Manada de Pamplona desató la cólera social. Para decenas de miles de ciudadanos resultaba incomprensible que la violación en grupo de una joven indefensa se calificara de abuso. El reciente veredicto de la conocida como manada de Manresa ha provocado protestas, de menor intensidad pero igualmente airadas. Ambas resoluciones inciden en el mismo problema: las leyes y algunos jueces subestiman la gravedad de las agresiones sexuales que sufren las mujeres.
El debate abierto tras el caso de Pamplona facilita una solución adecuada: cambiar el Código Penal. Esta norma permite hoy a los jueces, aunque algunos impongan severas condenas, calificar de mero abuso una violación en la que la víctima, como es el caso de Manresa, no sea intimidada porque esté inconsciente y, por tanto, a merced de las bajezas más repugnantes de un grupo de hombres. El Partido Popular, entonces en el Gobierno, anunció su intención de modificar la ley. La izquierda lo apoya. Pero ahí sigue la ley en los mismos términos rechazables.
Esta situación demuestra las dificultades que aún afrontan las mujeres para que sus reclamaciones y derechos sean atendidos. En la letra de la ley y en algunas sentencias subyace esa inveterada cultura social que tiende a subestimar las agresiones que sufren ellas. ¿De verdad no ha habido tiempo hasta ahora para cambiar el Código Penal, un asunto en el que hay consenso?
La Ley de Igualdad y la Ley de Violencia de Género constituyen importantes aldabonazos a favor de las mujeres, pero asoman en el horizonte nubarrones inquietantes. La distopía no solo la alimenta la ficción. A la ultraderecha española parece importarle poco el sufrimiento femenino porque desvía el asunto en su discurso xenófobo hacia la nacionalidad de los agresores. Poco inquietan las víctimas frente a los inmigrantes ilegales que podemos expulsar y resultan responsables del 70% de las agresiones —una de sus burdas mentiras—. El problema de la violencia de género no reside en la brutalidad que mata, rapta, hiere y tortura a cientos y cientos de mujeres, sino en la maldad de las que interponen denuncias falsas a sus parejas y de una ley que les facilita a ellas el abuso. Hay una batalla que librar en España, dijo en octubre de 2018 el líder de Vox, Santiago Abascal: contra el feminismo. A renglón seguido, su partido irrumpió con fuerza en el parlamento andaluz y, cinco meses más tarde, en el estatal. Impresiona comprobar hasta qué punto sus soflamas entran en la sociedad como el cuchillo en la mantequilla.
Afortunadamente, el Tribunal Supremo está corrigiendo sentencias de abusos sexuales que fueron violaciones, pero las leyes las elaboran y dictan los políticos. Y no parece que subestimar los problemas de la mitad de la población les pase factura en las urnas.
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