Ronda Rousey: por primera vez en la historia, la mayor estrella de la lucha libre es una mujer
La luchadora, medallista olímpica y acérrima enemiga de Trump, recoge el testigo de los Hogan y The Rock para erigirse como el mayor reclamo de la WWE. Esto es todo lo que significa su llegada.
“No es una buena persona”. Apenas unas horas después de que Ronda Rousey perdiera una pelea de la UFC en noviembre de 2015, el por entonces todavía candidato a la presidencia Donald J. Trump hizo gala de su característica incontinencia tecleadora para definir así a la luchadora y mostrarse “encantado” de su “amplia derrota”. De no conocer los antecedentes, esta sería solo una de las cientos de rajadas tuiteras del multimillonario, de esas que ya coleccionan y muestran como trofeo políticos, actores, empresarios, deportistas y hasta estrellas del porno. Sin embargo, dos meses antes de tales críticas, Trump decía estar seguro de contar con su voto y que sin duda la elegiría como compañera en un combate. Pero se equivocaba. Rousey declaró su amor por Bernie Sanders y atacó las políticas migratorias del que terminaría siendo el inquilino de la Casa Blanca, ofendiendo para siempre su vulnerable orgullo. La medallista olímpica y primera gran estrella de las artes marciales mixtas, conocida también por sus escarceos en el cine como Fast & Furious 7, está dispuesta ahora a enemistarse aún más con el presidente de los Estados Unidos: arruinándole su espectáculo favorito. Mala mujer, que diría C. Tangana. Mala persona, que diría Trump.
Cuando sonaron los primeros acordes del Bad Reputation de Joan Jett, los más de 78.000 espectadores sentados en una de las prohibitivas butacas del Superdome de Nueva Orleans supieron que la espera había terminado. Comenzaba oficialmente la carrera de Ronda Rousey en la WWE, la empresa más importante del mundo del wrestling. Y lo hacía en la noche más señalada, Wrestlemania, un evento de audiencia millonaria e internacional, algo así como la final de la Champions del pressing catch. “No me preocupa una mierda mi reputación”, dice insistente el estribillo de este clásico del rock, en su primera declaración de intenciones por si cierto presidente egocéntrico tuviera la tele encendida en aquel momento (por algo se la conoce como The baddest woman on the planet). La segunda era su aspecto: eyeliner de trazo fino, top corto con la palabra Rowdy (Alborotadora) escrita en él (en homenaje al luchador Roddy Piper, ídolo de la infancia) y microshorts de licra negros. Look 100% deportivo. Nada de lencería fina o escotes insinuantes para contribuir al imaginario machista históricamente asociado a la división femenina del wrestling. Porque lo que Ronda Rousey pretende hacer, y lo que el público espera que haga, es repartir hostias. Las mismas que la han convertido en un icono mundial durante la última década.
Aunque su salto de la exigente UFC (competición de artes marciales mixtas) al “interpretativo” mundo del wrestling ha sido considerado como el final de su carrera deportiva, lo cierto es que probablemente signifique su confirmación definitiva como estrella global. Ahí está el ejemplo de Dwayne ‘The Rock’ Johnson, el actor más carismático y mejor pagado de Hollywood en los últimos años. Desde la WWE lo saben y han cuidado con detenimiento su debut en la compañía, cebándolo en las últimas semanas con una historia que la enfrentaba a los actuales dirigentes de la misma, Stephanie McMahon (hija del dueño del tinglado) y su esposo Paul Levesque (el legendario wrestler Triple H). ¿Qué mejor para ganarse al respetable que enfrentarse a la siempre odiada autoridad? ¿Qué mejor que exhibir un impresionante repertorio de llaves de yudo y levantar sobre tus hombros los 116 kilos de Triple H? Lo que nadie podía esperar es que su debut se convirtiera en el “indiscutible momentazo” de la noche, asombrando a especialistas y aficionados por su “ferocidad incomparable”, según se afirma en unos medios que ya presumen la importancia de su llegada: “Por primera vez en la historia, la mayor estrella de la WWE es una mujer”.
La difícil infancia de la californiana, nacida hace 31 años, ha curtido un carácter basado en la superación. Nacida en un parto problemático, Rousey casi muere por la falta de oxígeno en el cerebro y no consiguió hablar adecuadamente hasta los seis. Dos años después, su padre se suicidó tras sufrir un accidente que le dejaría parapléjico a corto plazo. Según confesó a Ellen DeGeneres, también a ella le rondaron pensamientos suicidas al encajar una derrota por KO ante Holly Holm. Su madre, la primera yudoka campeona del mundo de origen estadounidense, la metió de lleno en esta modalidad deportiva como escapatoria tras dicha tragedia. Fue la mejor del país durante más de una década, en 2008 ganó la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Pekín y se retiró con solo 21 años. Estaba desmotivada. Rousey se mudó a Los Ángeles y tuvo que trabajar como camarera para pagar un alquiler que no siempre podía permitirse. Los asientos traseros de su coche fueron su vivienda habitual hasta que comenzó a despuntar en las artes marciales mixtas.
No es la primera vez que Ronda Rousey se convierte en el caballo de Troya feminista en la industria. Ya lo hizo en la UFC, que en sus comienzos alegaba que jamás acogería una pelea de mujeres. Según su presidente, Dana White, “la gente no pagaría por ver eso”. Unos años después, la californiana fue pionera en ganar una pelea femenina en la compañía. Se alzó como la primera campeona mujer y la cara más reconocible de entre todos los luchadores. En 2016 fue considerada una de las 100 personas más influyentes del mundo para la revista Time y la actriz y guionista Tina Fey se encargó de escribir su perfil en el histórico número. “Imagina que pudiéramos enseñar a nuestras hijas a valorar sus cuerpos por lo que pueden llegar a hacer, no por lo que otros opinan de ellos. ¿Podría ser Ronda la que nos haga entender que como mujeres, nosotras definimos la palabra ‘femenino’, pero ‘femenino’ no nos define a nosotras? ¿Y si no escuchamos, podría dislocarnos los brazos a la altura del codo?”, afirmaba la protagonista de 30 Rock. Tras ganar doce combates seguidos, sus dos últimas derrotas la llevarían a retirarse de las artes marciales mixtas en 2017.
Su llegada a la WWE supone un impacto sin precedentes en el show favorito de la América de Trump. El presidente se ha subido al ring en diferentes ocasiones y comparte más que una amistad con el dueño de la compañía, Vince McMahon; que culminó con el nombramiento de la esposa de este, Linda, como parte de su gabinete en la Casa Blanca. El silencio de Trump ante el triunfal fichaje de Rousey por la empresa de su colega es significativo, pero los tiempos están cambiando. Desde la abolición en 2016 de la designación sexista de ‘Divas’, la sección femenina de la WWE ha demostrado ser mucho más que aspirantes a conejitas Playboy presumiendo de figura. Charlotte Flair o Asuka son, libra por libra, dos de las mejores atletas que jamás han pisado un ring. Un clamor en redes sociales en forma de hashtag #GiveDivasAChance hizo cambiar el rumbo a una corporación retrógrada que parecía ignorar las millonarias taquillas de películas como Wonder Woman o las celebradas apariciones de Rousey en sagas de acción tradicionalmente masculinas como Los Mercenarios o Fast & Furious. Y como parece imposible que en plena revolución feminista puedan acabar con el enemigo, han decidido unirse a él y darle las llaves de su ring. Rousey ya lo está amueblando a base de golpes. Trump se puede ir buscando otro hobby.
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