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Crónica:
Crónica
Texto informativo con interpretación

Es más fácil matar el virus que el tedio

Dicen que en Jalisco no hay ni rastro de la influenza, que aquí no se respira el pánico de un país sumido en la emergencia desde hace diez días, que aquí la única cuarentena es la que sale en los informativos. En Jalisco todos están "a guuuusto", como tanto se les escucha decir. No mienten.

Anacelia Govera vende líquidos de colores en la plaza de la Liberación, detrás de la catedral de torres picudas. Hace mucho calor, más de 30 grados, al caer la tarde del sábado. La gente va y viene sin prisa. Los niños corren. Los bancos lucen atestados. El aire huele a mantequilla rancia, de unas rosquillas tradicionales aquí. Los merolicos (charlatanes callejeros) congregan multitudes que ríen. ¿Qué es lo más notable? Que prácticamente nadie lleva mascarillas.

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Enredada en su cuello moreno curtido por el sol y la edad, Anacelia sí lleva una mascarilla. Se queja de que no ha vendido sus líquidos de colores. Son envases con agua enjabonada, a 10 pesos (60 céntimos de euro) cada uno, y un alambre recubierto de estambre, para hacer pompas.

"Nada, nada. Si viera... Es por la cosa esa del virus, pero yo creo que no es cierto nada de eso. Por ejemplo, yo ayer tenía gripa y gripa, toda la noche, hasta sangre me escurría por la nariz. Y mi hijo, aquel que está allá, también tiene gripa. Y anoche estábamos en la casa, y me dice, 'amá, tengo sed'. Pues ahí hay una coca, tómatela, le dije. 'Pero sólo es una'. Y nos tomamos una sola coca sin vaso entre los dos. Y aquí estamos", acaba entre risas su relato Anacelia, que agrega que más que al virus ella le teme a los inspectores, que cada día la extorsionan con 50 pesos (tres euros) para dejarla vender en las calles.

El mapa del virus H1N1 es caprichoso. Jalisco mira al Pacífico, y los seis Estados que lo rodean ya tienen casos confirmados. Pero aquí, cuna del folclore mexicano —los mariachis y el estilo ranchero son de esta tierra—, no tienen un solo enfermo de la influenza que paralizó México. Por eso, apenas aterrizamos —en uno de los 20 vuelos diarios que conectan la capital del país con esta ciudad— nos toman a todos los pasajeros la temperatura. Además, tienen retenes en todas las carreteras.

Y aunque sí fueron suspendidas las sesiones de los cines y los conciertos, muchas actividades de la vida cotidiana transcurren de forma normal en esta ciudad, una de las tres más importantes del país.

Rodrigo tiene algo que le molesta. Se restriega y restriega los ojos, pero la molestia no desaparece. Luego, con alguien que quizá sea su novia, se agarran las manos varias veces, hasta terminar abrazados. La estampa queda interrumpida cuando un parroquiano de La Estación de Lulio, un atestado café en la arbolada calle de la Libertad, le pide una cerveza Indio. Entonces Rodrigo vuelve a su pose de camarero. Lleva la bebida sin antes lavarse las manos. Ha contravenido como tres recomendaciones sanitarias dispuestas para esta gripe (trae mascarilla, pero no la usa). Aquí a nadie parece importarle: todos los que llegan se saludan dándose la mano o un beso en la cara. Eso sí, alguien de repente estornuda y se hace un silencio de un par de segundos, y luego estalla una risa nerviosa.

Cuna del conservadurismo, el cardenal de Guadalajara pidió a sus fieles que no asistieran a los templos, y que atendieran la misa de mediodía que él oficiaría y los medios locales transmitirían en directo. A diferencia de la Ciudad de México, donde el culto religioso desapareció ayer por segundo fin de semana consecutivo, en esta ciudad muchos hicieron lo que les dictó la gana. Como Adriana y Sergio, que la noche del sábado se casaron en la iglesia de San Agustín, a un costado del teatro Degollado, en donde sonríen para los fotógrafos. "Es el día de mi boda, ni modo de cancelarlo", dice Adriana, radiante. En la misa, explica, lo único diferente es que nadie "se dio la paz", pero afuera del templo abundan los abrazos entre los 210 invitados al festejo.

Adriana y Sergio están doblemente felices: aseguran que nadie les anuló ninguno de los compromisos. Ellos, como muchos en la Guadalajara atestada en sus plazas comerciales y restaurantes, ni por un momento pensaron en cancelar sus planes. Quizá se deba a que, como dice el analista local Diego Petersen, aquí es "más fácil matar el virus que el tedio".

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