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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Desigualdad vertical

La educación es un componente esencial de la movilidad intergeneracional en términos de ingresos

Hace unos días el presidente de Gobierno afirmaba en estas páginas que “no hay en este momento unos indicadores precisos ni en España ni en Europa sobre los datos de desigualdad”. Afirmación sorprendente esta, porque “haberlos, haylos”; son abundantes, rigurosos y contundentes. Y lo son en especial cuando hablamos de la distribución de ese bien tan precioso que es la educación.

Por si los datos que acaba de proporcionar el Informe PISA no convencen, ayer daba a conocer Eurostat los resultados del estudio estadístico sobre la transmisión intergeneracional de las desventajas y hace dos años se publicaron los resultados del IV informe Eurostudent. Hay más, pero citamos los que institucionalmente puedan suscitar menos recelos a nuestras autoridades.

Según Eurostat, solamente el 18% de las personas que tienen en Europa entre 25 y 29 años y cuyos progenitores tienen un bajo capital educativo, han accedido a la universidad; mientras que entre los progenitores de nivel educativo alto, se produce una reproducción del 63%. En suma, existe poca movilidad. Esto es lo que ya concluía el informe de Eurostat de 2007: la educación es un componente esencial de la movilidad intergeneracional en términos de ingresos y las diferencias educativas tienden a persistir a lo largo de las generaciones. Eurostudent IV nos había enseñado que existe democratización, pero es muy relativa: que se produce una importante selección previa al acceso a la Universidad; que existe una segregación por ramas (las ingenierías se reproducen unas 15 veces más que las humanidades) y, por supuesto, una desigualdad vertical, pues a medida que se superan niveles educativos, crece la segregación y la selección. O sea que la esperanza de vida educativa (el número medio de años que se puede pasar en el sistema educativo) varía enormemente entre quienes concluyen una carrera universitaria y quienes abandonan mucho antes, porque aquellos, a lo largo de la vida, mediante el acceso a cursos de formación continua, duplicarán como mínimo su capital educativo inicial.

Pero esto es lo que sucede en cualquier país, con diferencias y matices. En España, además, nada menos que la mitad de los descendientes de progenitores con bajo nivel educativo reproducen dicho nivel, mientras que un 75% de los hijos de progenitores con alto capital educativo, obtienen un título universitario. Nuestro sistema educativo es desigual y genera mucha polarización y los problemas más graves se concentran en los niveles inferiores.

A la luz de las políticas que se están imponiendo, todo parece indicar que si hay un modelo educativo subyacente, este es el del deporte olímpico: seleccionar etapa a etapa y entrenar bien solamente a los mejores de los mejores para competir en una supuesta liga mundial de la educación. Lo que suceda a la mayoría, importa poco: ya se las arreglarán. Esta es la cuestión, y no los indicadores.

Antonio Ariño es catedrático de Sociología en la Universidad de Valencia.

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