Nacido para mandar obedeciendo
Rouco Varela quedó deslumbrado por Ratzinger cuando estudió en Munich
Cuando Bergoglio, hoy Francisco, empezó a reunir votos en el conclave y ya parecía imparable su elección, Rouco hizo una última intentona en favor de su candidato, el italiano Scola. Ocurrió almorzando en la residencia Santa Marta, donde los electores estaban encerrados bajo llave (eso significa cónclave). “A Bergoglio le falta un pulmón”, comentó con su voz queda. Un partidario del prelado argentino, conociendo las intenciones de su par en Madrid, estuvo presto al quite. “Y a usted le falta un riñón y eso no le impide llevar su diócesis y la conferencia episcopal”. Aparte de que a Francisco no le falta un pulmón sino sólo un pequeño trozo extirpado cuando era joven, la anécdota refleja el afán intervencionista del cardenal español, el más poderoso en España desde Cisneros.
Pese a su apariencia frágil y suave, Rouco, rocoso y sabio, es un hombre resistente, muy seguro de sí mismo. Su carrera es impresionante: a los nueve años entró en el seminario de Mondoñedo, pero un catador de talentos lo escogió para que acabase sus estudios en la Pontificia de Salamanca, el vivero de jerarquías. Allí se ordenó sacerdote en 1959. Otro catador de talentos volvió a cruzarse en el camino, con una decisión que ha marcado el resto de su vida: la de irse a la Universidad de Munich. Un día, un compañero le presta unos apuntes de Teología Fundamental. Autor: el profesor Ratzinger, del que Rouco no había oído hablar ni de lejos.
Quedó fascinado. Aquellas lecturas fueron “un verdadero bombazo”, ha reconocido a José Francisco Serrano, que acaba de publicar en Planeta una entrevista autobiográfica con el título Rouco Varela, el cardenal de la libertad. Es un libro hagiográfico, pero imprescindible. Esta semana se publica otro menos benévolo. Lo firma José Manuel Vidal y se titula: Cardenal Rouco. Biografía no autorizada (Ediciones B). Y aún merece citar un tercero, que salió la primavera pasada: El fin de la era Rouco, de Juan Rubio (Península).
Rocoso y sabio, es un hombre resistente y muy seguro de sí mismo
Ratzinger, he ahí un modelo para armar en España. El resto son algunos años de docencia en Salamanca, donde llega a vicerrector de la Pontificia, y una carrera episcopal que empieza de auxiliar en Santiago y acabó ayer en el pontificado de Madrid. Volviendo a Ratzinger, hoy papa emérito Benedicto XVI, sobre sus espaldas hay que cargar el restauracionismo y la involución hacia Trento del polaco Juan Pablo II. ¿El Vaticano II? Fue un entusiasmo de zelotes desorientados, sostuvo. Es lo que Rouco pensó de la era Tarancón en España, zelotes un poco rojos, para colmo. La idea convenció a Juan Pablo II de que su hombre en España era Rouco, germánico, nacido para mandar obedeciendo.
España, el experimento más peligroso del laicismo reinante, se quejaba Juan Pablo II. Por eso vinieron, él y su sucesor, muchas veces de visita (dos Jornadas Mundiales de la Juventud, un Encuentro Mundial de las Familias, la consagración de la basílica de Gaudí…), con Rouco siempre en primera fila, pletórico, el preferido por aquella Roma, hoy tan distinta. “Sin Papa no hay multitudes”, ha sido su lema. Estadios llenos, estadios llenos, le pedía la Curia. Y Rouco les llenaba los estadios, una y otra vez, mientras se le iban vaciando las iglesias.
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