Estereotipada, pero tan elegante como la editora de moda francesa más famosa: por qué Sylvie es el verdadero icono de estilo de ‘Emily in Paris’
La ficción de Netflix sigue generando ríos de tinta digital. Aunque el vestuario de la protagonista ha sido analizado hasta la extenuación, merece tanta o más atención el de su jefa: una versión televisiva de Carine Roitfeld.
Más de un mes después de que Emily in Paris se colase en nuestros hogares, Netflix mediante, la serie protagonizada y producida por Lily Collins, sigue generando ruido. A pesar de que la ficción haya sido tachada de “estereotipada”, “arrogante”, “caricaturesca” o “cliché andante”, su éxito ha quedado reflejado en la cantidad de artículos, memes, tuits y contenidos digitales de todo pelaje que ha generado. Las revistas de moda han escudriñado hasta el milímetro todos los looks de la precoz ejecutiva de marketing / influencer que protagoniza la trama y en Instagram varias cuentas se dedican a la ardua labor de identificar prendas, marcas y precios con la intención de copiarle los estilismos de pies a cabeza. Algo tiene Emily in Paris para indignar a los franceses por la cantidad de estereotipos acumulados, desesperar al espectador medio –que difícilmente conecta con el irritante buen talante de Emily, sobre todo, en tiempos de pandemia– y, a pesar de todo, haber anunciado ya su segunda temporada. Y gran parte de ese éxito, con permiso del placer de desocupar la mente con diálogos facilones y tramas previsibles, radica en la moda.
No es, sin embargo, el armario repleto de gorros de pescador, chaquetas chillonas y bolsos aún más chillones de Emily Cooper el que debería recibir toda la atención. Por supuesto que sus piezas de Chanel, Kenzo, Dior, Staud o Marc Jacobs despiertan el interés instantáneo de todo amante de la moda, pero el icono de estilo desapercibido de la serie es su jefa, Sylvie. Interpretada por Philippine Leroy-Beaulieu, esta francesa de carácter equiparable a la mismísima Miranda Priestly (El diablo de viste de Prada), también repite uno a uno los clichés de cualquier mandamás de la industria de la moda. A saber: subsiste a base de cigarrillos renegando de la comida, deja clara su posición de poder humillando a Emily cada vez que tiene la oportunidad y se resiste a mostrar empatía incluso cuando parece que está cerca de hacerlo. La caracterización común a este personaje arquetípico es aderezada por su condición de mujer francesa con unos pocos clichés más: se maquilla y se peina poco, pero siempre está perfecta; utiliza el negro en toda ocasión y solo le es infiel con otros tonos oscuros o neutros y tiene un amante que la agasaja con regalos caros.
El vestuario ideado para Sylvie por la figurinista Patricia Field, responsable de convertir a Carrie Bradshaw en un incombustible icono, parece beber de la que fuera directora de Vogue París, Carine Roitfeld. Ella misma publicaba hace unos días un post en su cuenta de Instagram en el que comparaba con humor los estilismos del personaje con algunos que ha lucido los últimos años. Las semejanzas son innegables: vestido de fiesta verde asimétrico, traje con falda lápiz y abertura en la pierna, camisa blanca con falda negra y negro en general como comodín. Incluso el peinado y el maquillaje son similares: ambos comparten esa gracilidad para resultar descuidados y estudiados a partes iguales. Pero el armario de Sylvie no solo recuerda a Roitfeld, podría ser el de cualquier francesa. Al menos, el de las francesas idealizadas por el cine, la literatura, las actrices icónicas y las redes sociales. Las que se plantan Roland Mouret, Yohji Yamamoto, Yves Saint Laurent y Rick Owens como si tal cosa haciendo gala del cacareado y aspiracional je ne sais quoi.
Sylvie es el espejo en el que la espectadora adulta quiere mirarse. Los arriesgados estilismos de Emily resultan algo lejanos para alguien que no dedique el grueso de su tiempo libre a las redes sociales, pero los de su jefa son elegantes y, aunque estén tanto o más planeados, parecen un poco más orgánicos. La actriz Philippine Leroy-Beaulieu, de 57 años, se pone en la piel de un personaje cuya edad no trasciende, pero podría rondar la suya. Y demuestra que la madurez no es sinónimo de renuncia. Sylvie lleva los hombros al aire, enseña pierna, se pone escotes huyendo de los más evidentes y, en definitiva, aparece como una mujer sexy y distinguida. ¿Quién no quiere imaginarse así mientras maratonea la serie en pijama desde el sofá?
El vestuario también sirve en la serie para remarcar, aún más, la distancia entre la jovencita estadounidense recién llegada a París y su experimentada jefa francesa. Sylvie no entra en ningún momento en la mezcla imposible de colores y estampados del nuevo fichaje de la agencia que dirige, Savoir, ni Emily llega a alcanzar la sobria sofisticación de su mentora. Ni siquiera cuando se planta un Alexandre Vauthier negro con varias capas de tul que recuerda inevitablemente a Audrey Hepburn. Ya se sabe que las comparaciones son tan odiosas como innecesarias, y por eso en Emily in Paris, como en el mundo real, hay hueco para ambos estilos. Sin olvidar a Camille, otro personaje con un olfato único –y muy parisino– para mezclar bolsos de Maje con vestidos de Chloé y chupas de cuero de Acne Studios. Repetimos: ¿quién no quiere imaginarse así mientras maratonea la serie en pijama desde el sofá?
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