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¿Tener hijos afecta al sexo?

La decisión de tener descendencia es como un puzle gigante en el que hay que encajar un montón de diminutas piezas. No solo afecta a nuestra vida, también a la relación de pareja.

hijos

Llega un momento en toda relación estable en que los miembros de la pareja cuestionan las leyes más elementales de la matemática y empiezan a vislumbrar que uno más uno no siempre tiene que ser dos, sino que también puede ser tres. El problema aparece cuando esta nueva regla numérica no convence del todo a los dos o, aunque así sea, no se coincide en elegir el momento adecuado para llevarla a la práctica.

Las mujeres que cuentan con un reloj biológico en perfecto funcionamiento –no todas– empiezan a sentir una imperiosa necesidad de reproducirse en torno a los 30 años, edad que coincide con el desarrollo de su vida laboral y plantea un dilema: ¿hijos o trabajo? Decisión muy importante especialmente después de que el año pasado la presidenta del Círculo de Empresarios, Mónica Oriol, asegurase sin sonrojarse preferir a una mujer después de los 45 años o antes de los 25, para saltarse ese tramo peligroso en que la especie humana se plantea tener descendencia. No sé si afortunada o desafortunadamente, pero el instinto de supervivencia es tan grande que la biología y la ciencia se han aliado para ampliar el periodo fértil de la mujer. Ahora, según contaba Anna Veiga, pionera de la reproducción asistida en España, a El País, “un útero de 40 a 50 años puede gestar igual que uno de 30”, aunque solo sea para fastidiar a la señora Oriol y hacerle cada vez más difícil el proceso de selección de personal femenino. Así que, por parte de la mujer, la época para hacer números y considerar si queremos ser dos o tres se amplía con respecto a la de nuestras madres. Eso sin contar con que, también el pasado año, Facebook y Apple añadieron una nueva posibilidad para fabricar niños y realizarse laboralmente al mismo tiempo; anunciando a bombo y platillo que abonarían a sus empleadas que así lo demandaran una congelación de óvulos, que en Silicon Valley cuesta la friolera de 10.000 euros. Un incentivo laboral para aplazar, todavía más, la maternidad.

El resultado de tantos aplazamientos es que las mujeres tienen cada vez menos hijos en todo el mundo. Según apuntaba un artículo de The Cut, y de acuerdo con el US Census Bureau Information, en 2014, el 47,6 % de las mujeres norteamericanas entre 15 y 44 años no tenía hijos, el mayor porcentaje de féminas sin descendencia desde que el censo empezó a valorar este dato en 1976.

¿Y qué hay de los hombres? En principio no disponen de un reloj biológico al modo femenino, aunque la llamada ‘nueva paternidad’, que ya cuenta con consignas, asociaciones y gurús, enarbola una cierta corriente sensitiva en la que ellos pueden desear ser padres tanto o más que las mujeres y, por consiguiente, implicarse igualmente en el cuidado de los hijos, antes incluso de que estos hayan salido de la barriga de mamá. Con tantas variables a tener en cuenta –instinto maternal, paternal, situación laboral, económica y avances y posibilidades que nos brinda la ciencia y las terapias de reproducción asistida– la decisión de tener hijos se convierte en un puzle gigante en el que hay que encajar un montón de diminutas piezas. De esos que suelen desplegarse sobre una mesa habilitada para ello, porque resolverlos no es tarea de días sino de semanas o meses.

El proceso de formación de una pareja estable comprende una serie de rituales en el que, generalmente, está incluida la decisión de tener o no tener hijos. Lo que ocurre es que muy pocas personas mantienen una postura firme al respecto durante toda su vida. El nivel de enamoramiento, los hijos de las parejas amigas, la presión de los padres, la crisis, la pérdida de empleo o la obtención de uno y otros mil factores más, hacen que las decisiones cambien y que, de repente, los cochecitos, los gritos de los bebés en los parques y las conversaciones de las madres sobre la consistencia de las deposiciones de sus retoños nos produzcan urticaria o, por el contrario, nos parezcan el retrato mismo de la felicidad. ¿Qué hacer entonces cuando los dos miembros de la pareja no se ponen de acuerdo en la importante decisión de traer o no pequeños seres al mundo?, ¿es nuestro deseo o no deseo de tener descendencia tan fuerte que puede acabar con una buena relación de pareja?, ¿estamos dispuestos a sacrificar el buen sexo por unos mofletes sonrosados?

