“A los libios nos avergonzaba ver a Gadafi montar su jaima en Europa”
El embajador libio dice que tener tanto petróleo ha sido un desastre para el país
“No teníamos visitas, y solo tres días al año, con motivo de las fiestas religiosas, nos permitían recibir una nota de la familia”, recuerda Mohamed Alfaqeeh, recién nombrado embajador de Libia en España. Pocos diplomáticos cuentan con 10 años de prisión en su currículo. Alfaqeeh conoció la Porta Benito, el penal construido por Mussolini durante el periodo colonial. En 1984, cuando llevaba seis años entre rejas, fue trasladado a la cárcel de Abu Salim, escenario de la matanza de 1.270 reclusos en 1996, un episodio que está en el origen del alzamiento que destronó a Muamar el Gadafi.
Poeta de vocación —aunque necesitara 22 años para superar la censura y publicar en 1999 su primer libro—, Alfaqeeh fue detenido junto a una decena de intelectuales. “Llamar a la formación de un partido político acarreaba la pena de muerte”, recuerda el diplomático de carrera, destinado en Madrid como canciller entre 2000 y 2004. Tripolitano de 58 años y frugal —toma su café con leche sin acompañar—, el embajador, consciente de que “todavía se sufre el legado de Gadafi”, enumera los desafíos que encara un país castigado durante 42 años por la excentricidad del tirano: “La reconciliación, los enfrentamientos entre tribus, la proliferación de armas y de las milicias, porque muchos se sumaron a ellas tras caer Trípoli para sacar partido de la situación”.
A tenor de los últimos acontecimientos y de la atormentada historia reciente de Libia, tiempo se necesitará para restañar las heridas. “Los deseos de venganza son muy fuertes”, admite Alfaqeeh, que señala lo poco que ayudan las prisas de los ciudadanos por palpar beneficios tangibles solo un año justo después de iniciada la rebelión, y cuatro meses después del tiranicidio. “Existen altas expectativas de la gente y una gran brecha entre esas expectativas y la incapacidad de un Gobierno aún débil. La legitimidad del Consejo Nacional Transitorio [organismo rector del país] se erosiona. Por ello necesitamos elecciones pronto”, sostiene. Los comicios constituyentes están previstos para junio. Impensables cuando regía el Libro Verde, el escrito en el que el sátrapa detalló su proyecto político. Una obra que el diplomático conoce, aunque ni la leyó, ni falta que hacía. “Cada día escuchabas en televisión frases del Libro Verde”, rememora.
“El pueblo libio se sentía avergonzado cuando Gadafi montaba su jaima en las capitales europeas. Los Gobiernos europeos lo consentían por cortesía y por sus intereses petroleros. Es dinero”, sonríe el diplomático. Un recurso, el abundante crudo libio —de excelente calidad por su bajo contenido de azufre—, que ha resultado nocivo. “Tener tanto petróleo ha sido un desastre. Ha distorsionado nuestra economía, nuestra mentalidad y valores”, admite Alfaqeeh. Una economía tan subsidiada por los petrodólares, y durante décadas, solo podía fomentar lo que observa todo foráneo que haya pisado suelo libio: la apatía de los empleados o de los funcionarios alcanzaba cotas esperpénticas.
“Necesitamos mucho tiempo para cambiar la mentalidad de los libios. Antes nadie participaba en política”, lamenta Alfaqeeh. Ni siquiera en 1986, cuando el presidente de Estados Unidos de la época, Ronald Reagan, decidió el bombardeo de Trípoli y Bengasi, la gente salió a la calle. Protestaron más en Jartum (Sudán) o Túnez que en Libia. “Desde 1951 no hemos tenido partidos. Ahora empieza Libia su vida política libre”.
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