No hay muchedumbre feliz
Sociológicamente, hay una lectura mucho más profunda en el coro de gruñidos de los que se masturban alrededor que en la violación en sí
Llamaron del periódico para pedirme un artículo sobre la manada de Manresa. “¿Ha habido alguna novedad?”, pregunté. “Que han denunciado a otra”. Lo primero que hice tras colgar fue pensar en una frase en la que pienso mucho y me voy atreviendo a decir cada vez más: “No hay muchedumbre feliz”. Había estado leyendo ya los últimos días las crónicas del juicio de la violación denunciada en 2016, el mensaje que envía la víctima a una amiga suya al día siguiente: “¿Tú crees que si voy bien me follo a ocho?”. Tenía 14 años cuando ocurrieron los hechos. La chica que ha denunciado la agresión sexual este fin de semana por parte de cuatro personas, 17. En la misma ciudad, lo cual va a ayudar a retratar bastante bien a los medios y nuestra tentación al espectáculo: ¿Primera Manada de Manresa y Segunda Manada de Manresa? En fin.
La frase “no hay muchedumbre feliz” pertenece a uno de los mejores párrafos que he leído nunca de un libro impresionante, El informe Brodeck, de Philipe Claudel (Salamandra). “Hace mucho tiempo que evito las multitudes. Las rehúyo. Sé que todo, o casi todo, fue culpa suya (…) He visto a los hombres en acción cuando saben que no están solos, que pueden diluirse, disimularse en una masa que los engloba y supera, una masa formada por miles de rostros como los suyos. Se alegará que la responsabilidad es de quien los arrastra, los azuza, los hace bailar como a una serpiente alrededor de un bastón, y que las muchedumbres no son conscientes de sus actos, su dirección ni su futuro. Es mentira. Lo cierto es que la muchedumbre en sí es un monstruo, un enorme cuerpo que se engendra a sí mismo, compuesto de miles de otros cuerpos pensantes. Y también sé que no hay muchedumbre feliz”.
Habla de la guerra, pero también de “lo malo”. En ese párrafo está incluido ese momento en que los chicos se van a un portal de Pamplona o a una casa ocupada de Manresa con una chica en calidad no de ser humano, sino de producto de consumo: algo obligado a ser tuyo unos minutos mientras los demás se masturban alrededor (impresionante la pena ridícula que piden para uno que, en la presunta violación de 2016, no abusó de ella pero permaneció en el cuarto mirando y masturbándose mientras la agredían: ¿eso no es abusar?). Sociológicamente hay una lectura mucho más profunda en el coro de gruñidos de alrededor, cada uno con la mano ocupada, que en la violación, al fin y al cabo la expresión más brutal de una cultura.
De igual modo que otra cultura, esta xenófoba, se hace acreedora de esa orgullosa etiqueta de “sin complejos” cuando, ante la noticia de una denuncia por violación, los primeros comentarios en las redes sociales suelen ser preguntas sobre la nacionalidad de los agresores. ¿Por qué? Porque si los denunciados son extranjeros, hay sentencia fijada y política inmigratoria; y si es español, hay que esperar a la sentencia, y aún si esta es condenatoria, hay que darle la razón al voto discrepante. Sí, efectivamente, ninguna de estas dos preocupaciones están relacionadas con la víctima.
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