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Olor a oveja y sacerdote tardío

Luis Argüello , nuevo portavoz de la Conferencia Episcopal es hijo de la estepa castellana y fue profesor antes que fraile

Luis Argüello, secretario general de la Conferencia Episcopal Española. En vídeo, las declaraciones de Luis Argüello, nuevo Secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal.Vídeo: JAIME VILLANUEVA | ATLAS
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Vocación tardía, con carrera y empleo antes de hacerse cura a los 33 años, Luis Javier Argüello García (Meneses de Campos, Palencia, 1953), el nuevo secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal, es licenciado en Derecho e impartió clases sobre la Constitución Española en la Universidad de Valladolid. Es un dato digno de subrayar, porque el episcopado español, casi en su totalidad, sigue engrosado por jerarcas encerrados desde muy niños, en torno a los nueve años, en sombríos y severos seminarios, más proclives al concilio de Trento que a la modernidad. Argüello llegó al seminario de Valladolid sobradamente aprendido. Eso explica que nada más ser ordenado sacerdote, en septiembre de 1986, el entonces responsable de la archidiócesis, José Delicado, le colocase en puestos de gran responsabilidad, entre otros el de formador en el seminario diocesano (1986-1997), y más tarde de rector; vicario episcopal de la ciudad, y miembro del consejo diocesano.

Cuando se supo hace tres años que el cardenal Blázquez buscaba un obispo auxiliar y que, por fin, el papa Francisco se lo iba a conceder, pocos dudaron de quién sería el elegido. Para entonces, el nuevo portavoz tocaba todos los palos de la archidiócesis: vicario general, moderador de la Curia diocesana, miembro del colegio de consultores, miembro de la Comisión Permanente del Consejo Presbiteral, miembro del Consejo de Asuntos Económicos y del Consejo Episcopal…

Pero quien va a ser la voz y el rostro de la Conferencia Episcopal en los próximos cinco años, y va a cocinar, de su propia mano o delegando, cada documento que salga de la institución hacia la sociedad, sigue, en cambio, el perfil de la inmensa mayoría de los eclesiásticos, tengan el rango que tengan. Es decir, nació en la España profunda, es hijo de agricultores, estudió en una modestísima escuela rural y, si hizo carrera, fue porque era “el más aventajado de la clase y el más estudioso”. Son palabras del alcalde de Meneses de Campos, Alberto Blanco.

En conversación con EL PAÍS, el edil, que lo es por el PP y escuchó este mediodía por la radio la primera conferencia de prensa de su vecino, no cabía de gozo. Es el dueño de la única industria que hay en Meneses de Campos, una granja de gallinas que da empleo a siete personas, y conoce la historia de la familia Argüello al dedillo. Le pregunto si, acaso, el obispo portavoz es el único personaje famoso que ha dado su pueblo. Qué va. De Meneses de Campos han salido Leopoldo Calvo Sotelo, presidente de Gobierno entre 1981 a 1982, y el mismísimo Pablo Casado. Se explica. Leopoldo Calvo nació en Madrid, pero su abuelo paterno, Pedro Calvo Camina, era de Meneses, y el también abuelo paterno de Casado era igualmente terracampino de Meneses, a donde el líder del PP suele acudir con alguna frecuencia. Nada menos que Lope de Vega dedica a Meneses una de sus incontables y muy divertidas e ingeniosas comedias, la titulada Los Tellos de Meneses.

Cuando nació el obispo Argüello, Meneses de Campo, de la provincia de Palencia pero a 35 kilómetros de Valladolid, tenía el doble de habitantes que ahora (se acercó a los 1.000 a finales del siglo XIX). En invierno apenas llegan al medio centenar sobre una superficie del municipio de 28,21 kilómetros y una densidad de 4,15 habitantes censados: eso hacen 117 vecinos. En los años ochenta del siglo pasado eran 150 y había 33 chicos estudiando en la universidad. La consecuencia de la despoblación es que Meneses ya no tiene escuela y el paisaje de tierra parda y cielo gris en otoño, y plomizo en invierno, no ofrece demasiadas oportunidades. La familia Argüello sigue viviendo allí, pero su hacienda la lleva un empleado exterior porque el padre tiene 95 años y los tres hermanos del nuevo portavoz, una mujer y dos varones, se han marchado a la capital.

La infancia en la Tierra de Campos sirve para subrayar y entender el carácter austero y sencillo del nuevo secretario general del episcopado. Su superior en la archidiócesis tiene el mismo perfil, nacido de las parameras de Ávila, igualmente despobladas, también hijo de agricultores que han tenido que sudar para sacar adelante a la familia.

Y ahora el perfil episcopal. Contó esta mañana Argüello cómo conoció a Joaquín Ruiz-Giménez cuando éste ya no era ministro de Educación con Franco y se movía en la oposición interna al dictador. Un día que iban a viajar en avión desde Barcelona se suspendió el vuelo y tuvieron horas para compenetrar, hasta el punto de que el exministro le convenció para que “pusiera en marcha” Justicia y Paz en Valladolid. Dicho y hecho. De esa experiencia, quienes conozcan la trayectoria de esa modesta e inquieta organización y lean sus boletines, hay que deducir que el nuevo portavoz es hombre abierto a los nuevos tiempos eclesiales y en onda con el papa Francisco.

Olor a oveja. Escuchar a los fieles de oreja a oreja. Abrirse al mundo. No alarmarse cuando se escuchan las cifras de la secularización de las sociedades, en especial la española. Ser misericordiosos. Ponerse en el lugar de las víctimas. He aquí algunas de las reflexiones, con palabras textuales a las del Papa argentino, del nuevo portavoz. No es exagerado suponer, por tanto, que su elección, muy holgada (obtuvo 45 votos, frente los 29 de Fernández Sangrador, de la archidiócesis de Oviedo, y los cinco del funcionario de la casa, López Segovia), sea interpretada como una señal de lo que pueda ocurrir en la renovación completa de cargos de la Conferencia Episcopal, la próxima primavera. Ahora son mayoría los conservadores, agrupados en torno al arzobispo de Oviedo, el franciscano Sanz Montes, en la órbita del cardenal Antonio María Rouco Varela.

En todo caso, a estas alturas del pontificado de Francisco, el combate interno no es tanto por el control de los cargos de la CEE, sino por atraer al Papa para que acceda a hacer un viaje oficial a España. No lograrlo les parece humillante a los católicos españoles, acostumbrados a las frecuentes visitas de sus antecesores, el polaco Juan Pablo II y el alemán Benedicto XVI. Para ello, los obispos deben ir asumiendo las reformas que se han abierto camino en otras iglesias locales en materias como la comprensión de los homosexuales o lesbianas, que muchos obispos tratan aquí como enfermos o depravados, a los divorciados vueltos a casar, a la misa del Concilio, etcétera. De lo contrario, Francisco, que tanto gustó de visitar España cuando era arzobispo cardenal de Buenos Aires, no programará ese viaje oficial.

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