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Y el Oscar al mejor estilismo es para…

Ni actrices, ni directores ni productores. Las nuevas estrellas de Hollywood son las estilistas. Y merecen la categoría de celebrity, pues son las responsables de realizar uno de los trabajos más duros antes de la gran ceremonia.

Angelina Jolie

Mucho han cambiado las cosas desde que se entregaron los primeros premios Oscar en un brunch al que asistieron poco más de 200 personas en el Roosevelt Hotel en 1929. La iniciativa partió de uno de los hombres más poderosos de los estudios, Louis B. Mayer, para mejorar la imagen de la industria, apenas dos años después del primer gran éxito de una película sonora,

El cantante de jazz. El sonido se impuso, pero ahora, como entonces, la imagen sigue siendo el elemento fundamental en la industria del cine, también en la alfombra roja. Actores, diseñadores y publicistas lo tienen claro. Hoy quien se encarga de ajustar el complicado engranaje entre estos tres grupos es la ascendente figura de la estilista. Los nombres de estas cotizadas profesionales, tantos años sepultados bajo el allure de las actrices y de las casas de moda, han empezado a trascender, su trabajo ha cobrado visibilidad y su poder va en ascenso.

La firma de Petra Flannery va asociada a la estelar transformación de Mila Kunis; el de Leslie Fremar, a Julianne Moore; y el de Jennifer Rade, a Angelina Jolie. Nicole Chavez ha trabajado para Scarlett Johansson y Catherine Zeta-Jones; Karla Welch vistió a Hailee Steinfeld el año pasado, y tras el vestido de Rodarte que lució entonces la embarazadísima Natalie Portman estaba el ojo y la mano de Kate Young, que este año también vistió a Portman, además de a Michelle Williams, para los Globos de Oro y repetirá en los Oscar.

«El error más extendido es que la gente piensa que eliges un vestido y que la actriz se lo pone y punto. La realidad es que encontrar el modelo perfecto es una tarea que lleva días y semanas», explica Jessica Paster, una de las veteranas de Hollywood en cuya hoja de clientes han estado Cate Blanchett, Uma Thurman, Emily Blunt o Rachel Weisz. Paster asegura que lleva desde noviembre trabajando en los Oscar una media de 15 horas diarias: «La parte más difícil de este trabajo es que quieres que tu cliente se fíe de ti, porque te han contratado porque tienes ojo, pero hay tanta gente opinando que la cosa se vuelve muy complicada».

Claro, que no todos los clientes buscan lo mismo de su estilista. «Algunas actrices tienen ya definido su estilo y necesitan solo un filtro. Otras, sin embargo, quieren que las estilistas les ayuden a definir su personalidad en cuestión de moda», destaca Merle Ginsberg de The Hollywood Reporter. Y entre todas las actrices parece que las de pasaporte europeo son las más renuentes a apuntarse a este frenético baile. Entre las nominadas de este año, tanto la francesa Bérénice Bejo como la británica Janet McTeer no contarán con la ayuda de ninguna poderosa estilista de Hollywood. «Es una mentalidad diferente. Muchas actrices europeas tienen relación directa con las casas de moda y piden directamente a Pilati o a Lagerfeld que les diseñen algo específico. Además, la cultura de las celebrities en Europa no está tan basada en la imagen como en Hollywood», apunta Brad Goreski, que tras trabajar como mano derecha de una de las figuras más poderosas de la industria, Rachel Zoe, se lo ha montado por su cuenta hace un año y medio y es una de las estrellas emergentes.  

La fiebre de las estilistas en Hollywood, tal y como se entiende hoy, empezó en los 90 con nombres como Phillip Bloch, Deborah Waknin y la propia Paster. Este año serán los Oscar número 16 para esta última, que debutó en la alfombra roja del entonces Teatro Kodak con el triplete integrado por Kim Bassinger, el año que ganó por L.A. Confidential; Minnie Driver, nominada por El indomable Will Hunting; y Linda Hamilton, que actuaba en Titanic. El trabajo, reconoce Paster, se ha complicado en los últimos años, debido a que las casas de moda y los diseñadores subcontratan los servicios de relaciones públicas a agencias especializadas. «Hay tantos intermediarios que parece que estamos jugando al teléfono estropeado. Las relaciones personales se están perdiendo. Echo de menos trabajar directamente con las marcas», añade.

