La militancia languidece
Los afiliados políticos acusan la corrupción y el mal gobierno de sus líderes La pérdida de efectivos se debe también a las anquilosadas estructuras organizativas
El estado de ánimo de los militantes políticos solía ser cíclico: ufanos cuando su partido ganaba las elecciones, alicaídos cuando les tocaba estar en la oposición. Pero a veces llueve en un lado y en el otro. La tormenta que está cayendo sobre los dos grandes partidos políticos en España tiene a la militancia sumida en la desazón, por razones distintas, o quizá no tanto. Los militantes no perdonan la corrupción, porque son ellos los que salen a la calle a defender a sus dirigentes y reciben las críticas que merecen otros. Esto ahora arrecia en el PP. Pero en las agrupaciones socialistas, que también se duelen de sus casos de corrupción, la depresión viene de lejos: calculan que en los dos últimos años han desertado de sus filas unos 26.000 afiliados. Están entre 205.000 y 210.000. Pedir a los partidos cifras exactas de militantes es pedir demasiado. El PP presume de más de 860.000, pero los requisitos para considerar a alguien afiliado levanta discrepancias entre partidos.
La militancia es un destilado de las opiniones políticas que se escuchan en la calle, en el bar, en la tienda. “Somos partícipes del disgusto general, y lo vivimos con más intensidad, pero también con más cautela”, resume Antonio Sánchez Molledo, de 50 años, afiliado al PP desde antes de que se llamara así, en 1982, cuando todavía era la Alianza Popular de Fraga Iribarne. Una escalera enmoquetada de azul sube hasta la sede de este partido en el barrio madrileño de Carabanchel, una de las más populosas y activas de la capital. Sánchez Molledo recuerda aquellos tiempos, eran difíciles: “Entonces, salir con una bandera de las nuestras en este barrio era arriesgase a que nos la quemaran, pero eran momentos felices, no éramos ni opción de Gobierno, ni había tarta que repartir. Sobraba ilusión”, dice. Ahora es absurdo no reconocer el desánimo que la marea de corrupción y sobresueldos ha extendido entre las bases del partido y no les cuesta abrazar una de las famosas proclamas de María Dolores de Cospedal: “El que la haya hecho, que la pague”, repiten. Mas no sabrían decir si este es el momento más duro para la militancia en las filas azules: “La guerra de Irak fue un momento terrible para nosotros, cuando salíamos a la calle y nos llamaban asesinos”, recuerda Sánchez Molledo.
“Los militantes, antes, se formaban en los partidos, reforzaban su identidad, se movilizaban ante situaciones conflictivas, eran la base sobre la que después se lograba plasmar unos u otros resultados electorales... Ahora, son espectadores, unos espectadores más de lo que acontece, con el agravante de que en su hábitat normal se ven obligados a defender opciones, situaciones y decisiones que ni han olido y que muchas veces les repugnan”, señala Joan Subirats, catedrático de Ciencia Política e investigador del Instituto de Gobierno y Políticas Públicas (IGOP) de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Las luchas de poder en las agrupaciones y sedes ahuyentan a los afiliados
O se apartan del partido. Lo que no quiere decir que abandonen una ideología con la que comulgan, aunque ahora no la perciban con la intensidad que desearían entre sus líderes.
