Regalos con mucho cuento (para los niños que llevamos dentro)
De niños actuaron de fuente de inspiración y fantasía. Con ellos se potenció el despertar de la imaginación. Cinco personalidades escriben para S Moda relatos a partir de objetos infantiles de coleccionista.
Caperucita roja, por José Sacristán
El actor protagoniza la película ‘El muerto y ser feliz’, que se estrena el 11 de enero.
Amis hijos, que ya tienen unos cuantos años, prefería contarles películas antes que cuentos infantiles. En realidad, no creo que sean dañinos pero, a lo largo del tiempo se ha hecho una interpretación de ellos en la que se difunde una escala de valores que yo no comparto. Clasismo, machismo, antropofagia, sadomasoquismo, la belleza como valor añadido y la fealdad como algo despreciable… Por eso me gusta especialmente el musical de Stephen Sondheim, Into the Woods, una parodia que humaniza a los personajes de los cuentos clásicos, mostrando sus virtudes y también sus defectos.
De hecho, creo mucho más realista descifrar esos relatos desde los ojos de un adulto. Por ejemplo, ¿qué madre deja que su hija cruce el bosque sola como lo hace la de Caperucita en lugar de acompañarla? Una desalmada, sin duda. Menos mal que la niña es más lista que el hambre y sabe del poder de seducción que ejerce sobre el lobo, un animal depravado y cretino al que lo que más le gustaría en la vida es ponerse la capa roja. Por eso actúa como un exhibicionista a la puerta de un colegio pero no se la come: porque en realidad le gustaría ser ella. Como debe respetar a ese espejo donde mirarse, se sacrifica y se traga a la vieja para ponerse su camisón. Lo que hace que me venga otra pregunta a la cabeza: ¿Por qué esa señora mayor vive sola? ¿Por qué no vive con la hija y la nieta teniendo en cuenta que está enferma? Pues porque es una bruja y no hay quien la aguante. Además, Caperucita, que conoce la existencia de los ahorros de la abuela y que sabe que tiene diabetes, ha metido en la cesta un bote de miel. Es la mejor forma de tenerla contenta y de acabar eliminándola del mapa, claro. ¿Y qué pinta el fornido leñador? Teniendo en cuenta que la madre se quita de en medio a la hija, ¿aprovecharán para tener una aventura?
Matriuskas de Maison Martin Margiela. Hechas a mano (140 €). espaciobrut.com
Pablo Zamora
La matriuska, por Cristina Almeida Castro
Política y socia fundadora de ABA Abogadas, junto a Ana Clara Belío y Luz Almeida Castro.
Viajé clandestinamente a Moscú en tiempos en los que en el pasaporte constaba que podía ir a todos los países del mundo menos a los lugares prohibidos. Entre ellos, la Unión Soviética. Al pasar por unos grandes almacenes, entre todos los artículos de regalo típicos del país vi esa muñeca gorda con miles de colores deslumbrantes y me paré a contemplarla. Cuando la cogí me apercibí de que se podía abrir y, al hacerlo, dentro se transformó en otra, y así hasta ocho muñecas que se refugiaban en una sola. Me las tuve que traer a casa. Durante años las tenía colocadas en una repisa en fila india de mayor a menor. Cuando las miraba me daba cuenta de que iban teniendo un significado distinto para mí según cambiaba mi condición de mujer. La más grande representaba a las mujeres mayores, como mi madre, que tenía una sensación de pasado en el que le habían robado sus oportunidades. No la dejaron estudiar por ser mujer, y su futuro estaba encaminado a casarse, a cuidar a su marido y a los muchos hijos que tuvieran (un total de seis, cuatro chicas y dos chicos). Eran las que tenían un sinfín de limitaciones en derechos e igualdad.
Pero dentro de ella se alojaban sus hijas, en un deseo de protección pero también de rebeldía para que no les ocurriera lo mismo. Y su protección se transformó en educación y en la lucha para que todas estudiáramos, descubriéramos nuestros derechos y nos sintiéramos en igualdad de protagonismo con los hombres. Y así fuimos saliendo de ella, de su deseo interior, cuatro mujeres de distintos tamaños y edades pero todas con conciencia de futuro. Descubrimos derechos; nos dio la oportunidad de luchar y, en todos esos años, una tras otra, las mujeres que salíamos de esa gran matriuska íbamos dando pasos hacia la libertad. De su frustración nació nuestra oportunidad, como un testigo que nos transmitíamos unas a otras, avanzando hacia un futuro diferente, hacia un futuro de igualdad de oportunidades. Salieron todas las muñecas. Eran nuestras hijas, nietas, y el resto de las mujeres que recibieron nuestros testimonios. Y así se sigue avanzando…
Por eso la matriuska ya no es de adorno, es la fuerza de pasado y futuro que todas teníamos que tener en casa para transmitir un mensaje de ilusión y lucha. Un símbolo de solidaridad de mujer, cada vez más real y menos muñeca.
Triciclo a pedales, modelo Berg Rally Orange (269 €). topludi.com.
