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“Un padre me dijo con naturalidad que mató a su hija”

El hijo de Vicente Ferrer denuncia la exclusión de las indias desde antes de nacer

María Antonia Sánchez-Vallejo
Ferrer y su fundación han parado 30 bodas de menores en meses.
Ferrer y su fundación han parado 30 bodas de menores en meses.CRISTÓBAL MANUEL

Moncho Ferrer (Anantapur, 1971) ha estado siempre rodeado de mujeres: su madre, sus hermanas, su esposa, sus dos hijas. Y las miles de indias cuyas vidas comparte en el Estado de Andhra Pradesh, uno de los más pobres del país y escenario del trabajo de la fundación que lleva el nombre de su padre, Vicente Ferrer. La campaña Mujeres, la fuerza del cambio en India le trae desde el tórrido Anantapur —“Allí ya es verano, estamos a 43 grados”— a un Madrid de primavera veleidosa, “y mucho frío”.

A través de siete historias cotidianas de la India rural una exposición fotográfica -puede verse desde el 11 de abril en la Plaza de Felipe II de Madrid-, que recorrerá 22 ciudades españolas, muestra la vida de mujeres sobre las que recaen todos los factores de discriminación posibles: género, clase, casta, enfermedad, prejuicios. Son dalits (intocables) o de grupos tribales: una es discapacitada; otra, seropositiva. Y, aunque no presentasen estas características, tampoco lo tendrían mucho más fácil: India es el cuarto país más peligroso del mundo para ser mujer, tras Afganistán, Congo y Pakistán. Según la ONU, los abortos selectivos, los infanticidios y los feminicidios han restado 50 millones de mujeres al censo desde que hay registros (ocho millones en una década).

“La palabra discriminación se queda corta, es auténtica exclusión, y empieza antes de nacer. Aunque está prohibido revelar el sexo del feto para evitar abortos, siguen produciéndose, o infanticidios al nacer. En el norte se dan muchos. Pero las mujeres conocen cada vez más sus derechos, gracias a campañas del Gobierno, ONG y los shangam, grupos comunales de mujeres. Una mujer sola tiene miedo a reclamar sus derechos, pero en grupo no”, explica Ferrer entre sorbos de zumo.

Cada una de las historias ilustra uno de los sectores en los que trabaja la Fundación Vicente Ferrer: ecología, vivienda, sanidad, discapacidad, educación, desigualdad, género. Una de las protagonistas es Yellamma, con movilidad reducida, que fue devuelta por su marido al ver que no podía trabajar. Hoy hace objetos de yute para la fundación, pero otras no tienen tanta suerte. “En un poblado, el padre de una niña discapacitada, viudo, que quería volverse a casar, mató a su hija. Le pregunté y me contestó con naturalidad: ‘La tiré ahí, a un embalse”, cuenta Ferrer.

De los siete ejemplos, Moncho Ferrer, que a estas alturas de la charla sigue en ayunas, escoge a Nagamma: 43 años, cuatro hijos, sin estudios. “De pequeña no tenía futuro. Hoy es la comadrona del pueblo, trabaja en el campo y lidera los shangam locales; además, elabora incienso en su casa para venderlo. Como líder, goza del respeto de la comunidad; puede ir a los bancos y tener firma”. Pero los retos siguen siendo mayúsculos: violencia doméstica, explotación sexual o bodas precoces. “En pocos meses hemos impedido más de 30. ¡Una de las novias tenía 13 años!”.

Evoca emocionado que en cada pueblo donde trabaja la fundación rinden homenaje a su padre dos veces al año, “la fecha de su nacimiento y la de su muerte, todos juntos, sin distinción de castas”. Ser hijo de Vicente Ferrer le ha granjeado un cariño sin límites, así que no resulta difícil averiguar cuál de los tres países que definen su vida (España; Reino Unido, por su madre, e India, donde nació y vive) es más importante para él. “De pequeño me abrasaba el sol porque quería estar en la calle jugando; pero soy muy poco británico y hablo mal español. Soy indio. Un indio muy clarito, pero indio”.

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