La “liebre de arroz”, el MeToo chino, lucha por abrirse espacio
Académicos, periodistas y un abad budista se encuentran entre los denunciados, pero aún no existe una definición jurídica del acoso sexual
El tribunal administrativo de Haidian, en el noroeste de Pekín, maneja estos días una demanda que puede resultar fundamental en la lucha del #MeToo chino -o “liebre de arroz” (米兔 “mi tu”) como también se le conoce en mandarín- contra el acoso sexual. Será la primera vista en que se confronten un supuesto acosador y su acusadora. Pero en este caso -indicativo de las dificultades que encuentra aquí el movimiento por la igualdad de género-, quien tiene que defenderse es ella.
Xianzi, una joven de 25 años que solo quiere identificarse por el seudónimo que usa en internet, denunció este verano que hace cuatro, un muy famoso presentador de televisión, Zhu Jun, la había manoseado e intentado besarla cuando ella, entonces becaria, le llevaba una cesta de fruta a su habitación. En su momento fue a la policía, pero no quisieron hacerle caso: la estrella televisiva hacía mucho bien a la sociedad, le dijeron.
Ahora Zhu ha interpuesto una demanda contra la joven, por daños a su reputación y a su salud mental. Xianzi ha respondido con una contra-demanda. “Decidí que tienes que usar la ley para probar que lo que dices ocurrió de verdad”, ha declarado la antigua becaria.
La denuncia de Xianzi es una de las muchas por acoso sexual que han salido a la luz este año en China. El 1 de enero, ya con el movimiento MeToo en plena efervescencia en Occidente, saltaba la primera acusación con nombre y apellidos y que usaba el hashtag equivalente en mandarín #woyeshi (“yo también”). La estudiante Luo Xixi acusaba a su profesor en la Universidad de Beihang en Pekín, Chen Xiaowu. El académico fue cesado días después.
Desde entonces, las acusaciones han implicado a prominentes varones en áreas tan variadas como las universidades, los medios de comunicación o las organizaciones no gubernamentales. En agosto caía el poderoso abad del monasterio budista de Longquan, Xuecheng, después de que dos monjes publicaran un detallado informe de 95 páginas en el que le acusaban de lavar el cerebro a las monjas del templo para que practicaran el sexo con él.
Son triunfos llamativos en un país donde aún existe una fuerte presión social y cultural que prima al varón y subordina a las mujeres. El World Economic Forum sitúa a China en el puesto 100 de 144 países en cuanto a igualdad de género. Según las cifras oficiales -las reales probablemente sean más altas- una de cada cuatro casadas sufre violencia doméstica; un 70% de las trabajadoras dice haber sido víctima de acoso, según una encuesta. Ni siquiera existe una definición jurídica de qué significa acoso sexual. Ninguna mujer ha llegado al órgano de poder más alto del país, el Comité Permanente del Partido Comunista.
“#MeToo ha aumentado enormemente la conciencia pública. El debate se ha hecho más profundo y ha llegado a mucha más gente. Cada vez más mujeres saben que, si sufren casos de acoso, pueden denunciarlo”, explica la activista feminista Zhang Leilei.
La semilla de esos triunfos se sembró mucho antes de la explosión del #MeToo en Occidente. El movimiento feminista en China se retrotrae a décadas atrás, pero en los últimos cinco o seis años ha alcanzado un nivel efervescente. Cada vez más mujeres jóvenes, especialmente estudiantes y profesionales en las grandes ciudades, son más conscientes de la desigualdad de género y están más dispuestas a reclamar sus derechos. La detención en 2015 de cinco jóvenes feministas que preparaban una campaña contra el acoso en el transporte público aumentó la concienciación en lugar de detenerla.
La respuesta oficial ha sido desigual ante las denuncias. Las autoridades chinas, que priman la estabilidad social por encima de todo, ven con preocupación cualquier iniciativa que pueda suponer una movilización importante. Y tras el júbilo que suscitó entre el feminismo el cese de Chen, llegó la realidad de una censura que continúa activa para cada caso que alcanza cierta popularidad. El hashtag #Woyeshi quedaba inutilizado, aunque las activistas rápidamente respondieron con #米兔. En marzo, la principal publicación feminista china, “Feminist Voices”, quedaba bloqueada en internet. Las activistas feministas más destacadas siguen bajo estricta vigilancia en China.
Pero los avances de #MeToo, y del movimiento feminista, son innegables. En varios casos, y pese al hostigamiento inicial, las autoridades han terminado poniendo en práctica lo que las activistas reclamaban. En Cantón, su campaña contra los tocamientos le valió a Zhang Leilei una reprimenda y un alejamiento temporal; pero desde entonces el metro de la ciudad ha incorporado carteles de advertencia contra esos abusos. Desde 2016, y aunque con límites, está en vigor la primera ley china contra la violencia doméstica.
"#MeToo nos deja claro que la censura no puede suprimir la voz de la gente. Las mujeres han podido denunciar pese a la censura porque están decididas a distribuir la información por todo el tipo de modos que puedan. Pero el fenómeno más importante (en torno a #MeToo) no es lo terrible que es la censura, sino lo valientes y juiciosas que son las personas que resisten", apunta desde Nueva York Lü Pin, fundadora de "Feminist Voices".
Y el mayor triunfo hasta el momento puede estar al caer. Según ha publicado la prensa local, el borrador del nuevo Código Civil, que entrará en vigor en 2020, define por primera vez el acoso sexual y hace a las empresas responsables de evitarlo en el lugar de trabajo.