Silvia Pastells es psicóloga clínica, sexóloga y terapeuta de pareja del Institut Clinic de Sexología de Barcelona. A su consulta llegan muchas parejas cuyo problema de base radica en no ponerse de acuerdo respecto a tener o no hijos. Desencuentro que, a menudo, puede desembocar en la ruptura de la relación al no llegar a acuerdos. “Generalmente cuando la gente acude a un profesional de este tipo, es porque el problema tiene dimensiones graves y ha afectado mucho a la relación y, por supuesto, a la sexualidad”, cuenta Silvia. “Puede haber pérdida de deseo, cuando alguien de los dos quiere tener hijos y el otro no, porque en cierta manera el sexo ha perdido ese papel reproductor que para uno de ellos es importante. También hay casos de falta de erección, especialmente en aquellas parejas que desean tener hijos y se plantean las relaciones sexuales como una calculada estrategia para que la mujer se quede embarazada”.

Lo primero que hay que analizar en profundidad, en opinión de esta psicóloga, es el deseo personal de tener o no un hijo. “Y ambos deseos son igual de legítimos”, subraya Pastells, “pero es importante ser honesto consigo mismo y determinar, por ejemplo, en una escala de 0 a 10, la importancia de este aspecto en nuestro proyecto de vida. Cuestionarnos si realmente no nos imaginamos la felicidad sin una familia o si, por el contrario, esa necesidad no nace tanto de nosotros, sino de la presión de los amigos, de los padres, que quieren ser abuelos, o de la propia pareja”.

Reconozco que cada vez ocurre menos, pero yo diría que todavía perdura esa identificación entre la persona que elige no tener descendencia con el egoísmo o hedonismo. Por no hablar de la que nos relaciona, a los que no hemos querido reproducirnos, con personas raras, inseguras y cobardes. Nadie lo dice, pero en el fondo lo piensan. Yo he tenido que soportar muchas conversaciones que indagaban en las oscuras razones de mi nulo interés en los niños propios, que no en los ajenos. Casi todas acaban en la conclusión de que prefería gastar mi dinero en gin & tonics y noches de juerga que en pañales; pero yo siempre me defendía argumentando que lejos de ser egocéntrica, mi postura era altruista y que quería privar a la humanidad de la terrible consecuencia de esparcir mi semilla. ¿Más periodistas que escriben tan largo y con frases interminables? No, ¡por favor!

Una vez que se ha determinado la postura personal y sincera respecto al tema de la concepción, el siguiente paso es, según Silvia Pastells, “llegar a acuerdos y pactos. Aunque en el caso de que uno quiera con todas sus fuerzas tener un hijo y el otro tenga la misma firmeza, pero en la postura contraria, va a ser muy difícil buscar una solución óptima. El problema es que si alguno cede a favor del otro, puede que en el futuro se sienta frustrado y se lo eche en cara a su pareja. Claro que en todo hay excepciones y cada caso es un mundo. Recuerdo una paciente que siempre había querido ser madre, aunque no tenía con quién. Cuando finalmente conoció a alguien, éste descartaba por completo la idea de tener hijos, pero ella se sentía tan bien a su lado que renunciar a su deseo no supuso ningún sacrificio. Se pueden poner plazos, fechas tope, acuerdos a la hora de hacerse cargo y cuidar al bebé; siempre teniendo en cuenta que la edad de la mujer es algo que no perdona”.

