Los obispos rinden cuentas al Papa antes de elegir el sustituto de Rouco
83 prelados inician un viaje a Roma de 14 días para explicar el estado de sus diócesis.
Por fin, el espíritu de Francisco se posará desde hoy, durante 14 días, sobre la jerarquía de la Iglesia romana en España. Después de casi un año en el pontificado, el Papa ha llamado a los 83 obispos españoles para que le rindan cuentas, diócesis a diócesis, y para intentar contagiarles los aires de renovación que soplan en el Vaticano desde que el jesuita argentino asumió todo el poder.
Serán 14 días de conversaciones y papeleos, ante el Papa y los dicasterios de la curia, hasta el próximo 8 de marzo, cuando el viaje se cierre con una audiencia al pleno de la Conferencia Episcopal Española (CEE). Ese día, antes del discurso de Francisco, hablará el cardenal Antonio María Rouco. Es su penúltima aparición como presidente de la máxima representación de esa Iglesia en España. Tres días después, ya en Madrid, los obispos se reúnen para elegirle sustituto en una asamblea que abrirá el poderoso cardenal con un largo discurso.
En crisis
* El 71,7% de los españoles dice ser católico, 10 puntos menos que hace una década. La brecha es mayor entre creencia y práctica: solo el 13% va a misa “casi todos los domingos”. En 2000, era el 19%.
* Seis de cada 10 católicos no pisa “casi nunca” una iglesia, si se descuentan las citas de carácter social (bodas, bautizos, comuniones y funerales).
* A mayor formación, menor creencia (50,2% de creyentes con estudios superiores) y mayor secularización en las grandes ciudades (53% de creyentes) que en el campo (ocho de cada 10). Las mujeres mantienen más la fe.
* Aunque se aprecia un repunte de vocaciones, casi la mitad de las 22.842 parroquias carece de sacerdote residente. La media de edad de los curas en activo es de 63,3 años.
Los obispos deben acudir a Roma en visita ad limina cada cinco años, sin excusa. Así lo dicen los cánones 399 y 400. Hacía nueve que los españoles no cumplían ese mandato. La última vez lo hicieron ante Juan Pablo II, del 17 de enero al 6 de marzo de 2005, aunque muchos despachos se cancelaron ante la extrema decrepitud del pontífice polaco. Murió un mes más tarde. Su sustituto, el alemán Benedicto XVI, no cumplió con el código, aunque visitó España en tres ocasiones, alarmado por lo que le contaban. Aquí escuchó muchas horas a sus obispos, antes de retratar en público una iglesia en creciente declive, devastada por jabalíes internos y doblemente perseguida en el exterior, en primer lugar por el Gobierno, presidido entonces por José Luís Rodríguez Zapatero, pero también por incontables medios furibundamente laicistas, según Ratzinger.
El ya emérito papa llegó a afirmar que su iglesia estaba sometida a una persecución parecida a la que se produjo, dijo, “durante la II Republica”. Lo sostuvo en conferencia de prensa en el avión que le traía a Santiago de Compostela, en noviembre de 2010. Todo ello pese a que, poco antes, el Gobierno Zapatero había incrementado en un 37% el dinero entregado por Hacienda a la Conferencia Episcopal para culto y salarios de obispos y sacerdotes (este año, 249 millones, sin que los católicos pongan un euro de su bolsillo cuando hacen la asignación mediante una equis en su IRPF), y pese a no haberse tocado la cuantiosa financiación pública —en torno a 10.000 millones cada año— que la Iglesia romana recibe del Estado para múltiples actividades, incluidos 700 millones para pagar al profesorado de catolicismo en las escuelas.
La mayoría de los obispos durmieron anoche en Roma después de asistir a la ceremonia de imposición de la birreta cardenalicia al arzobispo emérito de Pamplona, Fernando Sebastián, de 84 años. Hoy empiezan a despachar con Francisco, en grupos de siete u ocho. Hasta el 3 de marzo, lo harán los 44 prelados de las provincias eclesiásticas de Burgos, Pamplona, Zaragoza, Madrid, Toledo, Mérida-Badajoz, Valencia y Valladolid, además del arzobispo castrense. Del 3 al 8 de marzo, despacharán los 39 obispos restantes, de las provincias eclesiásticas de Barcelona, Tarragona, Granada, Santiago de Compostela, Oviedo y Sevilla.
El discurso de la Iglesia en España no ha cambiado en los últimos 20 años
Según los obispos, nada ha cambiado desde su última visita ad limina con Juan Pablo II. Creen que España es un país de misión; que corre peligro la libertad religiosa; que el laicismo proyecta acorralarles en la esfera privada, y que la ideología de género, el feminismo o el empoderamiento de la mujer se construye contra esa confesión. También sostienen que el Estado promueve la homosexualidad y que el aborto es peor que el abuso de menores por clérigos pederastas. Incluso, acusan al Parlamento de matar a seres humanos cuando aprueba leyes que despenalizan la interrupción de un embarazo, por restrictivas que sean. El discurso no ha cambiado en los últimos 20 años, de la mano del cardenal Rouco, líder católico indiscutible en esas dos décadas. Queda por ver si lo mantendrán ante Francisco, poco amigo de predicar catástrofes, aunque sean reales, como va a comprobar cuando le pongan sobre la mesa la crisis creciente, imparable, de su Iglesia en España, en número de fieles y en parroquias sin sacerdote.
Llegó el momento de la verdad
Llegó el momento de evaluar hasta qué punto están dispuestos los obispos españoles a asimilar las ansias de renovación que predica Francisco. Hoy empieza la cuenta atrás. A su regreso de Roma, los prelados, además de jubilar a Rouco, que en agosto cumple 78 años, renovarán a fondo todos los cargos de la CEE, más de una veintena, excepto el de secretario general y portavoz, que fue elegido el pasado noviembre (el sacerdote José María Gil Tamayo, del Opus Dei). La asamblea de la CEE se desarrollará entre el 11 y el 14 de marzo. La fecha no es casual. Roma maquinó para que Francisco y sus colaboradores pudieran hablar antes con cada prelado con derecho a voto, a ser posible a solas.
Los obispos deponen ante el Papa cumpliendo un mandato del Código de Derecho Canónico. Se llama Visita ad limina apostolorum, es decir, a los umbrales de los apóstoles, en referencia a los sepulcros de Pedro y Pablo. En realidad, es una escenificación de su sumisión al obispo de Roma, por poderosos que se sientan en sus respectivos pontificados locales. En esta ocasión, ad limina tiene un significado especial, por las resistencias de la jerarquía española ante los cambios que predica Francisco. Limina, en latín, significa en español umbral, pero también paso primero o principio de cualquier cosa. Es decir, el umbral de una nueva era.
Así se interpreta esta visita de los obispos a Roma. Será el comienzo de la renovación que Francisco propone con su ejemplo, con un discurso de maneras suaves, optimista, misericordioso, que predica pobreza, sencillez, cercanía y comprensión ante los pecados de los fieles. Enfrente, se alza la jerarquía española, sombría, prepotente, apocalíptica, casi siempre en el no, en la regañina, que ve obstáculos y enemigos dentro y fuera de su fortaleza, y que está enfrentada con el poder civil, pero también con gran parte de los teólogos católicos, con las congregaciones religiosas e, incluso, con la poderosa organización Escuelas Cristianas.
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