Pablo Zamora
Los coches, por Icíar Bollaín
Cineasta. Acaba de presentar el cortometraje «1, 2, 3… CASA» para Aldeas Infantiles SOS España.
En una casa con niñas, es probable que encontremos algún cochecito. Pero en una casa con niños, será muy difícil no tropezar en cada esquina con ellos. La mía está llena de las dos cosas, coches y niños. Coches de ruedas gordas, de carreras, de bomberos, de policía… A medida que han ido creciendo, los coches se han ido haciendo más pequeños, con más detalles, más sofisticados. Pero de madera o de plástico, de hierro o teledirigido, grande o diminuto, el coche es omnipresente. Coches sobre la alfombra formando atascos o aparcados en todos los rincones de la casa, en los bolsillos de abrigos y pantalones, entre las sábanas, flotando en el baño, y en mi bolso: siempre aparece alguno cuando busco con prisas el móvil. Cada hermano ha ido pasando su herencia automovilística al siguiente. Hasta que un buen día todos dejan de jugar con ellos. Dice Mark Haddon en su estupenda novela, The Red House, que las rodillas de los niños llevan dibujado, en los moratones y costras, el mapa de lo más importante de su día a día y por eso las muestran a menudo: son sus credenciales. Crecer es olvidarse de las rodillas, dice Haddon. Y de los coches, podríamos añadir. Porque aunque algunos adultos siguen atesorando cochecitos, adornado con ellos sus hogares, para la mayoría de los niños, los cochecitos, como las rodillas, quedan cada vez más lejos, sobre la alfombra, aparcados en rincones inaccesibles o escondidos bajo la cama. Hasta que un vecino, o el hijo de unos amigos, o quizá un sobrino, los descubre en el horizonte mientras gatea. Y entonces los agarra y los chupa. Y así, el afortunado, y chupeteado cochecito, empieza de nuevo su ciclo vital.
Casa de muñecas de diseño (210 €).
Pablo Zamora
La casa de muñecas, por Mónica Carrillo
Presenta junto a Matías Prats ‘Noticias 2’, el informativo diario de Antena 3 de las 21.00 horas.
Era maravillosa. Espaciosa, distribuida en varias plantas, con un salón de juegos, un comedor enorme, una cocina para perderse en ella y unos dormitorios con camas muy grandes. Eso era lo que más le había llamado la atención a Paula cuando entró por primera vez en la casa. Las camas eran tan grandes que podría dormir a lo largo y a lo ancho. «Mamá, daré vueltas en mi cama y no me caeré nunca». Pero, en realidad, lo que más le había gustado a Paula era que la casa nueva –así la llamaba– era muy luminosa. El sol de tarde inundaba el salón de juegos donde pasaba las horas haciendo puzles, construyendo puentes y grandes torres o disfrazándose con vestidos viejos de su madre. Paula era feliz allí. Sus padres también, al principio. Ella no sabía nada, pero un día se dio cuenta de que su padre le dio un beso antes de irse a trabajar, pero no se despidió de mamá. Paula pensó que a papá se le había olvidado. Al día siguiente sucedió lo mismo y el siguiente y el siguiente del siguiente. Últimamente ya no cenaban juntos ni podía aguantar despierta para que él le leyera el cuento antes de dormir. Mamá tampoco se entretenía demasiado jugando con ella. De hecho, evitaba mirarla a los ojos. Paula notaba un brillo distinto. «Mami, tienes los ojos como si te sobraran lágrimas». Y a su madre se le encharcaba la mirada. Pero Paula no se percataba porque su madre ya se había girado a hacer la cena. Un día vinieron unos señores a la casa nueva. Cuando llamaron al timbre la mamá de Paula temblaba. Hacía una semana que su papá estaba de viaje o algo parecido, Paula no lo había entendido muy bien. Los señores –muy serios– hablaron con mamá de algo. Y ya no pudo contenerse. Lloró y lloró delante de aquellos extraños y también delante de Paula. La abrazó y le dijo: «Cariño, nos tenemos que ir».
– Pero, ¿por qué? A mí me gusta la casa nueva. Es mucho más bonita que la de antes.
– Nos vamos porque esta ha sido una casa de muñecas, muy bonita, pero de mentira, Paula.
Barbie novia, de Vera Wang, edición limitada (150 €). aloyshop.com
Pablo Zamora
Una barbie, por Elena Benarroch
Modista y peletera española.