Los afiliados socialistas han estado en todas las manifestaciones que se han convocado estos últimos meses: contra las reformas laborales, por la educación y la sanidad públicas, al lado de los funcionarios y de los mineros que bajaron desde Asturias hasta Madrid. Debajo de las camisetas verdes, blancas, naranjas, hay militantes socialistas, pero muchos ya no llevan las pegatinas de su partido. “En las manifestaciones nos han insultado por llevar la bandera. ¡No!, les dije: esta lucha también es nuestra”, defiende Alejandro Castro, un viejo socialista que muestra con orgullo su carné número 276. Pablo Iglesias fue compañero de trabajo de su padre y en el salón de su casa está el retrato del fundador del partido, un óleo que estuvo 40 años enterrado. Héctor López, de 22 años, es compañero de Alejandro en la agrupación socialista de Ciudad Lineal y reconoce que la calle es a veces un sitio hostil: “En las manifas lo estamos pasando mal. Si no llevamos pegatinas no se nos ve. Estamos pagando los pecados del partido. Nosotros ponemos la cara y nos la parten. A veces te dan ganas de desconectar”, asegura. Se quejan del encono que muestran hacia ellos “los del 15-M” en todas las protestas, a pesar de que eran muchos los socialistas que apoyaron con su presencia aquel movimiento que llenó la Puerta del Sol. “Los líderes políticos tienen que salir a protestar y a manifestarse, aunque les chillen. Lo harán una vez, y otra, y otra. Ya se cansarán”, añade otra compañera de esa agrupación, Gema González, abogada de 28 años, afiliada desde hace año y medio.
Pero no es solo el desgaste de los líderes políticos, su mal gobierno o la corrupción lo que hiela el ánimo de los afiliados, luchadores incansables que trabajan desinteresadamente “a las duras y a las maduras”, como resume Natalia González, de 25 años, militante popular en Carabanchel. El funcionamiento de las agrupaciones, o de las sedes, como se llaman en el PP, no es del todo del agrado de los que allí conviven. Viejas estructuras que reproducen el aparato de los partidos, donde muchos medran para llegar al poder, para encaramarse a las listas de candidatos, sin dar respiro a los que solo quieren colaborar con el partido y que su opinión se tenga en cuenta. Esa es otra vía de desafección que ha dejado muchas ausencias por el camino. “De cada dos bajas, una se produce en el primer año de militancia”, reconoce el secretario de Organización del PSOE, Óscar López. Sabe que “el partido está tocado”, que se han pasado “años muy duros”, pero cree que parte de los que han dicho adiós lo hicieron por la crisis, por falta de dinero para pagar las cuotas, y que los militantes se animarían si hubiera elecciones.
Pero algo más debe haber para que uno se afilie y antes de que pase un año salga pitando. “Las estructuras son tan rígidas, hay poderes fácticos, familias, corrientes, lo que sea, que te obligan a posicionarte para seguir perpetuando su poder... Así que, cuando llegas a una agrupación o te sitúas en el lado correcto o te hacen la vida imposible, te vas apartando hasta que un día dejas de ir, no quieres ser útil solo cuando hay algo que votar”, dice Luis Felipe Barrio, otro militante socialista.
Las corrientes y las familias desazonan también a los militantes cuando se establecen duras luchas de poder. ¿Son solo propias del PSOE? “Qué va, en el PP ha habido corrientes, catarros y gripes”, dice Antonio Sánchez Molledo, del PP. Y duelen. Concha Aparicio, de 88 años, fue concejal en Madrid con Tierno Galván dos legislaturas. “No entiendo los enfrentamientos. Las primarias ponen patas arriba a los militantes. Y no lo entiendo. Cada uno que exponga su opinión y luego todos a una con el ganador. Punto”.
Los militantes no encuentran cauces de comunicación con los dirigentes
Los militantes no se sienten del todo escuchados por sus partidos. O, como denunciaba la socialista Beatriz Talegón, están hartos de aparecer en los mítines detrás del candidato para que la foto quede bonita. “Es verdad que a veces el militante no se siente del todo representado. La red de transmisión de nuestras opiniones está creada, pero creo que llegan en un 50%. Habría que mejorarlo”, sostiene Antonio Sánchez Molledo, del PP.
