“Un ochomil es efímero; educar a un niño toca la fibra”
El alpinista impulsa la paridad de género en Pakistán con una fundación en honor a su hermano
Alberto Iñurrategi (Aretxabaleta, Gipuzkoa, 1968) ha coronado ya 14 ochomiles. Pero, desde su humildad, dice que “es algo efímero”, que “educar a un niño sí que toca la fibra”. Quizá desde que perdió a su hermano Félix en el descenso de la duodécima cumbre, el Gasherbrum II, en el año 2000, prefirió perseguir otras emociones hasta que las ha encontrado, claro, “muy cerca de la montaña y de los glaciares”.
En el valle de Hushé, en una remota región de unos 14.000 habitantes donde concluyen las mayores cadenas montañosas del mundo, en medio de dos potencias enfrentadas desde 1947 como son Pakistán e India, Iñurrategi es la cara reconocible de la Fundación Félix Iñurrategi Baltistan Machulu, a la que se incorpora el nombre de su hermano como recuerdo. Es allí donde es feliz tras haber implantado un modelo educativo que ha multiplicado por cinco el índice de escolarización, basado, sobre todo, en el objetivo de la paridad de género en una zona donde el sistema jurídico de la sharía deja a la mujer desprotegida con relación al hombre.
“Hace un año, un grupo de mujeres se atrevió por primera vez en su vida a abrir una cuenta corriente en un banco”, rememora este alpinista mientras enlaza unos dedos enormes, que demuestran el castigo de las congelaciones sufridas. “Jamás habían salido de su poblado, y un día les propusimos ir en autobús hasta Machulo, que está a media hora y donde la mujer tiene más libertad de movimiento. Solo se pudo hacer el viaje con la condición de que también vinieran dos hombres. Lo veían con malos ojos”.
Es feliz tras haber implantado un modelo educativo que ha multiplicado por cinco el índice de escolarización
Ahora, muchas de aquellas jóvenes acuden a un centro de formación donde aprenden, entre otras manualidades, a hacer mermelada y a coser para luego vender sus productos. “Ver esa evolución emociona”, insiste Iñurrategi con una voz templada mientras da un sorbo a su café en una céntrica cafetería de Bilbao, a la que acude junto a su amigo de la fundación Jon Mancisidor como si fuera a dar luego un paseo por el monte.
Iñurrategi siempre pensó que aquellos jóvenes cocineros y sherpas a quienes conoció durante sus frecuentes expediciones —siempre preocupados por la harina como bien preciado para su subsistencia y que ni siquiera conocen su edad— debían tener una vida mejor. Por eso apostó por su urgente alfabetización, a la que fue incorporando a las niñas mientras conseguían mitigar las reticencias de una sociedad tan patriarcal. Diez años después, ya hay becadas que pueden salir del valle a seguir estudios superiores; eso sí, siempre acompañadas por un hombre.
Para acompasar esta ingente labor solidaria en una tierra pobre, aislada, sin otros recursos que cuatro productos agrícolas, la Fundación Félix Iñurrategi se ha tenido que ganar la confianza del mulá del valle, una conquista que Alberto reconoce “fundamental”. Este empeño, no obstante, se vio favorecido cuando logró dotar al valle hace seis años de un sistema de regadío que acababa de una vez con las sequías que aniquilaban la única fuente de subsistencia. Ahora, le piden más escuelas, precisamente cuando empiezan a flojear las ayudas a su fundación, de 400 socios. “Por 50 euros se cubre la escolarización de una niña por curso. Es el precio de uno de nuestros bonos”, acaba reivindicando.
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