Tuve la suerte de que me regalaran la primera Barbie. Y cuando digo la primera es porque no había salido otro modelo antes al mercado. Aún no se había rendido a sus encantos el mundo de los juguetes. Rondaba el año 1959 y un primo mío cruzó el charco desde Estados Unidos con ella para hacerla llegar a mis manos. Yo tenía cinco años y recuerdo que me puse como una loca. Hay que recalcar que antes venían desnudas o solo con un cambio de ropa, y su llegada a mi cuarto me impactó de tal manera que me impulsó a hacerle algo. Así que lo primero que diseñé en mi vida fue un vestido para ella. Desde entonces he tenido una relación muy estrecha con las Barbies. Las tengo de todas clases y temporadas. ¡Anda que no ha evolucionado! Y no he parado de crearle trajes. Cuando hace 10 años me llamaron de Mattel, la empresa que las fabrica, para preguntarme si les hacía el favor de confeccionar la colección de pieles de Barbie, no se imaginaban el inmenso favor que me estaban haciendo a mí. Fue un encargo que hice feliz. En todos estos años, lo más especial que he realizado ha sido vestirla como Audrey Hepburn, con un visón y unos leggings. ¡Hasta le diseñé unas pequeñas gafas! Después de más de 50 años de relación con mis queridas Barbies, me he tenido que desprender de muchas de ellas. Me envían de Mattel las nuevas que van sacando, además de las que me han ido regalando mis amigos, y no tendría sitio para guardarlas todas. Confieso que a día de hoy me divierte seguir confeccionándoles abrigos para regalárselos a las niñas de mis clientas. Creo que a las hijas les hace más ilusión las prendas para sus muñecas que a las propias madres sus abrigos.
Triciclo a pedales, modelo Berg Rally Orange (269 €). topludi.com.
Pablo Zamora
Un viaje en avión, por Sergio Peris-Mencheta
Hasta el 20 de enero dirige su versión de la obra ‘La tempestad’ en las Naves del Español (Madrid).
Estimado viajero, estamos a punto de aterrizar.
El cielo está despejado, y la temperatura exterior es de 23º.
Sea usted Bienvenido.
De momento, con su permiso, le llamaremos así, “Bienvenido”, puesto que está recién llegado. A medida que nos vayamos conociendo le iremos llamando como usted sienta… Y también, pasaremos del usted al tú, cuando se sienta menos extraño.
De momento, le recomendamos que nada más tomar tierra, entierre su DNI como símbolo del punto y seguido al que se asoma su nueva vida. Le explico: aquí los apellidos también se toman de la familia, pero en este lugar, la familia la elige uno.
Le advertimos, Bienvenido, que aquí la gente se quiere. Así como suena. Sé que le puede resultar chocante, o incluso violento al principio, pero aquí no hay barreras para expresar el Amor.
Y se llora y ríe por igual.
Y el blanco y el negro “se gustan”.
Y, por supuesto, todo se comparte. Y mi hucha, es tu hucha. No, no hay bancos aquí, puede abandonar por fin su cartera llena de plásticos. Y apagar eternamente esa herramienta para desconectarse llamada teléfono móvil.
Y de paso, recicle las llaves de su casa en un bonito collar que regalar a alguien. Aquí las puertas no se cierran más que cuando hay corriente. Mi casa es tu casa… (Perdón, “su” casa de usted.)
Y aquí, también, nos juntamos todos de vez en cuando en el Parlamento para ponernos al día, y celebrar que estamos vivos… ¡¡toda una fiesta!!
En este lugar, se mira al otro como a un igual, y no como a un distinto al que compararse. Guarde su mala baba, porque ciertamente, le empapará el rostro sólo a usted, y la mala baba nada tiene que ver con la buena… y cuesta quitarla, sobre todo cuando es la de uno mismo…
Aquí el colegio lo hacemos entre todos, y los mayores enseñan a los pequeños, así de simple.
Así de simple.
No, no se “pre-ocupe”, ni le busque los cinco pies al gato. Aquí todo es tan simple como uno creía, antes de que le hicieran creer que era complejo (qué negocio es “lo complejo” allá de donde usted viene…).
Como no nos comparamos, aquí los ejércitos sólo sirven para organizar mejor las cosas después de las celebraciones. Aunque el caos nos resulta más natural y espontaneo, un poquito de orden también viene bien.
En este lugar, vuelve una boa a comerse a un elefante y a colgarse en un perchero.
Y aquí, cuando llueve, lo celebramos bailando desnudos sobre el barro.
Normal que se sorprenda,… pero no se asuste.
Nadie tiene miedo aquí.
La muerte sólo es el final de una etapa. Y el comienzo de otra.
Y los sabores, y los olores,… y los colores… vuelven a ser los que usted casi ya no recuerda que fueron, antes de perder el gusto, el olfato y la vista.
Aquí rezamos al dios sol, y a la diosa agua. Y les damos las gracias cada día por la comida y la bebida, y por el aire que respiramos, y por el día y la noche.
Aquí sólo se prohíbe prohibir.
Tranquilo. No ha muerto usted, ni está entrando en el Paraíso, ni nada parecido. Esto es la Tierra. La misma Tierra que decidió abandonar en un avión de juguete hace unos minutos para reencontrarse a sí mismo. La “Pachamama”, como la llaman los sabios. Nada ha cambiado fuera. Lo único que ha cambiado es usted.
Y recuerde, Bienvenido, no se asuste: la muerte sólo es el final de una etapa y el comienzo de otra.
Así de simple.
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