Cada vez hay más casos de parejas en los que la parte femenina es la que se muestra más reticente a la hora de lanzarse a la piscina de la maternidad. No es de extrañar ya que, al menos en España, la mayor parte de las tareas del cuidado de los hijos recae todavía sobre ella. Alejandro Busto Castelli, psicólogo, formador, coautor del libro La Nueva Paternidad (Pedagogía Blanca, 2013) y director del grupo de terapia para padres, El diván de Peter Pan, en Madrid, reconoce que aún hay mucho camino por recorrer para que ellos se impliquen a fondo en el cuidado de los niños. “Es cierto que aunque muchos hombres empiezan a ser más activos, generalmente lo suelen hacer en las tareas más gratas, que tienen más visibilidad y más recompensa social como, por ejemplo, llevar a los niños al colegio o al parque; mientras la madre es la que pide la baja cuando está enfermo o lo lleva al médico. Sin embargo, cada vez hay más hombres que podrían englobarse en el término nueva paternidad y que quieren construir un vínculo más fuerte con su hijo, incluso antes de que nazca. Son padres que están dispuestos a cambiar de trabajo, que luchan porque las bajas paternales se equiparen a las de la madre, que participan en las más mínimas decisiones y que quieren estar presentes. Algunos incluso utilizan el término ‘estoy embarazado’, lo que a veces no gusta a las mujeres –he oído repuestas del tipo “perdona, pero la que estoy embarazada soy yo”–.

En otras ocasiones las dudas respecto a formar una familia surgen de la mano del abastecimiento. ¿Seremos capaces de proveer con todo lo necesario para el desarrollo físico, mental, intelectual y emocional del pequeño, incluidas las clases de expresión corporal, chino mandarín o estancias en Irlanda para perfeccionar el inglés? Silvia Pastells cree que “descartando la comprensible y racional preocupación, no hay que obsesionarse. No hay que ser millonario para criar a un hijo. Los niños pueden ser plenamente felices sin tantas cosas y lo que más necesitan es afecto, que es algo gratis. A menudo recomiendo a mis pacientes que no piensen tanto con la cabeza sino con la barriga. Que escuchen lo que su barriga les dice y les pide, y que lo tengan también en cuenta”.

Tener descendencia, lo que para nuestros padres era una consecuencia lógica del sexo sin anticonceptivos, para las parejas de ahora supone todo un debate en el que a veces hay que pedir ayuda externa. Ya hay terapeutas especializados en asesorar sobre la decisión de tener o no hijos, como Beth Follini, en el Reino Unido, autora del libro Baby or not? Making the biggest decisión of your life (Kindle) y con página web.

Últimamente, a las presiones sociales y familiares hay que añadir las patrióticas. Como apuntaba un artículo del New York Times, Europa se hace vieja y los escasos nacimientos no parece que puedan llevar a cabo un reemplazo generacional, poniendo en grave peligro el sistema de pensiones. Ante este problema algunos gobiernos se muestran altamente creativos, como Vladimir Putin en Rusia, que declaró 2008 el año de la familia y diseñó unos bancos especiales para parques que, ergonómicamente, favorecían la cercanía de las parejas. Singapur, por su parte, creó en 2012 un Contraceptive-free sex National Day, que anunciaba en un vídeo a ritmo de rap. Por último, en los colegios daneses las clases de educación sexual, que antes se centraban en cómo evitar embarazos no deseados, ahora intentan dar una visión más positiva al hecho de no tomar precauciones.

Pero lo peor de todo es la competencia directa que me ha salido en Dinamarca por parte de un cura, interesado más en la carne que en el espíritu, y que desde el púlpito arenga a las masas hacia la lujuria, aunque eso sí, con el fin de procrear. Se trata de Poul Joachim Stender que, en 2010, publicó In bed with Good; que describe la unión carnal como “tan bella y portadora de vida que solo podía proceder de Dios”; y que en su página de Facebook cuenta cada día con más seguidores entre los que se encuentran desde la Asociación Danesa de Sexología a la propia Dolly Parton.

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