“Los goles pasan, las amistades perduran”
La mejor waterpolista del mundo cree que la clave del éxito es es "trabajo, trabajo y trabajo"
Jennifer Pareja (Olot, 1984) sale de la piscina de las instalaciones del CN Sabadell, en Can Llonch, y resopla al quitarse el gorro al terminar un entrenamiento de dos horas y media, ocho series de 400 metros —combinadas con saltos y abdominales— y media hora de pases y tiros a portería. Por la tarde le espera un partido contra los juveniles. No pierde la sonrisa mientras se quita el gorro. “Dame 10 minutos, me cambio y vamos a comer, ¿vale?”, pide con esa voz rota, tan personal.
La mejor waterpolista del mundo en 2013, según la Federación Internacional (FINA), tenía 14 años, era campeona de España de 50 metros espalda y había batido varios récords de la especialidad cuando decidió dejar la natación. “Intenté que me echaran del equipo y casi me echan del club”, se ríe. “¡Es que me aburría, iba sola a todos sitios!”, se justifica. Maldita la gracia que le hizo a su padre que se pasara al waterpolo. “Me dijo que cogiera el autobús para ir a los entrenamientos, que él no me llevaba”, recuerda. Y eso hizo, pero solo durante cuatro semanas. Al mes, el Sant Feliu jugó en Olot. “Éramos malísimas y nos ganaron por mucho, pero por mucho, a nueve. De los nueve, marqué ocho”, cuenta mientras devora unas gambas que el dueño del local se niega a cobrar. “¡Aquí, la mejor del mundo no paga!”, vocea Antonio tras la barra.
Aquel mismo día, Jordi Timblau, seleccionador de la catalana, la invitó a formar parte del equipo cadete de la federación; en septiembre de 2000 entró en el CAR y en 2001 llegó a la selección absoluta. Hasta hoy. “¿Talento? Supongo que al principio cuenta, pero después es cuestión de trabajo, trabajo y trabajo, lo tengo muy claro”. Lo dice por su experiencia y por sus compañeras, medallistas de plata en Londres 2008 y campeonas del Mundo en Barcelona 2013.
A los 16 años, de siete a nueve de la mañana nadaba kilómetros; iba a clase hasta las 11.00; luego, dos horas de gimnasio y tres de escuela; a las siete, dos horas más en la piscina y después, a estudiar. Ahora se entrena cinco horas al día y aunque sigue siendo duro, nada que ver: “Con 16 años, ponte el bañador, tómate un zumo, comete una barrita energética y tírate a la piscina a las seis de la mañana”. Entonces, iba a clase con la carpeta forrada con fotos de los campeones olímpicos españoles: “Tenía una del equipo de Atlanta 96, una de Rollan, y otra con el Chava y Marcos que me hice en el Barceloneta”. Entonces, sus ídolos eran Estiarte, claro, y la húngara Aniko Pele y tenía un sueño: “Yo solo quería ser olímpica”.
Asegura que el waterpolo femenino ha evolucionado y recuerda que en el Mundial de Barcelona, en 2003, las chicas del equipo debían pedir permiso en el trabajo para jugar los partidos. “Lo suyo sí tenía mérito”, dice. “Hoy, si juegas en la selección puedes vivir de esto, el plan ADO te alcanza. Aquellos fueron años de mierda, pero aquellas derrotas nos enseñaron el camino”. Insiste: “Si no hay condiciones de trabajo, no hay resultados”. Y reclama un trato más justo para la mujer deportista. “Bueno, para la mujer, en general. La sociedad sigue marcando diferencias entre hombres y mujeres, no solo en el deporte. Ser deportista no es fácil y ser mujer, aún menos, sigue sin ser fácil”. Llegados a este punto, la mejor waterpolista del mundo tiene un objetivo muy claro: “Disfrutar jugando, ser feliz y reírme mucho. Los goles pasan, las amistades perduran”.
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