Toda la Tierra al alcance del usuario desde el espacio
Los satélites miden hielos, temperaturas, vientos, nivel del mar, corrientes y otros muchos parámetros que Europa empieza a explotar económicamente
Que la única perspectiva de toda la Tierra es la que se tiene desde el espacio es obvio. También lo es que los satélites en órbita ven el suelo, el hielo, el agua y los océanos a escala global y miden múltiples parámetros, como las temperaturas, los vientos, los contaminantes, la salinidad de los mares... Los científicos explotan intensamente desde hace años los datos para conocer el planeta. Pero ha llegado la hora de que esa información sea también ampliamente social y económica, que ayude a afrontar los retos y problemas de la población mundial, tal y como se puso de manifiesto en el congreso Planeta Vivo 2013, celebrado la semana pasada en Edimburgo (Reino Unido) con participación de casi 2.000 expertos internacionales.
El 71% de la superficie del planeta está cubierto por los océanos y el 29% es tierra firme; de esta, excluyendo la Antártida, el 22% son desiertos, hielo y nieve; el 28%, bosques y selvas; el 25%, tierras de pastoreo; el 13%, zonas urbanizadas, y el 12% está dedicado a las cosechas, detalló Volker Liebig, director de los programas de observación de la Tierra de la Agencia Europea del Espacio (ESA), en Edimburgo. Y más datos: de dos megaciudades en 1979 (Tokio y Nueva York), se ha pasado a 23 en 2011 y serán 37 en 2025; para mediados de siglo habrá que aumentar la producción de alimentos en un 70% respecto a 2005-2007, con una población mundial de 9.000 millones de personas (hacia 2040). Y no solo alimentos. Habrá que optimizar también el suministro de agua y de energía, manteniendo, además, la biodiversidad y los ecosistemas, recordó Volker. Así, argumentó, la imprescindible perspectiva global necesita la información detallada de la situación y evolución continua del uso del planeta que solo los satélites pueden proporcionar.
España se descuelga
España ha pasado de comprometer una inversión de 670 millones en programas de la Agencia Europea del Espacio (ESA), en los presupuestos plurianuales que se acuerdan en las conferencias de ministros de la organización, a 85 millones en la última reunión, celebrada a finales del año pasado en Nápoles. “Estamos trabajando con la delegación española y con la industria para ver cómo podemos ayudar a las empresas”, señaló, muy diplomáticamente, Jean-Jacques Dordain, director general de la ESA en el congreso de Edimburgo. Puntualizó que se tarda décadas en desarrollar la capacidad industrial en el sector espacial y que se destruye muy rápido lo logrado cuando se interrumpe la inversión.
En los programas de observación de la Tierra, que suponen un 22% del presupuesto total de la ESA en 2013 y a los que se asignaron casi 2.000 millones de euros para los próximos años en la conferencia de Nápoles, España se comprometió exclusivamente en dos proyectos, con 59 millones: 52 millones para el programa METOP (con directo interés de la empresa CASA-Espacio Astrium) y siete millones van a SMOS (para cubrir la operación del satélite este año desde la estación de Maspalomas, en Canarias). Ni un euro más. La consecuencia es que, desde principios de 2013, los concursos de la ESA para contratos industriales de todos los demás proyectos de observación de la Tierra llevan una cláusula especificando que no pueden presentarse las empresas españolas, ya que el país no contribuye a la financiación.
Igual que la predicción meteorológica basada en información de satélites es un servicio constante, de indudable impacto económico e imprescindible para múltiples actividades, la información detallada y precisa de la humedad del suelo, de las corrientes, mareas y oleajes costeros, de la productividad marina, etcétera, debe llegar dentro de poco a planificadores, agricultores, ingenieros de infraestructuras... como servicio imprescindible. Por no hablar de la gestión de desastres naturales o de los delitos medioambientales.
“Con el satélite Sentinel 1, que se lanzará el año próximo, vamos a proporcionar, por ejemplo, los datos tomados con radar del hundimiento o elevación del suelo con precisión de un milímetro. Ya se ha hecho para París y para Venecia, y ahora lo haremos para todas las ciudades”, explica el ingeniero español Ramón Torres, jefe del proyecto de ese satélite, el primero de la serie de los Sentinel que formarán el sistema europeo Copérnico. “Esos datos precisos de movimiento del suelo serán de gran utilidad en urbanismo y construcción, por ejemplo, influirán en los materiales y estructuras a utilizar y permitirán que accidentes como el socavón de El Carmelo, en Barcelona, en 2005, no se repitan”, añade Torres. “Es la hora de las aplicaciones comerciales”, subraya Torres. “Y no puedes tener usuarios si no ofreces continuidad y calidad de los datos”, añade. Todo esto va combinado con la revolución de Internet, las redes de datos en banda ancha, los avances en computación, las nuevas herramientas de generación de mapas, etcétera, apunta Volker.
Copérnico proporcionará datos globales, normalizados y constantes para que se puedan desarrollar aplicaciones que faciliten su uso masivo, han destacado los expertos en Edimburgo. El efecto podría ser algo similar al del sistema GPS que, tomando los datos de los satélites, ha permitido desarrollar múltiples usos. En Copérnico (antes GMES) y sus satélites, la ESA ha invertido 1.600 millones de euros desde 2005, y la UE, 600 millones. Ahora, para su operación, la UE se hace cargo del coste, que asciende a 3.800 millones desde 2014 a 2020. Según los cálculos de la Comisión Europea, Copérnico generará 30.000 millones de beneficios económicos.
Pero a la vez, las misiones científicas tienen que seguir abriendo camino. “Cara al futuro se planean satélites para la observación, cuantificación y vigilancia de las nieves en el planeta, para obtener la información global sobre la biomasa, midiendo cobertura forestal y altura de los árboles y para conocer con detalle, por ejemplo, las corrientes y otros fenómenos costeros, porque el océano abierto lo conocemos ya bien, pero a muchos efectos es un desierto, ya que la gente vive en la costa, y en ella se desarrollan las actividades económicas principales”, argumenta Alan O’Neill, profesor de la Universidad de Reading (Reino Unido).
La misión Biomass revolucionará la gestión y explotación de recursos forestales, pero también tomará información esencial para los científicos del clima, para cuantificar el ciclo del carbono e incluso para verificar los acuerdos internacionales sobre cambio climático, explicó en Edimburgo el experto Shaun Quegal, de la Universidad de Sheffield. El satélite se lanzará en 2020.
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