“Papá, estás muy guapa”
Allyson Robinson es una de las defensoras de los derechos de los transexuales en el Ejército
Allyson Robinson tiene cuatro hijos que le llaman “papá”. Los dos mayores aún recuerdan cuando era un hombre. En el álbum familiar conservan fotografías de su graduación en West Point, la academia del Ejército estadounidense, y bromean: “¡ese no eres tú!. Dos décadas después de graduarse, Robinson lidera el movimiento por los derechos de los transexuales.
Robinson cuenta que supo “desde los tres o cuatro años” que era “diferente”. No comprendía por qué la gente “pensaba que yo era de una manera cuando yo sabía que no era esa persona”. Es una historia que ha explicado muchas veces. En conferencias, discursos y campañas como activista. Las consecuencias, también: “Aprendí muy joven a mantenerlo oculto”. Desde la adolescencia hasta después de dejar el Ejército, Robinson empleó lo que llama “mecanismos de adaptación” para vivir escondida. Hasta West Point le acompañó una maleta con ropa de mujer. “Me ayudaba saber que podía escaparme un fin de semana a un hotel, mirarme en el espejo y no ver esa diferencia entre lo que veía y la persona que yo sabía que era”. La ocultó en los barracones. “Si la hubieran descubierto, conocía las consecuencias”, afirma. Hija de un veterano de Vietnam que acabó su carrera profesional en la guerra de la antigua Yugoslavia, sabía que gais, lesbianas y transexuales se arriesgaban a la expulsión.
La Administración de Obama revocó en 2012 la regla Don’t Ask, Don’t Tell (no preguntes, no cuentes) que prohibía pertenecer al Ejército a quienes revelaran su homosexualidad. Aquel gesto sincronizó el Pentágono con el cambio de opinión de la sociedad estadounidense y los últimos avances judiciales en materia de derechos como el matrimonio igualitario. Pero la normativa sólo mencionaba la exclusión por su orientación sexual, no por identidad de género, de manera que sigue vetado el servicio militar a los transexuales, a diferencia de Reino Unido, Israel o Australia.
Fiona Dawson, autora de la serie documental TransMilitary, explica que el Pentágono justifica dicha exclusión por una definición anticuada de la identidad de género que lo equipara con un problema de salud mental, pese a que la Asociación Americana de Psiquiatría ya la ha eliminado. El Pentágono descalifica a los candidatos que presenten “un historial de malformaciones o defectos en los genitales como el cambio de sexo y hermafroditismo”.
Líderes como Robinson intentan cambiar las normas a golpe de visibilidad. La primera en dar el paso fue Chelsea Manning, antes Bradley: el Pentágono acaba de anunciar que le proporcionará el tratamiento para cambiar de sexo. Unas semanas antes, un transexual expulsado del Ejército protagonizaba la portada de The Washington Post. La actriz Laverne Cox, protagonista de la serie Orange is the new black, apareció bajo la cabecera de TIME. Y Kristin Beck, veterana de los Navy Seal con 20 años de carrera, ha revelado en su libro Warrior Princess que un día fue Chris, miembro del más exigente de los equipos de fuerzas especiales. “Si sus compañeros pueden acogerle, no hay unidad militar que no pueda hacerlo”, afirma Robinson.
La tendencia coincide con señales tímidas de parte de la Administración. El presidente dijo en 2013 que “el valor no entiende de géneros”. Y esta semana, el presidente firmó una ley que prohíbe la discriminación laboral por razón de orientación sexual e identidad de género, aunque el Pentágono sigue exento de cumplirla.
Robinson, licenciada en física nuclear y destinada en operaciones en Oriente Próximo, Alemania y Corea del Sur, admite que siempre supo que no hubiera podido hacer su transición de continuar en el Ejército. Fiona Dawson, una directora británica que ha convertido a personas como ella en el centro de un documental para estudiar por qué hay el doble de transexuales en el Ejército que en otras instituciones, ha encontrado razones que pueden más que el miedo. “Los hombres que se identifican como mujeres encuentran el entorno perfecto para esconder su feminidad y las mujeres tienen la excusa perfecta para ser más masculinas”, explica. “Los transexuales son la comunidad con mayor desempleo y el Ejército es un buen trabajo”.
Siete de cada diez estadounidenses tienen un amigo, familiar o colega homosexual. Pero sólo el 2% conoce a un transexual. “Queremos que dejen de vernos como un problema y nos vean como personas”, añade Robinson.
Robinson, activista y licenciada en física nuclear, admite que no hubiera podido hacer su transición en el Ejército
Nadie le ha enseñado esa lección mejor que sus propios hijos. Junto a su esposa Danielle, compañera de graduación en West Point con la que acaba de celebrar su vigésimo aniversario de boda, los crían como una pareja de lesbianas. Dos de ellos son lo suficientemente mayores para recordarle como padre. “Mi transición no ocurrió de la noche a la mañana”. ”Asesorada por una terapeuta, Robinson fue cambiando su aspecto poco a poco. Un día se vistió con una falda y una camiseta ajustada. Al salir del baño se chocó con su hijo. “Nos quedamos mirándonos unos instantes. Miró la ropa y después me dijo ‘papá, estás muy guapa’. En ese momento supe que todo iba a salir bien”.
Robinson hizo su transición a mujer poco después de graduarse en la Universidad de Baylor, en Texas. Acudió allí tras casi una década en el Ejército, con la vocación de ser pastor de la Iglesia baptista. En la mayor universidad religiosa del país también tuvo que esconderse, y allí tomó la decisión. Lloraba todos los días. Con el apoyo de su mujer, Robinson contactó con una psicóloga para empezar el camino que, según ella, sabía que tenía que recorrer. “Necesitaba darme permiso a mí misma para hacerlo”.
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