Al otro lado de Madrid, en la agrupación socialista de Ciudad Lineal, Gema González, la joven abogada, una chica despierta que ha montado un gabinete con otras dos amigas —y no les va mal a pesar de la crisis— cuenta: “Cuando me afilié, tardé meses en enterarme de cómo funcionaba todo esto, la estructura es rígida, debería simplificarse: una persona, un voto, y menos delegados. Adolece de falta de democracia”, se queja. Y al otro lado, en el PP, Sánchez Molledo, afirma: “A veces debatimos en la sede, arreglamos el mundo y no pasa de aquí, debería haber reuniones en las sedes y un órgano que las debatiera. Un congreso cada cuatro años se queda corto”, asegura.
Las antiguas estructuras quizá ya no sirven. “La sociedad ha cambiado, los vínculos sociales también; la vieja fidelidad a una organización ya es más impensable, pero si no hay fidelidad ni en el matrimonio, ni veraneamos en el mismo pueblo de siempre. Estamos en esa modernidad líquida, que define [Zygmunt] Bauman”, explica la profesora de la Complutense María Luz Morán. “Todo eso se ha ido sustituyendo por el asociacionismo civil, donde las organizaciones jerárquicas y cerradas tienen poca cabida. Ahora se trata de una ciudadanía intermitente; la gente se engancha a distintas plataformas, se pone una chapa en la solapa y una vez que se consigue el objetivo se van a otra cosa, tanto da que pelees por la sanidad pública que para que no talen los árboles de tu barrio, son causas concretas. Los partidos han sido incapaces de adoptar estas formas aunque tratan de ampliar la esfera hacia los simpatizantes para que les sean útiles”, sostiene María Luz Morán.
“La decadencia de la forma de partido es bastante universal, con las lógicas diferencias en capital social, en educación, en trayectoria democrática... Están naciendo nuevas formas y entramados de movilización política, más horizontales, más compartidas, menos institucionales; por tanto, surge un eje de contradicción claro entre nueva y vieja política que se une (o sustituye) a los clásicos de derecha-izquierda, religioso-laico... Pero aún está por ver dónde nos llevará todo ello, lo que parece evidente es que no se trata de una crisis pasajera”, sostiene Joan Subirats.
En el PSOE tiene numerosos planes, algunos aún sobre el papel para remediar la tristeza de muchos de sus militantes: por un lado quieren mimar la agrupación tradicional, volver la mirada a las casas del pueblo, con actividades concretas, con asesoría para la gente de la calle, actividades culturales, algo en lo que están de acuerdo algunos militantes. Por otro, mirar al futuro, con las nuevas tecnologías, participación activa desde casa, afiliaciones temáticas (sanidad, educación). Y abrir las opiniones y el voto a los simpatizantes de la mano de las primeras abiertas. Además de flexibilizar las cuotas.
En el PP, el vicesecretario general de Organización Carlos Floriano, también admite dificultades, “las mismas que tiene el resto de la sociedad, el paro...”. Pero cree que en su partido la militancia está bien organizada, “en comisiones de estudio, convenciones nacionales y nuevos canales de comunicación a través de las redes sociales que facilitan la participación de todos. Podemos detectar las cuestiones que les preocupan”, afirma. “Notamos su apoyo y respaldo. Superaremos esta situación difícil”, asegura.
La militancia alicaída de los grandes partidos tiene su envés en algunos pequeños, que han estado privados de poder, como en IU. Ramón Luque, secretario de Acción Política y Electoral de esta formación, opina que entre los suyos hay un renacer que se apoya en “un proyecto político con un norte bien definido”, en que no han perdido la calle, sino que han estado al lado de los movimientos reivindicativos, y en nuevos referentes, “una nueva camada de dirigentes, jóvenes que sintonizan con los militantes”. Luque habla de unos 34.000 afiliados que asocia con adjetivos como “confianza y autoestima”.
Sí, las victorias electorales animan a los afiliados. O la esperanza en la recuperación. Pero algo más habrá que hacer para que no se escuche el largo silencio de un joven militante como Héctor López, socialista de 22 años, cuando se le pregunta ¿para qué sirve una agrupación?
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