Así que los filtros se han ido sobreponiendo como las capas de tul a un vestido de vuelo. Las propias estilistas trabajan a través de agencias y cuentan con una legión de asistentes que supervisan el trajín de prendas. La competencia es feroz. «Tienes que lograr blindar determinados trajes para que no tengan exposición pública antes de la ceremonia», explica Goreski. «Se trata de descubrir cosas muy especiales que no hayan sido vistas antes. Por eso el vintage puede funcionar, porque es algo único, aunque a veces las medidas pueden fallar». La tarea de las estilistas se complica a la vez que ha ido cobrando relevancia y ocupando su lugar en la cultura de las celebridades. Incluso Cathy Horyn, la crítica de moda de The New York Times, hace apenas unas semanas jugaba a ser una de ellas. «El proceso de elegir un vestido para los Oscar es un misterio para mí y me alegra que nunca nadie me haya pedido consejo. Le diría a una actriz que se pusiera un modelo increíblemente sencillo de Yohji Yamamoto, algo chic pero discreto», escribió Horyn en su columna.

La trama del oficio de estilista en Hollywood es tan delirante y enrevesada que el Canal Bravo vio un buen filón y puso en marcha un reality sobre una de las estilistas que empezaba a despuntar hace apenas tres años, Rachel Zoe, y que hoy ya cuenta con su propia marca de moda y desfila en Nueva York. Si para las actrices un look impecable en la alfombra roja puede convertirse en un millonario contrato para ser la imagen de una marca de cosmética, o que un productor se fije en ellas, las estilistas también se juegan mucho y pueden sacar provecho. Zoe no es la única que ha sabido rentabilizar la recién adquirida fama: Paster ha montado la web Justfabolous.com, Cher Coulter ha lanzado con Kate Bosworth una línea de joyería y Kate Young acaba de ser nombrada responsable de la colección INC de Macy’s, puesto en el que sucede a Anna Dello Russo.

¿Pero cuáles son los pasos para encontrar el vestido ideal? Primero se hace una reunión para captar lo que se quiere. Las estilistas pasan entonces a hablar con los diseñadores y a mirar las colecciones antes de las extenuantes pruebas. «Yo parto de libros y revistas porque eso me pone en la pista de un determinado color o volumen», explica Kate Young. «Cuando tengo el concepto hablo con el cliente y solo entonces contacto con los creadores para que hagan uno o dos vestidos».

Hay quien explica el triunfo de las estilistas apuntando a la inseguridad de las actrices. También está el hecho de que en Los Ángeles abundan los talleres artesanales pero escasean los showrooms. Dejando al margen la discusión de si esto es causa o consecuencia, lo cierto es que desde el aterrizaje de Coco Chanel en Hollywood en 1931, las míticas colinas han aplicado sus propias reglas en el mundo de la alta costura.

La revolucionaria dama de la moda parisina llegó de la mano del productor Samuel Goldwyn con un contrato millonario y un taller de 100 personas. «Goldwyn estaba decidido a contratar a Chanel para asegurarse de que sus estrellas estuvieran vestidas con la última moda de París, tanto dentro como fuera de la pantalla», escribe Justine Picardie en Coco Chanel: The Legend and the Life. Tres películas después y, tras cruzarse varios insultos con Gloria Swanson ­–que había osado engordar (debido a un embarazo) entre prueba y prueba–, el plan de Goldwyn quedó disuelto. «Esto no tiene que ver con la moda sino con agradar a las masas», suspiraba una de las ayudantes de Rachel Zoe en el reality mientras intentaban decidir el modelo de las celebrities. Chanel le habría dado la razón.

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