Se vende armario de musa
Durante los años 60, Danielle Luquet de Saint Germain inspiró los diseños más revolucionarios de Yves Saint Laurent. Ahora, la exmodelo ha decidido separarse de 350 vestidos de su colección privada que serán subastados este lunes en París.
La portada que escandalizó a una generación apareció en el otoño de 1968, escasos meses después de que los estudiantes de la Sorbona levantaran los adoquines. Paris Match retrató a una joven con un vestido de muselina negra transparente. La sorpresa fue que la modelo no llevaba sujetador. Y con ella llegó el escándalo. «¿Se atrevería a ponerse estos vestidos?», tituló el semanario. Fue una de esas ocasiones en las que la moda abandona la frivolidad que se le atribuye para adquirir una relevancia social innegable. Mientras la liberación de la mujer germinaba en las calles, una maniquí dejaba claro a través de su atuendo que los tiempos estaban cambiando.
Aquella chica de 20 años respondía al nombre de Danielle Luquet de Saint Germain. Había desembarcado un par de años antes en el taller parisino de Yves Saint Laurent, junto al Bois de Boulogne, en busca de una oportunidad. «Acababa de llegar de Lyon y había hecho muy poca moda», rememoró el modisto en una entrevista de 1969. No solo se convirtió en su modelo favorita, sino que el maestro llegó a compartir con ella el mérito de sus hazañas. «Tenía el cuerpo y los gestos de la mujer del momento. No tuve que enseñarle nada. Todo lo contrario, fue ella quien me ayudó a deshacerme de todas las referencias y reminiscencias pasadas de moda, de todo el polvo de la alta costura», aseguró.
Vestido de lamé brocado de la colección invierno 1989 de alta costura de Yves Saint Laurent. ?
SVV Gross & Delettrez
La modelo, quien hoy se acerca a los 70 años, recuerda su primer encuentro con Saint Laurent como el instante que cambió su vida. «Me hizo caminar delante de él con el famoso vestido inspirado en Mondrian. Al momento, exclamó que tenían que contratarme y ponerme a trabajar cuanto antes». Le fascinó su androginia, que consideró síntoma indudable de modernidad. «Yo vestía con pantalones y tenía una pose algo masculina, tal vez por haber crecido con cuatro hermanos que me insultaban y se peleaban conmigo», apunta Luquet. Pese a proceder de una familia burguesa y haber crecido con una madre que vestía Balenciaga, Danielle asegura que Yves la contrató «porque no parecía una niña caprichosa». Entre 1966 y 1968, la modelo inspiró la trilogía de creaciones que transformaron para siempre el armario de la mujer: las camisas transparentes, el primer esmoquin femenino y la sahariana.
Memorias de una revolución estética. Luquet llevaba desde los años 80 una vida tranquila, alejada de los focos, que ha decidido interrumpir para tomar una dolorosa decisión: desprenderse de una parte de las 12.000 piezas de su colección personal, formada por cuantiosas donaciones y regalos de diseñadores acumulados durante las dos décadas en las que se dedicó a vestir sus creaciones. En total, 350 lotes de vestidos firmados por muchos de los grandes maestros de los últimos tiempos, así como numerosos accesorios, sombreros, zapatos, guantes y joyas saldrán a la venta en una subasta pública el próximo lunes 14 de octubre en la sala Drouot de París. Su colección no es solo una de las mejor dotadas del último tercio del siglo XX, sino que es también el reflejo de una trayectoria apasionante en una de las épocas doradas de la moda parisina. De hecho, su armario es casi como un diario íntimo. «Si me da lástima separarme de mis vestidos es, sobre todo, porque representan una parte muy importante de mi vida», afirma.
Abrigo de piel de cordero de Alaïa (circa 1987).
SVV Gross & Delettrez
La industria de la moda en la que triunfó Luquet no tenía demasiado que ver con la de hoy. Ella fue una de las mannequins-cabine (modelos de estudio o de patronaje) que toda maison francesa contrataba en exclusiva. Los modistos se servían de ellas como si fueran maniquís de carne y hueso. Durante los meses previos a la presentación de las colecciones, su cuerpo se convertía en el molde sobre el que nacían los vestidos. «No hacíamos desfiles como los de hoy ni tampoco sesiones de fotos. Era un trabajo distinto, mucho más modesto. No éramos estrellas como las supermodelos», relata Luquet. «Sin embargo, la relación con el modisto era impagable. Estaba marcada por el trabajo conjunto y por una intimidad que hoy ya debe de haber desaparecido», lamenta. «Mi trabajo no era posar para él, sino inspirarle. Quizá hoy las modelos sean de lo más sublimes, pero yo diría que les importa bastante poco la moda. Les gusta todo porque no entienden nada de vestidos ni de patrones», insinúa.
Danielle Luquet de Saint Germain fue testigo del giro que vivió esta industria a finales de los años 70, cuando las modelos fichadas en plantilla desaparecieron del taller a petición de Pierre Bergé, socio y compañero sentimental de Yves Saint Laurent. Empezaban los 80, la inyección económica y los desfiles multitudinarios. La era de la alta costura y los grandes salones parisinos dejaba paso al prêt-à-porter, iconoclasta y gamberro, impulsado por enfants terribles como Christian Lacroix, Thierry Mugler, Paco Rabanne o Azzedine Alaïa (todos ellos presentes también en la colección privada de la exmodelo francesa).
Vestido de terciopelo y lamé de la colección otoño-invierno 1986/1987 de Thierry Mugler. ?
SVV Gross & Delettrez
Años antes, y anticipándose a ese cambio, Luquet decidió marcharse por voluntad propia. «Me fui porque me daba miedo dejar de inspirarle, dejar de sentirme deseada. La mera posibilidad me aterraba», confiesa. Fue el momento de afrontar nuevos retos. Dejó atrás sus años de maniquí para pasar al otro lado y empezar a tomar decisiones de diseño. Tras dos años como jefa de complementos de Dior, de la mano de Marc Bohan, fichó como asistente de Claude Montana, otra de las grandes personalidades de la moda francesa de los 80 y quien se convirtió en «una especie de hermano» para ella. «Fue una época en la que la moda cambió muchísimo, igual que el canon de belleza», relata. La chica andrógina de pelo corto cedió su lugar a una modelo más voluptuosa. «A menudo negra y muy alta», apostilla. La etapa de Luquet ya había quedado atrás.
Relevo generacional. La noche parisina empezó a girar entonces en torno a dos locales míticos: Le Palace y Les Bains-Douches. El primero se convirtió en el lugar de encuentro favorito de la nueva escena. Mugler vistió a los camareros de rojo y dorado; y Grace Jones libró un concierto inaugural de esos que hacen historia. Karl Lagerfeld, Jean-Charles de Castelbajac y Kenzo organizaron allí sus desfiles. Luquet vivió en Le Palace noches memorables. Sin embargo, pronto las exigencias nocturnas de su profesión se volvieron incompatibles con sus nuevas obligaciones como madre. «Poco a poco mi familia se convirtió en mi prioridad; y la moda acabó pasando a un segundo plano», relata. La exmodelo se mudó a Ginebra junto a su marido, marchante de arte contemporáneo, y contempló sus días en la moda a través de su impresionante colección almacenada en su propia casa. Asegura que antes de tocar una blusa se lava las manos. «Lo hago porque las piezas son vulnerables», explica. «Pero sobre todo, por respeto a su creador».
Abrigo de Paco Rabanne (otoño-invierno 1966/1967) formado por triángulos de piel de cervatillo unidos con tachuelas metálicas.
SVV Gross & Delettrez
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