Vidas imperfectas, por Ana Pastor
En España también existe la política decente, personas que creen en la vocación de servicio público.
Somos hipócritas. Todos tenemos problemas. Todos nosotros. Y, sin embargo, fingimos no tenerlos. Todos vivimos vidas imperfectas y nos aferramos a una fantasía de que existe la perfección y pensamos que nuestros líderes deben encarnarla. Pero si esperamos que nuestros líderes tengan una moral más elevada que el resto de nosotros, estamos pidiendo que nos engañen. No nos votéis porque nos creáis perfectos o por lo que podríamos hacer por vosotros. Votad por quien comparta vuestros ideales, esperanzas y sueños». Estas palabras cerraron el discurso del candidato demócrata Matthew Santos (Jimmy Smits) ante los delegados de su partido, que debían elegirle o decantarse por otra opción. A pesar de ser ficción, el hispano Santos, uno de protagonistas de la ya clásica The West Wing (El ala oeste de la Casa Blanca), no lo tuvo fácil. Sucedía en el cargo al mejor presidente de la historia de los Estados Unidos, Jed Bartlet (Martin Sheen), también en la pequeña pantalla, claro.
El político perfecto no existe. Tampoco en una serie de televisión. Y sencillamente no existe porque no hay ningún ser humano perfecto. Podríamos considerar que Bartlet representa aspectos casi perfectos. Economista de formación, ganador de un Premio Nobel de Economía, consciente de sus propias contradicciones, rodeado de un equipo brillante en el que nunca falta alguien que le lleve la contraria y que plantee un debate interno. Un equipo siempre dispuesto a dar la cara ante los periodistas, incluso cuando se le recomienda no hablar. El sistema de elección de candidatos tampoco es perfecto en Estados Unidos. Pero es cierto que un Bartlet sería imposible en un esquema de partidos como el que tenemos en España.
De la misma manera que solo invirtiendo a ciegas en la innovación surge Google, solo apostando por la sociedad y abriendo de verdad los partidos a la gente podrá surgir un personaje como él. La serie es una ficción, pero es verosímil. Al menos puede servir de ejemplo de cómo podrían ser las cosas, cómo debemos exigir que sean las administraciones, que solo podrán cambiar los propios ciudadanos aumentando aún más su nivel de exigencia, si los medios de comunicación hacemos un trabajo honesto y, por encima de todo, si algún político aprovecha todo lo anterior y da un paso al frente para sacar al establishment de su letargo y sustituirlo por personas valientes, que no parezcan extraterrestres para la gente corriente. Entre la perfección y la fantasía de El ala oeste de la Casa Blanca y los neonazis de Grecia, que han conseguido una representación real en las elecciones de ese país, tiene que haber algo más.
Creo que existe, también en España, la política decente y con mayúsculas. Hay personas en todos los partidos que creen en una mayor transparencia y en la vocación de servicio público, aunque no siempre se les escuche. «Cómo voy a creer, dijo el fulano, que el mundo se quedó sin utopías»… Grande, Mario Benedetti.
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