“Lo mejor de Ricky es su cabeza”
Ídolo en la mejor liga de baloncesto a los 21, se perdió los Juegos por lesión
A la fulgurante carrera de Ricky Rubio solo le faltaba una temporada en la NBA para discurrir en el puro vértigo. Recuperándose de una grave lesión de rodilla —la que le dejó fuera de los Juegos Olímpicos— en su casa de El Masnou (Barcelona), el base de 21 años las ha visto de todos los colores en nueve meses. El pasado verano dejó el Barça para dar el salto a la NBA con los Timberwolves de Minnesota. La zozobra fue angustiosa: el conflicto entre clubes y el sindicato de jugadores causó el cierre patronal. “Llegamos a pasarlo mal, a pensar que nos habíamos equivocado y que tenía que volver al Barcelona”, recuerda Esteve Rubio, esencial, junto a su esposa, Tona, en la tutela de la carrera de su hijo.
Tras mejorar su tiro entrenándose con Miquel Nolis, viajó a Los Ángeles. “Allí Ricky participó en los entrenamientos con figuras como Garnett, Love o Fisher, el presidente del sindicato de jugadores. El día que Fisher no venía a entrenarse porque había viajado a Nueva York nos animábamos. Pensábamos que se negociaba y se podía arreglar la situación. Pero cuando volvía y nos decía que las posiciones seguían distantes…”. La zozobra concluyó el día de Navidad, cuando arrancó la competición, con dos meses de retraso y reducida de 82 a 66 partidos.
A Esteve le llamó la atención el respeto que profesaban a Ricky las estrellas de la NBA: “Valoraban que, con 17 años, hubiese sido capaz de competir con los mejores bases del mundo en los Juegos Olímpicos de Pekín”. Batió récords de precocidad: con 14 años debutó en la Liga española —“pensábamos qué iba a pasar si un pívot de 120 kilos le caía encima a un chaval de apenas 65”, suspira Esteve—, fue el medallista olímpico más joven en la historia del baloncesto y en diciembre se convirtió en un fenómeno mediático de la NBA y en un revulsivo para los Timberwolves, un equipo que pasó de ser el peor a estar en posiciones de playoff.
“Está muy unido a la familia, es una persona muy sencilla y tiene las ideas muy claras. Hay jugadores que son mejores pasando, o driblando, o tirando, o físicamente”, puntualiza Esteve, “pero él marca la diferencia por su cabeza, dentro y fuera de la pista”. “Muchos bases son capaces de hacer muchas cosas, pero no mueven al equipo como él. Lo quieren porque no es egoísta y contagia”.
Esteve explica que ni siquiera cuando Ricky empezó a destacar en la élite le educaron en la perspectiva de llegar a ser una estrella. “La primera premisa era que acabara el bachillerato”, explica. “Luego, a medida que suceden las cosas, tienes que rodearle de la gente adecuada para gestionar su carrera. Y, ¿quién mejor que su madre para que le lleve los asuntos? Fue tremendo lo que se montó en torno a él en el All Star, fue el tercer base-escolta más votado en el Oeste, tras Kobe Bryant y Chris Paul y su camiseta ha sido la 15ª más vendida en la NBA”, explica el progenitor.
El base catalán y sus padres organizan un campus de baloncesto para chavales y también para sus familias. “Puedes estudiar muchas carreras, pero nadie te enseña a ser padre. Tratamos de transmitir nuestra experiencia”, cuenta. En ese campus intervienen entrenadores, exjugadores, pediatras, médicos y árbitros, además de Ricky y su padre, que fue entrenador en El Masnou. “Cuando mis chavales empezaron en el Joventut, dejé de entrenar para seguir sus partidos. Eran infantiles. Es cuando más he disfrutado, en esa edad el deporte es más puro”, mantiene Esteve.
El 9 de marzo, en su partido número 41 con los Wolves, Ricky sufrió la grave lesión de ligamentos de la que se recupera en El Masnou, donde han llegado a viajar tres fisioterapeutas desde Minnesota. “Al ver la jugada, pensé: ‘Se ha hecho daño de verdad’. Pero él mismo, pese a que enseguida vio que se perdía los Juegos, fue el más positivo y nos animó”.
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