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Reportaje:

Al espacio en ascensor

La NASA investiga la posibilidad de tender un cable que sirva para poner materiales en órbita alrededor de la Tierra a un precio reducido

Hasta ahora, la exploración espacial estaba ligada a la imagen de los transbordadores estadounidenses: una pesada nave a lomos de un descomunal depósito de combustible, que despega dejando atrás una enorme nube de gases y vapor. Un brutal esfuerzo en términos económicos, científicos y ecológicos, para elevar apenas 12 toneladas de material a una órbita alrededor de la tierra.

La clásica cuenta atrás podría ser, sin embargo, cosa del pasado, si se realiza una idea que mezcla los cuentos de ciencia ficción con afinados cálculos físicos: un ascensor al espacio. Eso es lo que ha discutido, hasta ayer, un grupo de científicos reunidos en Washington, en la tercera conferencia anual sobre el "ascensor espacial", convocada por el Instituto para la Investigación Científica.

La idea es escandalosamente sencilla. Los satélites que giran sobre la tierra en la llamada órbita geoestacionaria, como los de comunicaciones, mantienen su posición respecto a un punto concreto de la superficie terrestre, sobre el Ecuador. Eso implica que su velocidad angular es la misma que la de ese punto fijo. Basta con tender un cable entre éste y una estación espacial, y el cable girará en toda su extensión a esa misma velocidad: 36.000 kilómetros de vía libre hacia el cielo.

Desafía la lógica, pero es del todo posible. El cable quedaría suspendido como por arte de magia, sustentado por la inercia del giro de la estación, y anclado a una plataforma marítima en el Océano Pacífico. Y una vez que hay un cable, no hace falta nada más que trepar por él, poco a poco. El resultado, según estudios de la Dirección de Proyectos de Vuelo de la NASA, es que se podrían poner personas y mercancías en órbita al ridículo precio de menos de 8 euros el kilo.

Magia nanotecnológica

Unos pocos problemas, sin embargo, se interponen en el camino del ascensor espacial. El primero y fundamental es cómo se tiende ese cable. La propuesta más convincente es la de lanzar unos 10 cohetes que coloquen pequeños cables, unos junto a otros, hasta que el resultante resista el ascenso de robots "escaladores", que arrastren por él otros trescientos cables más. Tres años más tarde, la línea estaría lista para subir por ella naves de hasta 20 toneladas cada cuatro días.

Un cable así tendría además que ser muy resistente, hecho de unos materiales que no se dan espontáneamente en la naturaleza: nanotubos de carbono. Desarrollados sólo en laboratorio, presentan una ligereza y resistencia que los convierte en ideales para el proyecto. El problema es que aún son muy caros y sólo se han producido fibras de unos pocos milímetros de longitud.

Hay otros muchos desafíos, pero todos parecen superables. Desde luego el dinero no será el mayor de ellos: 33.000 millones de euros (la misión Cassini a Saturno ha costado 2.500 millones). La NASA y los científicos se ponen de acuerdo en fijar un horizonte para hacer realidad esta idea: 2020. Quince años para seguir soñando con conquistar el espacio, a precio de saldo.

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