“Hay que dignificar lo popular. Pero hay que hacerlo bien”
El director ha hecho una gira por Tierra Santa con su coro bilbaíno Jefe de área en una multinacional, cree que "cantar es parte de la identidad vasca”
“A mí me das una ópera de Wagner y quizá a los 60 años pueda digerirla mejor”. Jordi Albareda (Bilbao, 1975) es el responsable de que un coro español, el bilbaíno San Antonio de Ilarabarri, haya sido el primero en cantar en la basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén, el lugar más santo según la tradición cristiana.
Cuando nos encontramos a las 7.30 en el salón del hotel Intercontinental de Belén, renovado sobre un antiguo palacio arabesco, Albareda ya se está tomando un café. “Es lo único que me entra a estas horas”, explica risueño. Nadie diría que la frenética actividad de la gira por Palestina e Israel en la que se encuentran inmersos 60 de los 80 miembros del coro ha dejado huella en su rostro. “El mundo coral es una mezcla de cultura y ocio. También hay que hacer turismo”, explica. Este bilbaíno que en lo laboral es jefe de área de una multinacional del bricolaje ejerce, en lo personal, de codirector de una de las agrupaciones musicales con más calado en el País Vasco. “Esto es lo que realmente me llena”, apunta mientras le da un sorbo al café. Pide otro con leche y un zumo de naranja aunque lo que viene, pasados unos minutos, se parece más a un cortado. “Que te traigan aquí lo que pides es un tanto complicado, ¿no?”.
Jordi Albareda define al Coro de San Antonio de Ilarabarri como un coro popular, “no vulgar”, adjetivo con el que erróneamente, dice, se relaciona este término. Para él, “popular” significa recuperar tradiciones, costumbres, acercarse a la gente. “Hay que dignificarlo, pero hay que hacerlo bien”. Sus pequeños ojos bullen inquietos, testigos del torrente de información intercambiada al tiempo por sus neuronas; con la emoción del que ya sueña con mil proyectos.
El bilbaíno fundó la coral hace ya 17 años. “Esto es lo que realmente me llena”, dice
Quizá por eso fundó el coro hace 17 años, “para ayudar no solo a través de la música, también con lo que uno pueda”. Con ese objetivo, a raíz de una visita a Tierra Santa en 2010 en la que empezó a “tomar conciencia del problema de Palestina y de los palestinos cristianos en particular”, fraguó la idea de viajar hasta allí con el coro tras haber donado, en su década de historia, fondos a una treintena de ONG. Así contactó con Magnificat, la coral del Santo Sepulcro. “Reunimos algo de dinero y ellos, en agradecimiento, nos invitaron a acompañarles durante el Domingo de Resurrección”. ¿Y la impresión? “Un privilegio inimaginable, la gente maravillosa..., pero para impresión, la que nos llevamos cuando en el checkpoint de entrada a Belén un soldado israelí entró por la puerta delantera del autobús y salió por la trasera agarrado a un arma enorme”. Desde luego, ahora conocen más el problema.
El café ha volado y Albareda apura el zumo. Viendo sus actuaciones sí tienen un aire al Consorcio. Sonríe con orgullo: “Sí, hemos colaborado con ellos. Cantan bien pero como personas, la verdad, ¡son la leche!”. ¿Y por qué son los vascos tan dados a los coros? “Es parte de nuestra identidad, nos juntamos cuatro, nos tomamos dos vinos y, ¡hala!, a cantar”.
El tiempo corre, son las 8.45 y los miembros del coro ya deambulan por el vestíbulo del hotel a la espera del autobús que les llevará hasta Nazaret, última escala de su periplo por Tierra Santa. Despedida cordial. Jordi Albareda desaparece pero deja un rastro: enorme subidón de adrenalina y buena energía para el resto del día.
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